Dom 27.02.2005
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La celeste y blanca. Belgrano, ¿a quién le ganó?

› Por Manuel Fernández López

La celeste y blanca

Hoy cumple años. Nació este mismo día pero en 1812, en las barrancas del río Paraná, al calor del pueblo rosarino allí congregado, para identificar con sus colores a la batería Independencia y al alma de una nueva nación. Su papá, un hombre de mediana edad, había dedicado la mitad de su vida a estudiar economía y a aplicar ese conocimiento como funcionario, y sólo poco más de un año a servir a la patria como militar. Había viajado a España en 1786, apenas adolescente, para seguir la carrera de leyes y regresar luego como apoyo de su padre. Pero en Zaragoza ya había prendido el virus de la Economía Política, y la Revolución Francesa despertaría en él la urgencia por aprender la ciencia nueva, que aún no se enseñaba en las aulas universitarias: “Mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender como al estudio de los idiomas vivos, de la Economía Política y el Derecho Público”. Poco antes, el profesor de Salamanca, Ramón Salas y Cortés, había creado una Academia de Derecho Español y Práctica Forense. A ella se vinculó, y en sus reuniones se leían las Lecciones de Antonio Genovesi, recién traducidas, y Salas aportaba sus críticas a la obra. De los Apuntamientos de Salas a Genovesi, aprendió que los derechos de Libertad, Igualdad, Seguridad y Propiedad fueron concedidos por Dios y la naturaleza, y debían formar el cimiento de las sociedades. “Como en la época de 1789 me hallaba en España y la Revolución de la Francia hiciese también la variación de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad y propiedad.” Mientras en una monarquía todos eran hijos de un padre, como decían los fisiócratas, y su relación era la de subordinación, en una república todos eran hermanos, y su relación la de igualdad. De igual modo, la relación metrópoli-colonia era de subordinación, y la independencia entre las naciones era de igualdad. El principio de igualdad era, pues, subversivo para una monarquía. Ella le conduciría a promover la independencia política de su patria, que manifestó al expresar su deseo “de que formásemos una de las naciones del mundo”. La independencia, por su parte, requería una identidad nacional. Los símbolos patrios –la escarapela, la bandera, el escudo, la moneda, el himno– fueron todos creados en 1812-13, y resultado natural de la independencia política.

Belgrano, ¿a quién le ganó?

¿Tucumán, Salta, Las Piedras? Hay otra batalla que nos ganó a los argentinos de hoy: la de las ideas. Belgrano tradujo al castellano las Máximas de Quesnay e hizo suyas algunas doctrinas fisiocráticas. Pero también hizo propias ideas antifisiocráticas, como considerar productivos el comercio y la industria. Belgrano se informó ampliamente de la literatura económica más variada, utilizando para ello todos los medios a su alcance. Pero del no adherir a una escuela determinada se infiere que no consideraba al conocimiento económico como algo ya hecho, capaz de implantarse sin cambios en un país o en otro, más allá de sus distintas realidades. La economía, entonces, debía construirse, tomando del conocimiento existente aquello que fuera útil según la situación real del propio país, el proyecto político y las necesidades del pueblo. O como él decía: “A favor de la patria y el bien común”. La Revolución de Mayo fue una manifestación de anhelo de independencia política, pero que por sí sola no alcanzaba para que el país saliera del estancamiento y el atraso. “Era llegado el caso –escribió Belgrano– de trabajar por la patria para adquirir la libertad e independencia deseadas.” Era un cambio de proyecto nacional, que venía a dislocar profundamente el papel de actores y de beneficiarios, cuáles eran los objetivos y cuáles las reglas del juego. Estaba llamada a despertar la furiosa oposición de quienes hasta ese momento habían basado su modo de vida y sus intereses en privilegiosobtenidos del estatuto colonial. Una oposición al cambio que se intentó a sangre y fuego, para lo cual fue necesario oponer una fuerza armada propia y para ello movilizar recursos donde no los había. Nacido débil, sin perspectiva de ayuda externa, el gobierno estaba obligado a elevar el nivel de vida de la población, redistribuyendo la riqueza de aquellos amparados en privilegios: “Como lo aseguran todos los economistas -escribió–, la repartición de las riquezas hace la riqueza real y verdadera de un país, de un Estado entero, elevándolo al mayor grado de felicidad. Mal podría haberla en nuestras provincias, cuando existiendo el contrabando y, con él, el infernal monopolio, se reducirán las riquezas a unas cuantas manos que arrancan el jugo de la patria y la reducen a la miseria”. Con media población pobre, la riqueza concentrada en pocas manos, Belgrano hoy nos gana por goleada.

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