INFORME ESPECIAL: Sobreocupación
Por Alejandro Bercovich
El Indec difundió el jueves pasado que la desocupación bajó a 13,2 por ciento, y sin planes sociales, a 17,6, lo que implica que en los 28 conglomerados urbanos relevados por ese organismo existen 3.170.000 personas con problemas de empleo. Que se eleva a 4,8 millones tomando en cuenta la población total. La contracara de esa población marginada del mercado laboral son los también 3 millones de “sobreocupados”, con una jornada laboral superior a las 45 horas semanales. Ese es el límite que establece el Indec para definir el exceso laboral, aunque la ley la fija en 48 horas semanales. Las sucesivas leyes de flexibilización de la década pasada, que hoy en gran parte siguen vigentes, introdujeron una serie de mecanismos que permitieron extender el tiempo de labor diario más allá de los límites recomendados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT). Y así, mientras en el mundo desarrollado se debate si la jornada laboral tiene que reducirse para paliar la desocupación, aquí los argentinos que tienen empleo trabajan en promedio más de nueve horas y media por día para sumar ingresos.
La situación se vio agravada en los últimos meses por el creciente uso de horas extra en las empresas, que incrementaron su producción pero aún no se decidieron a incorporar nuevo personal. Un reciente informe del Ministerio de Trabajo bonaerense, al que tuvo acceso Cash, revela que el sector fabril de la provincia funcionaba al 40 por ciento de su capacidad en el peor momento de la recesión y hoy trabaja al 85 por ciento, pero con dotaciones obreras que estuvieron muy lejos de duplicarse. La Encuesta Permanente de Hogares del Indec arroja como resultado que, en mayo del 2003 –último dato disponible–, un 28,9 por ciento de los ocupados trabajaba más de 45 horas semanales. La proporción de sobreocupados es superior a la del mismo mes del 2002, cuando alcanzaba el 28,1 por ciento, y quiebra la tendencia descendente inaugurada con la recesión de 1998.
La comparación internacional es desfavorable para el mercado local: las últimas cifras difundidas por la OIT indican que en la Argentina se trabajan unas 2100 horas anuales, mientras en Brasil la jornada anual no supera las 1800 horas, y en México y Chile ronda las 1900. Estados Unidos (1845) y España (1840) son los ejemplos de industrializados más cercanos al caso local, pero Alemania (1460) y Suecia (1580) lideran otro grupo con niveles muy inferiores. Incluso Japón, que hasta los años ‘80 se citaba como el paradigma de la sobreocupación, ya se ubicaba en el 2000 por debajo de las 1850 horas anuales.
Un caso aparte es el de Francia, con un promedio de 1550 horas anuales. El ex presidente Lionel Jospin impulsó desde 1998 la reducción de la jornada a 35 horas semanales, en medio de una ola de amenazas empresariales que vaticinaban quiebras masivas y una caída del Producto que pondría en jaque a la economía gala. Nada de eso ocurrió, pero tampoco se cumplió el objetivo oficial de reducir el desempleo mediante un reparto de las horas de trabajo disponibles. Sus críticos argumentaron que la falla estuvo en haber autorizado que se compute el promedio anual en lugar del semanal, lo cual habilitó a las compañías a adaptar su dotación a la demanda de sus productos o servicios, siguiendo los preceptos del just in time, que reduce los tiempos “muertos” en el lugar de trabajo. En la Argentina, esa misma prerrogativa se concedió a los empleadores a través de la primera ley de reforma laboral (Ley 24.013, sancionada a fines de 1991), que permitió “establecer métodos de cálculo de la jornada máxima en base a promedio, de acuerdo con las características de la actividad”.
El abogado Héctor Recalde, asesor de la CGT, afirmó que la sobreocupación con desocupación masiva “es el fenómeno antisolidario más grave de nuestra sociedad”. Recalde citó, ante la consulta de este suplemento, el ejemplo español, donde los hipermercados abren un solo domingo por mes, en contraste con los grandes centros minoristas locales, que registran su pico de afluencia precisamente durante los fines de semana. Y estimó quela sobreocupación afecta a uno de cada tres empleados, entre formales e informales.
La idea de reducir la jornada para crear nuevos empleos ganó fuerza en el país tras el conflicto más resonante de los trabajadores del subterráneo, en septiembre del año pasado. Según explicó a Cash uno de los delegados de la línea E, Roberto Pianelli, la reducción de la jornada a seis horas para boleteros, guardas, mecánicos y maquinistas hizo necesaria la incorporación de 500 nuevos empleados al plantel anterior de 1500. Aunque el reclamo inicial se basaba en la insalubridad del trabajo en el subte, varias seccionales sindicales y grupos de izquierda lanzaron sobre esa experiencia el Movimiento Nacional por la Jornada de Seis Horas. En su primera publicación, los técnicos del grupo calcularon que una reducción de esa magnitud en toda la economía generaría unos 3 millones de puestos de trabajo.
El principal asesor de la OIT en la Argentina, Alfredo Monza, advirtió que el impacto sobre el empleo no es tan fácil de estimar, pero coincidió con los activistas de las seis horas en que si no se intensifica el trabajo ni se cambian sus condiciones, sí hay una relación aritmética entre el límite a la jornada y la cantidad de empleados. El economista apuntó que en Alemania Occidental el Producto creció un 200 por ciento entre 1960 y 1990 y la productividad un 213 por ciento, lo cual hizo necesarias menos horas-hombre que al principio para producir el triple de bienes y servicios. “Igual el empleo creció un 28 por ciento, pero si la jornada no se hubiera reducido un 25 por ciento, habría caído junto con el insumo físico de horas”, precisó.
En definitiva, la mayoría de los especialistas coincide en que la prioridad debería ser que se respete el límite de 48 horas semanales ordinarias que aún mantiene la legislación vigente. Y que se liquiden correctamente los pagos por horas extra, con el correspondiente desincentivo que significa su costo adicional. La subsecretaria de Programación Técnica de la cartera laboral, Marta Novik, dijo a Cash que el Gobierno empezará a seguir más de cerca el año próximo a los sectores en los que presume que se viola el límite legal de la jornada. Pero admitió que los controles se complican porque “con los salarios bajos actuales y las deficiencias del mercado de trabajo que dejó la crisis, una buena parte de los asalariados tiene varios empleos y trabaja mucho más que antes”.
Otro aspecto de ese debate referido al tiempo excesivo de trabajo se vincula con la siniestralidad laboral. Según las cifras de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, los accidentes aumentaron en el 2003 un 19,7 por ciento, el doble de lo que creció la cantidad de horas trabajadas en la industria. Ese incremento se dio en paralelo con el uso creciente de horas extra registrado en el mismo período. La explicación no es demasiado sofisticada: es evidente que nadie presta la misma atención a su seguridad en la segunda hora de trabajo que en la duodécima.
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