Comida x diez
Por Roberto Navarro
En Argentina se producen granos cereales y oleaginosos; carne vacuna, porcina, ovina y caprina. También aves y huevos; hortalizas y frutas; azúcar y miel. Además se capturan peces, moluscos y crustáceos. Y la lista sigue. En la extensa geografía nacional se producen centenares de variedades alimenticias. Con datos de la Secretaría de Agricultura, la Facultad de Agronomía de la UBA y cámaras sectoriales y de especialistas de la universidad estatal, Cash armó el mapa de la producción de alimentos básicos del país. Y el resultado es sorprendente: en total, este año se producirán 99 millones de toneladas, cantidad suficiente para alimentar a 330 millones de personas. Es decir, que con esa producción se podría alimentar a una población casi diez veces más grande que la que habita la Argentina. Sin embargo, hoy más de cinco millones de argentinos no pueden consumir los nutrientes imprescindibles. Con la maxidevaluación, la situación empeoró. En la medición de mayo próximo, aun tomando los bajos niveles de inflación que registra el Indec, la cantidad de indigentes se elevaría a casi siete millones de personas.
La producción de trigo alcanza para elaborar un kilo de pan por día para cada habitante del país. Según el doctor en nutrición Sergio Britos, docente de la UBA, “Argentina produce el equivalente a 19 mil calorías diarias por persona. Pero sólo consume en promedio 2300. Con lo que sobra alcanza para alimentar a casi 300 millones de personas más”. La producción nacional, según los especialistas, no sólo es rica en cantidad; también en calidad y variedad. Sin embargo, un estudio realizado por el Ministerio de Salud en 1999 reveló que el 12 por ciento de los menores de seis años que se atendía en hospitales públicos padecía problemas psicomotrices por encontrarse subalimentados, el 2 por ciento sufría de desnutrición aguda: pesaba mucho menos de lo que indicaban su edad y talla. Y el 40 por ciento estaba anémico. Tres años después y con los precios de los alimentos aumentando a diario, los especialistas aseguran que esos indicadores han empeorado.
La definición más elemental de economía dice que es la asignación eficiente de los recursos escasos. En Argentina no se asigna eficazmente ni la abundancia. Se producen 25 millones de litros de leche diarios y se está recibiendo leche en polvo donada por españoles e italianos. El motivo principal de esa sinrazón es la impresionante inequidad en la distribución de los ingresos. Proceso que comenzó en 1976 y se agudizó en la última década. Sólo desde 1998, cuando comenzó la recesión, la desigualdad creció un 70 por ciento. Hace cuatro años el 10 por ciento más rico ganaba 19 veces más que el más pobre. En la actualidad gana 34 veces más, según proyecciones del economista Claudio Lozano.
Cuando los necesitados son tantos, no hay política social que alcance. Cash accedió a un estudio de la FAO, el organismo de las Naciones Unidas que se ocupa de los problemas mundiales de alimentación, que revela que los alimentos que se entregan en los planes sociales en Argentina “son ricos en calorías, calman el hambre, pero no contienen las proteínas necesarias para que los menores se desarrollen plenamente”. “Esa carencia la pagarán en el futuro”, concluye el informe.
Con un dólar cercano a los tres pesos, los alimentos podrían aumentar más de un 50 por ciento. Aunque la inflación se mantuviera en los niveles que registró el Indec en enero y febrero, la cantidad de alimentos que consumirá la población se deteriorará fuertemente. El Instituto de Estudios y Formación de CTA realizó una proyección en base a la inflación del primer bimestre, tomando en cuenta la ponderación de la canasta básica de alimentos en los deciles de menores ingresos. La conclusión es que en mayo próximo habrá 17 millones de pobres y 7 millones de indigentes. Y en octubre, 20 millones de pobres y 9,4 millones de indigentes. Salvo que medie un aumento de salarios o una caída de la desocupación. Escenarios bastante improbables. En menos de dos meses la devaluación enriqueció a unos pocos y empobreció a muchos otros. Productores y multinacionales que exportan la producción agropecuaria van a tener, aun con retenciones, una rentabilidad elevadísima. Como la parte de la producción que comercializan en el país la venden al mismo precio que la que exportan –valor que casi se triplicó por la devaluación–, los alimentos están aumentando. Y el menguado poder adquisitivo de los pobres baja. “El que tiene que mediar entre el precio del dólar y las necesidades de la gente es el Estado”, señaló a Cash Roberto Dvoskin, docente de la Universidad San Andrés. “Se pueden crear organismos como la Junta Nacional de Granos, que existió en el pasado, para intervenir en el mercado regulando el precio. A la vez, el Estado debe conseguir que las grandes cerealeras, que comercializan la mayor parte de la producción agropecuaria, actúen responsablemente, tanto en la relación con los productores como en la liquidación de divisas”. Para el economista, la gravedad de la situación indica que, si es necesario, “habrá que nacionalizar temporariamente el comercio exterior”.
Durante gran parte de la década pasada los productores agropecuarios sufrieron penurias. En 1992 y 1993, con buenos precios internacionales y bajas tasas de interés, se endeudaron invirtiendo en maquinarias para modernizar la producción. A partir de 1994 los precios de los granos se desplomaron y las tasas se fueron a las nubes. En total hay diez millones de hectáreas hipotecadas con el sistema bancario. Miles de pequeños productores ya perdieron sus tierras. Otros esperan salvarlas gracias a la devaluación que valorizó su producción. Ahora luchan para que el Gobierno no siga subiendo las retenciones a las exportaciones para no perder una porción de las ganancias extraordinarias que esperan conseguir.
Canadá y Australia, dos grandes productores de alimentos como Argentina, solucionaron el problema de estos picos de precios, que un año funden a los productores y el otro disparan los precios internos, regulando la comercialización. Crearon organismos que intervienen en el mercado para conseguir un precio estable, que aliente la producción y no genere efectos inflacionarios en sus mercados internos. En el país, la comercialización está concentrada en unas pocas cerealeras, Cargil, Monsanto y Bunge, entre ellas, que ganan siempre, porque son intermediarias y trasladan al mercado interno todo el peso del alza de los precios.
El aumento de las retenciones a las exportaciones agropecuarias viene a compensar en parte los efectos de ese problema. Pero aun así la suba de los granos y otros alimentos primarios superará el 100 por ciento. Incremento que redundará en un ajuste de la canasta básica alimenticia de aproximadamente un 50 por ciento. Los más pobres, los que están a punto de caer en la indigencia, utilizan el 80 por ciento de sus ingresos en la compra de alimentos. Así, por más que habiten en una país que produce más de 11 millones de toneladas de verduras y hortalizas anuales –cantidad suficiente para que consuma un kilo por día toda la población– y dos millones de toneladas de carne vacuna, conviven con el hambre.
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