Los científicos reunidos por la convocatoria de la UBA también aportaron criterios sobre una de las cuestiones más debatidas sobre las plantas de celulosa: qué sistema de blanqueo conviene utilizar. Descartado históricamente el uso de cloro elemental –que libera tóxicos poderosos como las dioxinas–, las alternativas son: a base de dióxido de cloro (ECF: sigla inglesa para “libre de cloro elemental”) o a base de agua oxigenada u otras sustancias (TCF: “totalmente libre de cloro”).

La ecóloga de la UBA Irene Wais puntualizó que “el método ECF está permitido por la Unión Europea, que cuenta con la legislación ambiental más exigente del mundo: por ejemplo, la planta alemana Stendal, inaugurada el año pasado, utiliza esta tecnología, si bien también tiene capacidad para recurrir al TCF, según los requerimientos del mercado”.

David González, profesor de química en la montevideana Universidad de la República, destacó que “con la tecnología ECF, la posibilidad de liberación de dioxinas cae por debajo de todo valor de detección posible”, y observó que “el papel obtenido a partir del método TCF resulta de peor calidad y requiere más cantidad de celulosa, lo cual también trae problemas ambientales; por eso, su empleo no crece aun en regiones de alto cuidado ambiental como Escandinavia. Por otra parte, la tecnología ECF también puede producir sustancias contaminantes”.

Jorge Etcharrán, profesor de química en la UTN, destacó que “por el efecto acumulativo de volúmenes de producción tan grandes como los de las dos plantas sumadas, no puede descartarse la aparición de dioxinas entre los efluentes. Se podría plantear el control estricto de cada planta pero el problema es que, en América latina, no hay laboratorios estatales que estén en condiciones de monitorear la emisión de dioxinas. Por otro lado, hay que admitir que el método TCF también puede producir tóxicos, ya que requiere metales pesados: en cualquier caso, hay que establecer un manejo de los efluentes.