Domingo, 25 de junio de 2006 | Hoy
AGRO › ESTUDIO DEL CENDA SOBRE LA CRISIS EN LA CADENA CARNICA
Por Susana Díaz
La carne pesa 2,51 por ciento en el IPC. Cuando los acuerdos de buena voluntad frente a las subas permanentes ya no fueron posibles la “política del hacha” –mal que le pese a los sectores más sensatos de la sociedad– cumplió su cometido y los precios bajaron, aunque no de manera homogénea a lo largo de la cadena. Por estos días comenzó a funcionar un nuevo índice oficial para contrarrestar los manejos de Liniers. Y arriba de muchos escritorios quedaron las amenazas de fiscalización a las carnicerías y las carpetas con variados planes ganaderos. Pero el tema carne abandonó el centro de la escena pública, lo que significa que hay calma, al menos por ahora. Un buen momento, quizá, para la serena reflexión.
Un buen punto de partida puede ser observar qué pasa cuando un grupo de economistas independientes, lo que en este caso sólo quiere decir “no financiados por sectores interesados” se pone a estudiar la evolución del problema a partir de la devaluación y saca conclusiones sobre los números. En una investigación del Cenda, el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino, difundida esta semana pueden encontrarse algunos resultados, entre ellos, unos pocos son bastante conocidos: como la relación directa entre el aumento de las exportaciones y el crecimiento de los precios internos, o la causa del aumento de estas exportaciones por efecto del viento de popa en la coyuntura económica internacional, situación que elevó hasta cerca del 25 por ciento en 2005 el porcentaje de la faena destinado al exterior. El trabajo del Cenda recuerda que el porcentaje promedio exportado durante la convertibilidad era de apenas algo más que el 13 por ciento.
Los datos nuevos comienzan a partir de aquí. Si lo exportado en 2005 no se mide en cantidades sino en valor, el porcentaje sobre el total llega al 44 por ciento. En otras palabras, la importancia de las exportaciones, y en consecuencia su efecto sobre los precios internos, no pueden evaluarse correctamente en términos de su participación en volumen físico. Además, se presenta la paradoja de que a pesar de que tras la salida de la crisis los ingresos y el empleo crecieron, el consumo interno cayó a 61 kilos por habitante el último año, bastante menos que los 76 que se consumían en 1991. Los actuales niveles de consumo se encuentran bastante por debajo de cualquier promedio histórico.
Frente a la decisión gubernamental de cambiar estas relaciones, el sector productor habló de pérdida de rentabilidad y no fueron pocas las voces que, por ello, presagiaron una caída catastrófica de la producción a mediano y largo plazo. De acuerdo a la investigación del Cenda, en cambio, la actual rentabilidad del sector ganadero, por el continuo aumento de precios internos y externos, más que se duplicó con respecto a los promedios conseguidos durante la década del 90, lo que se tradujo en un aumento del 51,5 por ciento del precio de la tierra en la zona de cría, medido en dólares constantes y para el mismo período de comparación. Obviamente, si se aplica el truco de comparar contra 2002, el aumento en el valor de los campos es de casi el 110 por ciento, siempre en dólares constantes. Así, al aumento de los márgenes en el mercado deben sumarse también las ganancias patrimoniales. Sin embargo, hay un punto en que los malos presagios no se equivocan. Históricamente la oferta de carne se retrae cuando aumentan los precios para aumentar stocks, pero esta vez el comportamiento fue el contrario y los aumentos de precios fueron acompañados por liquidación de stocks, lo que de alguna manera morigeró los aumentos internos. ¿La razón? La mayor rentabilidad relativa para otros usos de la tierra, particularmente para la soja, por supuesto. En consecuencia, la evolución del abastecimiento a mediano plazo es un problema real. La solución sugerida por los investigadores del Cenda no es dejar que el precio de la carne sea fijado sin restricciones, lo que afectaría el consumo interno sino, con un enfoque integral y vía retenciones, bajar la rentabilidad relativa de la soja.
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