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Sábado, 20 de julio de 2002

DESPUES DE LA PEOR SEMANA BURSATIL DESDE 1998

Crash Incorporated

El capitalismo de los 90 terminó de morir y puede estarse en medio de una “doble recesión”.

 Por Claudio Uriarte

Fue la peor semana para Wall Street desde octubre de 1998, cuando –parcialmente debido al impacto de la crisis de Rusia, que había devaluado su moneda y entrado en default de su deuda interna– el índice industrial Dow Jones cayó por debajo de los 8000 puntos. Esa marca volvió a desfondarse el viernes y el motivo es una suerte de crisis rusa instalada dentro de la economía estadounidense: el default serial de las grandes corporaciones en la confianza de consumidores y votantes, un gobierno cuyos principales funcionarios aparecen cada vez más en connivencia con esas corporaciones –y cuyo presidente, George W. Bush, fue desenmascarado esta semana por el economista Paul Krugman como poco más que un vulgar estafador en su compra del equipo de béisbol Texas Rangers a fines de los 80– y una economía que, lejos de recuperarse, es cada vez más deficitaria en cada frente, y bien puede estar en el medio de una double-dip recession, una recesión donde una caída sólo es sucedida por otra.
De algún modo, lo que iba a pasar quedó prefigurado el lunes, otro día de pánico que fue gatillado por un catastrófico discurso de George W. Bush en la Universidad de Alabama, donde, sordo a las críticas, el accidental jefe de la Casa Blanca intentó torpemente depositar la culpa de los escándalos empresarios en su predecesor Bill Clinton. El mercado respondió huyendo. Luego fue el turno de Alan Greenspan, titular de la Reserva Federal. Greenspan es un personaje más serio que Bush: de hecho, lo que está pasando es el cumplimiento de su profética advertencia de 1997, cuando dijo que Wall Street estaba atravesando un período de “exuberancia irracional”. Pero esta vez, el republicano Greenspan estuvo tan poco serio como el presidente: por dos días consecutivos, bajo el escrutinio de los comités de Finanzas del Senado y la Cámara de Representantes, el jefe de la FED repitió que todo estaba bien. Fue un ejercicio de negación que sólo un niño –y uno no demasiado inteligente, hay que decirlo– podría haberse creído: los déficit de cuenta corriente no importan, la caída del dólar no importa, el creciente déficit fiscal no es el resultado de las billonarias rebajas de impuestos para ricos y corporaciones de George W. Bush, la recuperación está en marcha, los escándalos financieros pasarán y, para rematarlo todo, “los fundamentos de la economía están en su lugar para un retorno a un sólido crecimiento sostenido”. Era demasiado, pero por un par de días los mercados simularon creerle, posiblemente forzados por los consejos de las empresas de corretajes que, interesadas en mantener el precio de las acciones, hicieron de prudente loro de las declaraciones de Greenspan.
Sin embargo, para el jueves todo había cambiado. AOL-Time Warner, el grupo de medios e Internet más grande, fue hallado culpable de “contabilidad creativa”; Solomon Smith Barney, la mayor firma financiera de EE.UU., fue acusada ante la Justicia por un ex empleado de haber favorecido las acciones de compradores privilegiados a cambio de un retorno posterior, y se había revelado que el vicepresidente Dick Cheney, en lo que ya es la jugada “peón 4 al rey” del fraude empresario, había comprado acciones de la petrolera Halliburton cuando era su presidente y las había vendido en el último momento posible –sabiendo que iban a caer– ganando 18,5 millones de dólares en la transa. Para el viernes, Daimler-Chrysler y Johnson & Johnson estaban bajo la lupa del Departamento de Justicia. El resultado acumulativo fue la catástrofe de Wall Street y el resto de las bolsas del mundo: el derrumbe de un castillo de naipes financieros que inevitablemente arrastrará a la llamada “economía real”.

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Alan Greenspan bajo los reflectores del Congreso.
 
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