Dom 09.05.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA

Un culto, exorcismo incluído

@Desde la compulsión al suicidio hasta el acné, en el discurso de la IURD todos los males tienen un único responsable: el Diablo. Durante los cultos, las alusiones al demonio son tan frecuentes como las alusiones a Cristo. Su figura, en el registro clásico de la construcción del Mal, motoriza la actividad y le otorga sentido.
Por lo tanto, cualquier día que uno vaya, tanto en el encuentro de la prosperidad y la cadena empresarial de los lunes como en la reunión de los casos imposibles y terapia del amor de los sábados, siempre habrá un exorcismo en curso. En la IURD, los exorcismos suceden todo el tiempo.
Un día cualquiera, en el templo de Rivadavia 7258, que también fue un cine. La sede Flores repite las exactos detalles de ambientación de la sede nacional y, a esta altura, ya pareciera que los templos de la IURD, en la Argentina y en el mundo, son locales en serie con diseño trasnacional. El mismo piano negro al costado del mismo escenario, otros obreros que son parecidos a los que estaban en Lavalle, con los mismos uniformes de obreros, otro pastor pero que tampoco es muy diferente, diciendo cosas parecidas para el mismo portuñol de siempre. Tal vez este pastor no tenga más de seis meses en la Argentina: el español le sale muy mordido y en los bordes de la prédica, donde las palabras son menos importantes como palabras que como el énfasis de la frase que rematan, el portugués emerge abiertamente. “Isso”, dice el pastor de Flores. “Deus”, dice. Ha bajado del escenario y ahora camina lento, teatral, el micrófono en la mano como un crooner entre las mesas, bordeando la primera fila de asientos. Se para en el exacto centro del pasillo, justo entre las dos butacas del vértice. Algo que se propone ser una mueca dramática le cruza la cara. Frente a él ha quedado, de rodillas, una señora que dos obreros han dejado allí. La mujer, ancha, de unos cincuenta y tantos, lleva una blusa marrón a la Etam y el pelo corto con rulos de rulero. Llora, la mujer, pero no con el llanto guarango del desconsuelo sino con un gemido tenue, delgadísimo, apenas perceptible. El pastor, de pie, coloca una mano sobre la cabeza de la mujer y la hace girar. Entonces el cuerpo entero de la mujer se bambolea, pesado, siguiendo los círculos que la mano del pastor le impone.
“Confesa, confesa, desgraciado. Qué está haciendo. Confesa ahora. Amarrado... amarrado... Qué está haciendo dentro de ella, demonio, qué está haciendo. ¡Contesta, maldito!” El pastor lo ha dicho como asaltando el silencio del lugar. Los del fondo le exigen al cogote una altura que el cogote no alcanza y entonces se ponen de pie para ver algo del pastor en acción, de la mujer que gime, del demonio que no se entrega.
Sigue el pastor: “El Espíritu Santo le va a quemar, demonio, va a quemar, va a quemar. El poder del Espíritu Santo estate quemando. Sal de la vida de ella, del cuerpo de ella, de los caminos de ella. ¡Manifesta acá, manifesta! Ya, maldito. Quema, quema, vai quemando. Qué está haciendo con ella, demonio. Qué está haciendo ahí, amarrado, demonio”.
La mujer ha aumentado el volumen de su gemido y su respiración se ha vuelto más fuerte. Respira la mujer, sobre el micrófono del pastor y provoca un sonido sucio y saturado. Los giros son cada vez más violentos. No vuela una mosca. “En el nombre de Jesús, mi padre, comienza a quemar este demonio, el demonio jefe que está en el cuerpo de ella, el espíritu que provoca la hinchazón, la inflamación, los dolores, las enfermedades. Vamos, desgraciado, tú que estás riéndote de la desgracia de ella, maldito, en el nombre de Jesús, pode manifestar ahí, manifesta, manifesta...” El pastor hace un alto en el trabajo y mira a su platea. “Mire, gente, lo que el Diablo está haciendo”, dice el pastor y levanta, sin mirarla cuando la levanta, la mano derecha de la mujer. Todos abren los ojos como platos cuando ven, en lo alto, esa mano haciendo cuernitos con los dedos. “Hay gente que es mandada a hacer esta señal, ¿no? La señal de Satán, de Satanás, isso. A ver gente, todos con su manos para acá, porfavor, digan conmigo, Señor Jesús...”, pide el pastor. Y de pronto hay doscientas personas de pie con el brazo extendido, la mano abierta hacia adelante, repitiendo lo que el pastor ha comenzado a gritar sobre el micrófono:
–¡Queeeeeema! ¡Queeeeeema!
–Y entonces todos.
–¡Queeeeeema! ¡Queeeeeema!
Y después ya ni escuchan al pastor y cada uno por cuenta y orden de su propia furia, sueltos, desbocados, siguen gritando, o quemando, cada uno desde su butaca, y entonces el cine entero es un griterío de voces múltiples e indistintas y todos, gente, obreros, pastor, queman, enardecidos y lanzados a la carrera exorcista, en una noche cualquiera de un martes, en pleno Flores, mientras la mujer arrodillada allí delante llora, los espasmos del llanto sacudiéndole el lomo encorvado.
De golpe, abruptamente, todo se detiene. Una mano del pastor pone a todos en silencio y ahora sólo se oye el llanto seco, entrecortado, que ha quedado, residual, sonando en el aire. “Confesa, demonio, qué está haciendo allí”. De la boca de la mujer salen, parcas, dos palabras: “No puedo”. Lo que sigue es un diálogo entre el pastor, de pie frente a la mujer, y la mujer, arrodillada en el piso.
–¿No puedes, maldito? –pregunta el pastor.
–No puedo –vuelve a decir la mujer aunque allí todos creen que no es ella la que responde sino el diablo que lleva en el cuerpo, quien, finalmente, se ha “manifestado”.
–¿Es que tu jefe no deja? ¿Eh, no deja?
Otra vez el pastor, didáctico, se vuelve al público: “Sabe qué pasa, gente, en el infierno si el demonio empleado desobedece al jefe, después el demonio jefe castiga. Es por eso que acontece que el diablo tiene miedo de hablar. ¿Comprende sí o no, gente? Vamos a seguir quemando a este demonio”. Y vuelta todos a pararse y a gritar y a quemar un poco más. Todo termina cuando la mujer se pone de pie, la gente se sienta, el pastor carraspea. “¿Qué problema tiene usted, señora?”, pregunta el pastor. “Hígado graso y un quiste en el ovario”, responde, todavía agitada, la mujer. El pastor la mira un poco en silencio y luego le suelta: “A partir de hoy usted no va a decir yo tengo, va a decir yo tenía, porque el demonio que estaba colocando esta enfermedad salió ahora, ¿amén?”.
Todos responden que sí, que amén.

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