Dom 13.02.2005

SOCIEDAD • SUBNOTA

La carrera de Rodríguez

“El único país al que no iría es Irak –sostiene Cecilia Rodríguez–. Allá hay una potencia que está ocupando por la fuerza tierras que no le pertenecen, y eso no es para mí.” Quedaron ya muy atrás los tiempos en que Rodríguez era entusiasta jugadora de pelota al cesto, un deporte en retirada que esta mujer de 37 años pretende, aún hoy y en medio de sus numerosas actividades, rescatar del letargo. Hasta llegó a consagrarse en ese deporte como Olimpia de Plata ’92.
Cuando se graduó como licenciada en Ciencia Política y siguiendo la educación solidaria que recibió de sus padres y su abuela, la actual experta humanitaria de la ONU se dedicó de lleno a la función pública.
Primero lo hizo en el Archivo General de la Nación como investigadora especializada. Luego en ministerios como Educación y Defensa hasta que, en 1994, se dio con entusiasmo a hacer realidad la propuesta oficial de crear en la Argentina los Cascos Blancos, un cuerpo de voluntarios argentinos volcados a la ayuda humanitaria, internacional y pacífica.
Ahí se desempeñó como oficial de proyectos, teniendo a su cargo la organización y funcionamiento de los distintos equipos. Este último desempeño la aproximó a la ONU y a una primera experiencia vital: atender en Nicaragua a las víctimas del huracán Mitch. Después vendría su incorporación a la entidad de las Naciones Unidas abocada a la coordinación de ayuda en casos de catástrofes (la citada Undac) y sus participaciones en Kosovo (donde permaneció un año a cargo de proyectos interétnicos en el marco del Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes), en El Salvador, cuando fue el terremoto de 2001, en Belice (encarando las consecuencias destructoras del huracán Iris), en las inundaciones de la provincia de Santa Fe, en Colombia y otros lugares.
Cuando se le pregunta si una actividad tan discontinua y riesgosa como la que realiza no descalabra, de alguna manera, su vida familiar, admite que sí. Pero advierte: “Es un costo que aprendí a ir pagando de a poco. Si bien no debería ser yo la que diga esto, pienso que la pasión que pongo en las cosas que hago hace que mis seres queridos sean pacientes, que apoyen incondicionalmente mi actividad, que a veces sufran o incluso se enojen conmigo, pero que finalmente se contagien de mi saludable enfermedad”.

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