Dom 01.08.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA  › LOS CASOS DE UN BARRIO EN LOMAS DE ZAMORA

Seis cruces en una manzana

› Por Alejandra Dandan

Para los habitantes de Las Lomas, los monolitos son tan naturales como los chifletes de las balas que cada tanto les impiden asomarse al patio. En una sola manzana, un radio exacto de cuatro cuadras, levantaron seis altares en los últimos dos años: el monolito de Cristian Fernández, el de Miguelito, el de Guille y el Chino que cayeron juntos en un enfrentamiento entre bandas y al final, hace tres meses, pusieron el de Mario y el Uruguayito. Las grutas funcionan como santuarios. Los pibes del barrio pasan a dejarles un porro o un cigarrillo de regalo, aunque horas más tarde tal vez se los llevan para fumarlos.
Los seis altares están alrededor de una de las manzanas que desembocan en el arroyo del Rey, uno de los canales del Riachuelo que va colándose entre las cuadras del barrio hasta transformarlas en un pantano después de las primeras gotas de un día de lluvia. La gruta que marca la zona de la caída de Cristian está sobre el borde del arroyo, en la calle Falucho, a metros del cruce con Luis Braille. Los vecinos no se acuerdan cuándo apareció exactamente el altar, pero recuerdan, en cambio, el día que Cristian cayó muerto mientras se escapaba de la policía. Recién regresaba al barrio con el auto cargado. Llevaba un televisor y cosas que se había robado en algún lugar de la localidad de Lanús. “Se ve que lo venían siguiendo –explica una de las vecinas de la gruta–, cuando llegó a la esquina de Falucho bajó del auto, pero no tuvo tiempo de sacar el arma.” Los policías lo desplomaron en el acto.
A una cuadra, doblando hacia la derecha, está la marca del segundo de los muertos de estos dos últimos años: Miguelito. Sus amigos levantaron la gruta en Luis Braille y Florencio Sánchez. Como la de Cristian, y como la del resto de estos caídos, el sagrario tiene el techo a dos aguas, donde los amigos de los muertos dejan flores, pero además el cigarrillo de tabaco o el faso que pasan a buscar después. “No se sabe bien qué paso con él -dice una de las mujeres del barrio y, como en clave, explica–: Fue una muerte en ‘domicilio civil’, entraba a robar a la casa de uno del barrio y el dueño le disparó.”
En línea recta, hacia la otra esquina, sobre Florencio Sánchez y De Franc cayeron muertos Guille y el Chino. Y nuevamente, a la vuelta, en De Franc y Falucho están las marcas de Mario y el Uruguayito. Los cuatro cayeron en medio de las peleas entre las bandas del barrio. Los chicos, todos de menos de 21 años, terminan las discusiones sacando una escopeta o uno de los revólveres y resuelven pleitos que tienen a mano. “Empiezan con una discusión hasta que alguno se va de boca: uno que va a buscar su arma, el otro que va a buscar la otra, y ya está”, cuenta una vecina. Con las grutas extendidas alrededor de cada una de esas cuadras “no cambian las cosas porque no le doy importancia –dice ella–: hacés de cuenta como que no están”.
En algunos barrios, las muertes son consecuencia de una política activa de fuerzas del Estado, como la fábrica del gatillo fácil de la policía. En otros, la intervención de las fuerzas de seguridad se diluye. Los pibes se matan entre ellos. Los muertos del Anderson o de Las Lomas suelen ser el resultado de los duelos personales o entre bandas. Duelos que parecen estar dando cuenta de un tipo de política distinta: un activo programa de no intervención del Estado. Una matanza que responde a la lógica de una autoeliminación avalada desde alguna instancia, tal vez necesaria para bajar los indicadores de pobreza. En los últimos meses, a la política de no intervención se agregó un programa de acción directa: los cercos de fuerzas de seguridad levantados alrededor de los barrios más pobres, como sucede en Fuerte Apache. “Ahí, la presencia de los gendarmes recarga la idea de frontera, una frontera simbólica que divide dos regiones como dos países. Uno, el espacio ciudadano fuera del cordón de seguridad; el otro es el de adentro, encerrado, estigmatizado, silenciado y a partir deentonces librado a su suerte”, según advierte Alcira Daroqui, licenciada en sociología y especialista en violencia.

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