SOCIEDAD • SUBNOTA › TESTIMONIOS DESDE UNA RONDA
› Por Cristian Alarcón
La Casa Flores parece no tener secretos, aunque sí temas prohibidos. Sobre las paredes del enorme hall hay imágenes construidas por los pacientes. Palabras nodales como confianza, traición, futuro, exclusión, sociedad, nosotros, mirada, esperanza, palabras viejas pero vueltas a escribir con viejos recortes de revistas del corazón que terminaron siendo discurso para el cambio. Entre las palabras hay una que no está, aunque se supone que es la protagonista del sitio: droga, o paco, o PBC, o pasta. El cronista y el fotógrafo leen, suben las escaleras al primer piso, donde se sucede una serie de cuartos como aulas, y entran al grupo de la tarde. Es el momento en que los veinte adultos jóvenes que intentan día a día abandonar el consumo se reúnen sentados en ronda y conversan, dicen, cuentan, opinan, discuten. De todo, menos de sus “historias de consumo”. “Si no, lo que te pasa es que tenés recuerdos, y ya inconscientemente es como que te vienen ganas –explica uno de los más jóvenes del grupo–. Te vuelve todo ese enamoramiento que todavía no cortamos nosotros. Al menos yo tengo un enamoramiento con la droga, y algunos son buenos recuerdos, otros malos. Tratamos de no sacarlo a flote, dejarlo allá abajo.”
Por eso la entrevista colectiva y las individuales son normadas: no se puede hablar de droga.
–Nosotros no hablamos mucho de la historia de consumo. Recién pueden recordar los consumos cuando están más fortalecidos –dice uno de los operadores.
–Contamos cómo estamos acá, cómo nos estamos salvando la vida... –acota una chica de ojos azules, de una belleza perturbadora.
–No tratamos de mirar atrás nosotros –completa otra, que es su prima y vino hace ya dos meses.
–Al nuevo, cuando quiere hablar de eso, le sacamos otro tema. Cuando viene una persona nueva, siempre hay alguien que tiene más días limpios, y le habla, para que no vuelva atrás.
–¿Qué tipo de cambios ven en ustedes mismos?
–Ya no tomamos más luna, ahora tomamos sol –lanza una chica nueva, que lleva tres días en el grupo aunque parece que los conociera hace mucho tiempo.
–El tiempo nuestro era más de noche.
–El día muy corto. Ahora nos damos cuenta de que existe un sol, una mañana, que podés salir temprano y ver la vida pasar.
–Yo me levantaba a la mañana y ya estaba pensando qué iba a robar para ir a drogarme. Ahora me levanto y quiero venir a compartir con mis compañeros...
–Antes de venir acá íbamos a ver a quién le íbamos a robar, a manguear, para salir a drogarnos.
Las opiniones surgen espontáneas, una tras otra, sin timidez.
–¿Qué es estar “limpio”?
–Limpio es estar sano, es no estar peleado con vos mismo.
–Este es un grupo. Pero ustedes vienen de otros grupos como la ranchada, el grupo de consumo. ¿Qué es la ranchada?
–Yo me fui de mi casa y paraba en una ranchada, era mi lugar de escape, era mi coartada –cuenta una chica de hablar pausado y elegante–. Estabamos todos en la misma. Fumando. Nadie podía hacer otra cosa, estábamos todos haciendo lo mismo. En la ranchada no se puede ser uno mismo, ser diferente, tiene que ser todos iguales. Es un grupo que funciona como grupo, está todo bien para todos o está todo mal para todos.
–¿Por qué?
–Es así. Nadie lo decide; es la regla. Es el juego que vos estás jugando. Es un juego de muerte y vos sabés las reglas del juego, sabés que mata.
–¿Qué han aprendido en este nuevo grupo?
–Poder aprender a divertirnos sin consumo. Estamos aprendiendo a eso. Es lo más copado de todo esto.
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