NOTA DE TAPA
› Por Fernando Krakowiak
La devaluación incentivó una reactivación productiva que todavía se mantiene. En los últimos cuatro años, la economía creció más de 30 por ciento, la inversión superó los 20 puntos del Producto y las exportaciones aumentaron casi 50 por ciento. La renegociación de la deuda pública y el mantenimiento de los superávit fiscal y comercial resultaron fundamentales para generar mayor previsibilidad y limitar las estrategias cortoplacistas de valorización financiera. Ahora, la industria parece tener una mejor proyección. Sin embargo, la especialización productiva y el tipo de inserción internacional de la economía aún siguen sin definirse.
Los economistas coinciden en que la Argentina les debe agregar valor a sus exportaciones y ampliar sus mercados para evitar el “estrangulamiento” de la Balanza de Pagos que suelen sufrir los países que no generan las divisas necesarias para financiar las importaciones que requiere su proceso productivo. Se recomienda generar “saltos” de productividad y calidad para mejorar la competitividad de manera “genuina” y no estar dependiendo de las devaluaciones que pulverizan los salarios reales. Algunos ponen como ejemplo a seguir los procesos de industrialización de países asiáticos como Corea; otros se entusiasman con el modelo de las pymes italianas que apuestan por el diseño. También están los que ven el futuro en la “economía del conocimiento” que se despliega en Silicom Valley o en nichos similares al que aprovecha la India con el desarrollo de la industria del software. Los ambiciosos sostienen que la Argentina puede producir lo que se proponga, mientras que los cautelosos aseguran que hay que basarse en las ventajas comparativas que brinda la naturaleza y desde allí avanzar sobre las etapas más complejas de las cadenas productivas.
Bernardo Kosacoff, director de la Cepal, señaló a Cash que una opción consiste “en aprovechar mejor las actividades en las que el país es competitivo, como es el campo de los recursos naturales y los insumos básicos, incorporando más innovación y más calificación de recursos humanos en términos de tramas productivas que profundicen las cadenas de valor agregado”. Eso implicaría, por ejemplo, pasar de la chapa de acero al producto mecanizado, de la petroquímica básica a la química fina y del cuero semifacturado a la ropa de cuero con alto diseño. Kosacoff agrega que también “se pueden desarrollar nichos específicos como el software, la biotecnología y la telemedicina, pero para eso se necesita tener una masa crítica mucho mayor”.
En la actualidad, la estructura exportadora se concentra casi exclusivamente en productos primarios y manufacturas basadas en recursos naturales. Las manufacturas de tecnología intermedia y alta no llegan al 20 por ciento de las exportaciones totales, mientras que en el conjunto de los países de América latina y el Caribe promedian el 45 por ciento, en la Unión Europea, el 60, en Corea, el 70 y en Japón, el 80 por ciento. Esos datos tienen relación directa con lo que invierte cada país en investigación y desarrollo. Según información citada en un interesante informe sobre especialización productiva e inserción internacional, elaborado el año pasado por el investigador Fernando Porta del Centro Redes, la Argentina invierte en I&D el 0,4 por ciento del PIB, frente a un promedio de 0,6 para América latina, 1,7 para Europa y 2,6 por ciento para Estados Unidos.
La apuesta por los sistemas educativo y científico-tecnológico resulta fundamental para mejorar el patrón de especialización porque la previsibilidad generada por los indicadores macroeconómicos es una condición necesaria pero no suficiente si se quiere lograr un salto de calidad. Hasta ahora, el Gobierno logró generar esa mayor previsibilidad, pero no generó avances sustantivos en la microeconomía, más allá de algunos incentivos puntuales para la industria del software y la biotecnología. La escasez de recursos públicos para financiar políticas de promoción sin duda es una limitación, pero el principal freno está relacionado con la falta de prioridades, pues aún no está claro cuál es el perfil productivo que se debe empezar a construir. La cuestión no es que no se haya llegado a un consenso sino a la ausencia de debate, pues ese perfil condicionará el desarrollo futuro del país.
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