Dom 16.06.2002

SOCIEDAD • SUBNOTA  › SILVIA BLEICHMAR, PSICOANALISTA

“Un modo de resistencia”

› Por Mariana Carbajal

Los esfuerzos de la clase media para brindarles a sus hijos una formación con mejores perspectivas de vida futura dan cuenta de cómo la educación se convierte en “un modo de resistencia al destino de desmantelamiento simbólico al cual parecen querer condenarnos desde las corporaciones económicas y políticas”, sostiene la psicoanalista Silvia Bleichmar en un reportaje con Página/12.
–Históricamente ¿qué significado ha tenido para los sectores medios el colegio privado?
–La educación privada pasa a ocupar una función importante en la Argentina a partir de los últimos veinte años, con el retiro del Estado de sus funciones de protección en salud y educación. El colegio privado fue anteriormente patrimonio de los sectores de las clases altas, o reservorio de repitentes en los sectores medios. Pero evidentemente el deterioro de la enseñanza pública y la exigencia cada vez mayor de niveles que garanticen la futura inserción en la cadena productiva ha compulsado a los padres a sacrificios enormes para costear una educación que, en el imaginario compartido, provee las condiciones para el acceso a mejores posibilidades de vida. Es necesario no olvidar que esto se inscribe en la caída general del ideario de progreso de un país en el cual los adultos ya no sueñan con que sus hijos vivan mejor que ellos, sino al menos que no vivan peor que sus abuelos.
—¿Cómo viven la posibilidad de tener que cambiar a sus hijos a la escuela pública?
–Indudablemente en la mayoría de los casos no es vivido como una elección sino como una derrota más. Quienes se ven obligados a ello sienten que a los padecimientos actuales se suma el abandono de la ilusión de que éstos se rediman en las generaciones que les siguen. Si este cambio es vivido como una derrota definitiva, como un destino del cual no hay libración posible, la consecuencia más grave es la coagulación de un circuito en el cual queda capturado el niño cuya actividad diaria no va acompañada de una valoración que le permita representarse como alguien en condiciones de vencer ese destino de pobreza. En este caso emergen en el horizonte de la salvación el deporte y la inclusión en los medios: ser modelo, cantante, lograr el éxito mediante actividades extracurriculares.
—¿Qué impacto tiene en el imaginario de los sectores medios sentir que se acabó la movilidad social ascendente?
–En realidad, la extensión que ha tenido este modelo del éxito en nuestra sociedad da cuenta de la pauperización del país, de su conformación como país del Tercer Mundo, y a nivel representacional de la convicción cada vez más extendida de que la movilidad social no se obtiene sino por el lado de la excepcionalidad, de los talentos innatos bien empleados, ya que las vías de acceso que implican tomar los caminos tradicionales se han ido estrechando hasta casi cerrarse; las aspiraciones de la mayoría de la población para los niños se centra en metas de éxito que son independientes de los carriles tradicionales. Es común atribuir esto a la globalización, y no es cierto.
–¿Qué sucede en otros en el Primer Mundo?
–En Europa o EE.UU. los niños de las capas medias aún sueñan con ir a grandes universidades, y no tienen como única meta obtener el éxito a través del deporte, el rock o de la mostración del cuerpo. Sin embargo, el enorme sacrificio que siguen haciendo en nuestro país no sólo las capas medias para seguir pagando el colegio que suponen genera mejores perspectivas de vida futura –más allá de la realidad despareja que está en juego, ya que no hay una relación lineal entre lo que se invierte y la garantía que esta inversión ofrece– sino también los sectores carenciados por seguir enviando a sus hijos a la escuela en condiciones mínimamente dignas –por lo cual es injusto y hasta canallesco decir queenvían a los niños al colegio sólo para que coman, así como es depredatorio de la enseñanza estatal que se la proponga como una simple extensión del asistencialismo alimentario– da cuenta de las formas con las cuales la educación se convierte en un modo de resistencia al destino de desmantelamiento simbólico al cual parecen querer condenarnos desde las corporaciones económicas y políticas.

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