Dom 14.08.2016

SOCIEDAD • SUBNOTA  › EL ARCHIVO HISTóRICO

Las vidas que pasaron

› Por Soledad Vallejos

Cecilia Onaha cuida como tesoros las respuestas al pedido que reitera hace meses: que los nikkei acerquen al Archivo Histórico de la Colectividad Japonesa en Argentina todos los recuerdos, documentos, fotos, evidencias de la historia (reciente y no tanto) de los inmigrantes, de sus hijos y de los hijos de sus hijos. Como la AJA (en cuya sede de Independencia 734 –muy conocida por los fans del sushi por su restaurant– funciona), el Archivo busca ser “un nexo entre la sociedad argentina y la japonesa”, dice, ante un ejemplar encuadernado de números de la revista Los nipones, que en los años 20 del siglo pasado conectaba a la colectividad con publicidades, anuncios de actividades, pequeños ejercicios de idiomas y noticias.

Para Cecilia, las joyas del Archivo son los diarios que hijos y nietos van aportando para que lo que sus ancestros tejieron en los días en que descubrían (y se quedaban) en Argentina quede en la memoria colectiva. No los procesó todavía, dice, hay mucho material nuevo y lo primero es documentar que existe.

–Hay familias para las cuales donar diarios íntimos todavía es un conflicto –reflexiona Alberto Onaha.

–¿Hubo casos en los que se plantearan restricciones al material donado?

–No, pero estamos tomando recaudos sobre si publicar nombres o no –explica Cecilia, para quien fortalecer el Archivo es clave para, luego, empezar a “crear un registro permanente de la colectividad”.

Retrospectivamente, algunas vidas de ese registro están en las memorias de la colectividad casi como contraseñas. Alberto y Cecilia citan nombres como claves. “Makiko Yamamoto”, acotan, a sabiendas de que juegan una carta fuerte, y explican: Makiko, descendiente de una familia muy tradicional y poderosa de Japón, llegó a Argentina a principios de los años 50 solo para conocer el país de Eva Perón; terminó traduciendo al japonés “La razón de mi vida”; con el tiempo se fue, llegó a Cuba, fue amiga de Fidel Castro. “Paul Fujita”, dicen, y resucita la historia del pintor célebre que, décadas atrás, para agradecer a la AJA su hospitalidad le donó un cuadro cuya venta, décadas después, salvó bienes de la entidad.

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