PORQUE EE.UU. PONE LAS ELECCIONES POR ENCIMA DE TODO
Tempestades de acero
Estados Unidos y la Unión Europea juegan con el fuego de una guerra comercial. El primero apuesta a que no ocurrirá.
Por Claudio Uriarte
Nadie esperaba que la reunión de esta semana en París de los países productores de acero terminara en algo sustantivo, y efectivamente todo se resumió en vagos sermones contritos sobre la necesidad de bajar la producción de manera concertada, mientras la mayoría de los representantes nacionales concentraba su furia privada en la decisión tomada en marzo por George W. Bush de proteger su propia, ineficiente y poco sustentable industria siderúrgica mediante una suba de aranceles del 30 por ciento. Esta decisión, que se basa en la necesidad de Bush de asegurarse los votos de estados clave en las elecciones parlamentarias que vienen en noviembre, está en el centro de una guerra comercial en ciernes con la Unión Europea. Nadie quiere esta guerra, pero cada vez parece más próxima.
En realidad, la trama del enfrentamiento empezó antes, cuando la Unión Europea apeló en febrero a la Organización Mundial de Comercio por otro paquete de subsidios comerciales norteamericanos, y la OMC dio la razón a la UE, abriendo el camino para la aplicación a Estados Unidos de unas sanciones económicas por 4.000 millones de dólares que constituirían, en las palabras del representante comercial norteamericano Robert Zoellick, “el equivalente de un primer golpe nuclear”. La superpotencia única no suele emplear ese tipo de metáforas si no esconde detrás una amenaza de represalia, y ésa es la razón por la que la UE todavía está tratando de negociar con Zoellick una vía fuera de la encerrona –si bien la autorización para imponer los aranceles de represalia se anunciaba para este mes–. Pero entonces se agregaron los aranceles contra las importaciones de acero, diseñadas específicamente para proteger a los productores norteamericanos de Ohio, Virginia Occidental y Pennsylvania, Estados que son todos considerados campos de batalla clave para el Senado –que Bush perdió en 2001 por la defección de uno de sus parlamentarios– en las elecciones de noviembre.
La decisión estadounidense gatilló otro reclamo de la UE y otros productores afectados –tales como Brasil y Japón– a la OMC, pero, considerando los años que llevaría resolver el caso por esta vía, Bruselas dice estar considerando desde hace semanas una solución de contragolpe más rápida –pero cuyos efectos pueden resultar cataclísmicos–. Involucraría ir a dar la batalla en el propio terreno de Bush, compensando los 2000 millones de dólares perdidos en ventas siderúrgicas con medidas de represalía finamente sintonizadas contra los intereses políticos de la administración Bush en las elecciones. Específicamente, se levantarían barreras arancelarias contra los cítricos de Florida –el estado donde Bush ganó de manera sucia los votos que le faltaban para las peleadísimas elecciones presidenciales de 2000– y, por cierto, el acero de Ohio, Virginia Occidental y Pennsylvania.
Desde luego, nadie que conozca al laberíntico mundo de grisáceos y prudentes burócratas de la Unión Europea puede imaginar que Bruselas va a lanzar simultáneamente dos golpes nucleares económicos contra Estados Unidos –aunque el nivel de especulación muestra la gravedad de la disputa–.
De momento, lo cierto es que la administración Bush ha decidido que todo es sacrificable al objetivo de ganar la mayoría de las dos cámaras parlamentarias en las elecciones. Puede arriesgar incluso una guerra comercial –en el marco de una recuperación aún muy frágil–, pero sólo porque confía en que el otro tiene aún más que perder.