Domingo, 25 de junio de 2006 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Las cifras del indicador que adelantó que la economía avanzó 6,4 por ciento en abril respecto al mismo mes del año pasado sorprendió a los funcionarios del Palacio de Hacienda. El interrogante que emergió con fuerza refiere a si la economía descendió un escalón en su marcha acelerada de crecimiento. El velocímetro ya no marcaría del 8 al 9 por ciento, sino que habría bajado a correr en la franja del 6 al 7 por ciento. Los Miceli boy’s sostienen que es prematuro concluir que el tren bajó un cambio porque apuntan dos factores principales para explicar ese resultado: primero, que abril de este año contabilizó menos días laborales que el mismo mes de 2005, y segundo, que en este período el agro tuvo un aporte menor respecto al anterior, que fue record. Mencionan que el crecimiento sube a 7,6 por ciento en términos desestacionalizado, al anular el efecto de diferentes jornadas laborales en abril de cada uno de esos años. Y destacan que a nivel agregado en el primer cuatrimestre la economía mostró un crecimiento en el umbral del 8 por ciento, al ajustar el dato de marzo en 0,6 puntos y ahora registrar una variación interanual de 8,3 por ciento. También señalan que los datos de la industria y la construcción en mayo han sido muy robustos, lo que adelanta una recuperación de la marcha por el sendero que la economía viene transitando en los últimos cuatro años. De todos modos, más allá de las cifras de uno u otro indicador para un solo mes, la pregunta relevante es si el actual modelo de dólar alto brinda certidumbres de desarrollo en el mediano plazo.
En un reciente y muy interesante documento de la Fundación de Investigaciones para el Desarrollo (FIDE), Los grandes ciclos en la economía argentina, se indica que en el país, desde su incorporación a la división internacional del trabajo en el último cuarto del siglo XIX, se puede detectar la sucesión de cuatro grandes etapas:
Una de las características de esos ciclos es que cada uno ha durado de 25 a 30 años. “Como cualquier proceso de tal extensión se verifican auges y depresiones”, se destaca en el informe de FIDE, para señalar que “un común denominador en cada una de esas fases cíclicas es el muy nítido predominio de una concepción determinada en materia de política económica”. Y agrega: esa concepción “se refleja en las prioridades del modelo de acumulación y la correlación de ganadores y perdedores” de esa estrategia. En general, el camino elegido sintonizó con lo que ocurría en los países centrales, no sólo en materia de comercio y finanzas, sino también con respecto a las ideas predominantes en el discurso económico. Se da “una consistencia exitosa entre los fenómenos externos, la ideología predominante y las políticas internas desenvueltas por la Argentina”.
En esa instancia, el documento de FIDE, centro de estudios liderado por Héctor Valle y Mercedes Marcó del Pont, se pregunta: “¿Puede la Argentina estar ingresando actualmente en otra fase larga de su historia económica donde altas tasas de crecimiento, más allá de fluctuaciones puntuales, sea su común denominador, consolidando un piso para el desarrollo potencial muy superior a los del pasado?”.
Resulta aventurado encontrar un respuesta contundente a semejante desafío. Sin embargo, la dupla Valle-Marcó del Pont se arriesgan afirmando que “no deberían ignorarse las grandes posibilidades existentes de que la Argentina ingrese en otro ciclo largo donde predominen los años de crecimiento sostenido”. Ese optimismo lo justifican indicando que las condiciones comerciales externas son favorables, que la política del dólar alto es exitosa para impulsar el crecimiento, que las matriz energética es diversificada y menos vulnerable, que se han ganado grados de libertad en la política económica luego del pago al FMI y que el Gobierno tiene consenso en la población.
De todos modos, hoy no existen, a diferencia de los cuatro ciclos mencionados, concepciones tan definidas a nivel mundial sobre la forma de impulsar el desarrollo en la actual fase económica. Una de las particularidades de esta época es que después del fracaso del consenso de Washington no ha emergido con fuerza otro cuerpo de ideas predominantes. Más bien se presenta como un momento de transición, de prueba o de readaptación. Parece, en primera instancia, apresurado estimar la consolidación de un nuevo paradigma económico, el comienzo de un nuevo ciclo y las posibilidades de abrir un período largo de crecimiento. Es cierto que las condiciones están dadas y por ese motivo diversos analistas hablan de la “oportunidad” que tiene el país. Pero todavía hay muchas herencias de los noventa (estructura tributaria, régimen previsional, perfil agroexportador, extranjerización, sistema financiero, concentración de mercados) que no se han tocado.
A tono con el clima mundialista y como diría el Bambino Veira, “la base está”. Ahora habrá que ver si hay equipo para jugar.
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