No inflen...
› Por Fernando Krakowiak
Luego de varios meses sin cambios, los alimentos han comenzado a aumentar. Según un relevamiento de la Subsecretaría de Defensa de la Competencia, al que accedió Cash, durante mayo subieron un 2,5 por ciento en promedio, el mayor crecimiento desde septiembre de 2002. Los productos que más treparon fueron el tomate (82,5 por ciento), la lechuga (39,7) y otros bienes de la canasta no afectados por motivos estacionales como el café molido (6,5), la yerba (4,4), el queso por salut (2,4) y el arroz (2,1). Las subas se reflejan en el aumento del Indice de Precios al Consumidor que pasó de 0,3 por ciento mensual en el último año a 0,9 por ciento en abril y 0,7 en mayo. Los analistas consultados por Cash destacaron entre las causas que explican el aumento de los alimentos la recuperación de los márgenes de ganancia del sector minorista que acompaña al incipiente aumento de la demanda, la falta de competencia al interior de las distintas cadenas alimentarias y el descongelamiento de las tarifas de luz y gas. La suba de precios genera preocupación en el Gobierno, ya que la inflación en Argentina ha sido históricamente uno de los principales factores de desequilibrio político.
Un estudio reciente de la consultora Latin Panel revela que el 60 por ciento del gasto de consumo de los hogares de bajos ingresos se concentra en apenas diez productos: leche, gaseosa, pastas, aceite, galletitas, yogur, cerveza, yerba, soda y detergente para la ropa. El Gobierno apunta a mantener bajo control a los formadores de precios en esos sectores, un grupo selecto de empresas productoras, en su mayoría exportadoras, que han venido operando de manera oligopólica para preservar su tasa de rentabilidad, y las grandes cadenas de supermercados e hipermercados que concentran el 32 por ciento de las ventas minoristas y un amplio margen de ganancia.
Por el lado de la producción, en el sector de los lácteos siete compañías controlan el 80 por ciento del mercado entre las que se destacan SanCor y Mastellone. El 90 por ciento de la venta de aceite refinado de girasol es manejado por apenas seis empresas lideradas por Molinos Río de la Plata y Aceitera General Deheza. En panificación, Fargo, Bimbo y La Veneciana acumulan el 85 por ciento de las ventas y, en galletitas, la francesa Danone (Bagley), la norteamericana Nabisco (Terrabusi, Mayco, Capri y Canale) y Arcor (Lía) concentran el 80 por ciento del mercado.
Durante la década del ‘90, las autoridades no se preocuparon por los efectos que pudiera generar el oligopolio productor en un mercado de precios libres como el de los alimentos, porque argumentaban que la apertura económica y el dólar bajo alentaban la competencia externa que operaba como barrera frente a las maniobras abusivas. Sin embargo, luego de la devaluación las importaciones se derrumbaron y las góndolas fueron copadas casi exclusivamente por productos locales.
El mercado de los alimentos quedó hegemonizado por empresas que se concentraron en la exportación sin preocuparse por ofrecer precios más bajos para el mercado interno. Para frenar la suba de precios el Gobierno recurrió en 2002 a las retenciones y contó con la ayuda involuntaria de un sector minorista que no llegó a trasladar a precios todo el aumento proveniente de los otros eslabones de la cadena, porque la demanda no lo convalidó debido al congelamiento salarial. Por ejemplo, entre enero de 2002 y diciembre de 2003, el trigo subió un 168 por ciento, pero el incremento de la harina de trigo en el sector mayorista fue de 108 por ciento y el precio minorista subió “apenas” un 86 por ciento. En el caso del arroz, el grano aumentó un 367 por ciento, el precio mayorista subió un 180 por ciento y el minorista, un 131 por ciento. Otro ejemplo es el de los lácteos que, durante 2003, subieron un 17,5 por ciento a nivel mayorista y un 11,5 por ciento en los comercios. Esa reducción de márgenes del sector minorista ha comenzado a ser revertida porque los aumentos salariales del sector privado, los empleados públicos y los jubilados se destinan al consumo, convalidando aumentos de precios que licuan la mejora momentánea del poder adquisitivo. El economista Roberto Dvoskin afirmó a Cash que “en 1998 las cadenas de supermercados tenían los márgenes de ganancia más altos de mundo en su rubro. Luego comenzaron a retroceder por la crisis, pero lentamente están reposicionándose”. Esos márgenes son los que permiten realizar “ofertas increíbles” de hasta un 20 por ciento en ocasiones especiales en lugar de tener los precios más bajos todos los días. En la Secretaría de Defensa de la Competencia admiten esa situación. Patricia Vaca Narvaja, titular del organismo, anticipó a Cash que en los próximos días va a comenzar a realizar un relevamiento de 42 productos en los supermercados para que la gente pueda comparar precios entre cadenas y “detectar ofertas que no son tales”.
Por el lado de los productores también están resurgiendo presiones inflacionarias, ya que en varios sectores argumentan que el aumento de 4 por ciento del gasoil y la crisis energética encarecieron los costos. En la Subsecretaría de la Competencia afirman tener un estudio donde se demuestra que los aumentos de electricidad tuvieron, hasta ahora, una incidencia menor al 1 por ciento en los costos de la industria alimentaria. Pero no hay disponible un análisis de los márgenes de ganancia existentes en los distintos eslabones de las cadenas alimentarias que otorgue mayores herramientas al momento de sentarse a negociar. Discutir la estructura de costos, como se empezó a hacer en el caso de las garrafas, permitiría llevar más transparencia a un mercado donde la competencia y las prácticas leales aparecen como asignaturas pendientes. La amplitud de los márgenes se deduce de la notable dispersión de precios que presenta un mismo producto. Según el productor que lo venda, un kilo de queso por salut varía su precio al público entre 5 y 15 pesos, sin que pueda justificarse esa diferencia por una cuestión de mayor o menor eficiencia.
En una reciente encuesta realizada por el Grupo CCR, el 57 por ciento de los consultados afirmó que está “peor” o “mucho peor” que antes de la devaluación porque entonces “el dinero rendía más”. Las suba de precios genera una creciente insatisfacción social debido a la memoria colectiva que vincula la inflación con las peores crisis del país.
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