SOCIEDAD • SUBNOTA › MASTURBACIONES COMPULSIVAS, SEDUCCIóN PERMANENTE, SEXO EN CUALQUIER LUGAR. LAS HISTORIAS DE QUIENES NO PUEDEN, O NO PODíAN, DEJAR DE PENSAR EN EL SEXO.
“Empecé a involucrarme sexualmente con muchas personas sin conocerlas. Tenía relaciones en la vía pública, en transportes públicos, en todos lados, incluso llevaba hombres a mi casa sin saber quiénes eran. Eran situaciones de riesgo”, recuerda Cecilia, una de las tantas personas adictas al sexo que participa de los grupos de autoayuda de Adictos Sexuales Anónimos (SAA). Diferentes situaciones de la vida los llevaron a pensar únicamente en el sexo. Hoy están en recuperación, y lograron asumir que lo que sufren es un problema que se les escapó de las manos. Para ellos, la adicción sexual es una enfermedad “mental, corporal y espiritual”. El objetivo, vivir una sexualidad sana.
Cecilia apenas pasa las cuatro décadas. Después de haber entrado a SAA reconoce estar “mucho mejor” gracias al programa de recuperación y a sus compañeros. Empezó desde chica con la masturbación de manera compulsiva y con adicción al romance, como ella lo llama. Años más tarde, y tras serios conflictos familiares, las cosas se complicaron.
“Había tomado una actitud de permanente seducción, me vestía de manera provocativa. Buscaba aliviar el dolor que había en mi vida tratando de gustar a todo el mundo”, recuerda,
a seis años de haber ingresado en SAA.
“Un día conocí a alguien con quien me sentí muy cómoda y muy bien sexualmente, pero con quien era incompatible. Estuvimos juntos cinco años. Teníamos sexo todo el tiempo y a veces en lugares inapropiados. Al mismo tiempo yo salía con otros hombres. La relación me había tirado la autoestima al piso, había entre nosotros mucho daño moral”, cuenta.
Pasados los 30 años, cuando su vida social y laboral se vio afectada, ya sin esa relación de pareja, buscó ayuda: “Si no lo hacía me moría”, resume. “Me sentí terriblemente aliviada –confiesa– por descubrir qué era lo que me pasaba y por encontrar un grupo de pares que me contenía. El programa me conectó con la espiritualidad, que es una forma maravillosa de vivir. En SAA se generan vínculos muy fuertes. El le dio un sentido a mi vida.”
Otro de los que concurre al grupo de los miércoles, en Ciudad de la Paz 3577, del barrio porteño de Núñez, es Matías. Tiene 28 años y es uruguayo. Vive en Montevideo, pero viene a Buenos Aires cada 15 o 20 días especialmente para participar de las reuniones, porque en su país no hay lugares para tratar su adicción. Su historia comenzó con un juego sexual entre él, de cinco años, y su hermano de ocho. Con el tiempo, y tras experimentar con el cuerpo, los chicos fueron creciendo y aquel juego se transformó en un abuso, por parte de su hermano. “Ahí conocí el sexo; sentía mucha culpa”, admite.
“Después, a los 10 años empecé con algunos juegos sexuales con un compañero (de escuela) que se transformaron en relaciones. Tenía sexo compulsivo homosexual. No lo reconocía como tal, pero sí me gustaba. No podía estar sin el sexo”, sentencia. Al grupo de SAA llegó por una compañera de Montevideo que visitó el sitio de la comunidad, saa re covery.org/español/in dex.htm. “Estoy con terapia, antidepresivos, y con el grupo”, enumera.
A Javier, de 42 años, todavía le cuesta hablar sobre su caso. No oculta sus lágrimas. Hace dos años entró a SAA. “Empecé (con el sexo compulsivo) a los 32 años. Tenía una conducta antisocial, una incapacidad para existir en mis ámbitos sociales. El no sentirme aceptado me llevó al de- seo de autodestrucción”, relata.
“Iba a los cines a ver películas (condicionadas) y tenía sexo sin protección con varias personas. De siete iba seis días. Haciendo eso creía que iba a encontrar a mi compañera afectiva, sólo tenía que intentar y arriesgar todo”, simplifica.
Hace tres años que Javier hace terapia, hoy paralela al grupo. Para él, la abstinencia, a diferencia de varios de sus compañeros, es imposible. “Hoy estoy mejor, pero tengo momentos muy difíciles. Les agradezco a mis amigos y al programa, que de no ser por estas reuniones estaría muerto”, asevera, con más lágrimas en los ojos que antes.
Manuel es otro adicto al sexo, tiene 58 años. Vive con su familia e hijos. “Tenía relaciones y no me daba cuenta del comportamiento adictivo. Iba a los bares, veía los avisos (clasificados de ofertas sexuales) y después llamaba”, relata. “Hoy llevo dos años y medio de abstinencia sexual.” Para los miembros del grupo, esto no significa no tener nada de sexo, sino alejarse de aquellos comportamientos que les hacen mal. Al hecho de no tener actividad sexual alguna lo llaman celibato.
“El celibato es sano. Es dejar la muerte para empezar a vivir”, sostiene Matías. Por su parte, Cecilia destaca que “no existe la curación para esta adicción, porque la sexualidad sigue estando con la persona toda la vida”. “Hay que tratar de vivir una sexualidad sana, y es todo un desafío”, afirma.
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