Dom 03.12.2006
cash

NOTA DE TAPA

Corralito de oro

Hace hoy cinco años, entraba en vigencia el corralito, que implicó la reprogramación de vencimientos de depósitos por un total de 55.000 millones de pesos. Aunque suene increíble, para muchos ahorristas el corralito fue un buen negocio. El dinero que les quedó atrapado en los bancos les dejó, pasados cinco años, más dólares en los bolsillos que si no hubiese existido la crisis

› Por Claudio Zlotnik

Parece imposible pero no lo es. Aunque suene increíble, para muchos ahorristas el corralito fue un buen negocio. El dinero que les quedó atrapado en los bancos les dejó, pasados cinco años, más dólares en los bolsillos que si no hubiese existido la crisis. Los que más satisfechos quedaron fueron quienes aceptaron la última oferta que Roberto Lavagna les hizo para saltar el cerco. Un inversor que en noviembre de 2001 tenía 10.000 pesos/dólares en un plazo fijo en el banco, quedó en el corralito y en abril de 2003 adhirió al denominado Canje 3 aceptando Boden 2013 como parte de pago, ahora posee 15.300 dólares. En el supuesto caso de que la convertibilidad se hubiese mantenido en pie, el mismo ahorrista, con su plazo fijo rindiendo un 7 por ciento anual en dólares –renta usual en el uno a uno– tendría hoy 14.026 dólares. Un total de 1274 dólares menos. Los depositantes que se plegaron a los dos canjes anteriores también salieron bien parados, mientras que los grandes derrotados fueron aquellos que rechazaron los sucesivos convites y permanecieron encerrados con sus Cedros hasta el final.

Hace justo hoy cinco años entraba en vigencia el corralito. Con los números a la vista, la promesa de Eduardo Duhalde en las primeras horas de 2002 fue alcanzada por la mayoría de los acorralados, aunque no como lo había previsto el entonces titular del Poder Ejecutivo. La recuperación de todos los dólares fue para quienes adhirieron a los sucesivos canjes y para aquellos que tuvieron un amparo a su favor (ver recuadro aparte). Lo que no estaba claro por entonces y que ahora quedó a la luz es que la alegría de los depositantes tuvo un elevado costo que pagó el resto de la sociedad. Los Boden 2012 y 2013 que se emitieron para complacerlos forman parte de la todavía pesada deuda que carga la mochila del país.

También quedó en evidencia que en aquel 3 de diciembre de 2001, con la instauración del corralito, se iniciaba el fin de una época. Más de un millón de ahorristas quedaban impedidos de reencontrarse con sus ahorros. Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo intentaban aferrarse con desesperación a lo que quedaba de la convertibilidad. Pero la fuga de capitales, en medio de la creciente desconfianza, era imposible de frenar. Por cadena nacional, el ex ministro de Economía intentaba, en vano, convencer a los argentinos de que la imposibilidad de contar con más de 250 pesos semanales en efectivo era una medida que favorecería la bancarización y la superación de la crisis. Los cacerolazos taparon su discurso desde un estudio de televisión. Tampoco nadie le creyó que el corralito duraría nada más que 90 días. Los escépticos tuvieron razón: la última criatura de Cavallo se extinguió recién 1356 días después. De diferentes maneras, los ahorristas fueron recuperando, ya sea totalmente o en parte, su dinero. A un lustro de aquel infierno, la Corte Suprema está a punto de convalidar la pesificación. Es el último paso que resta para la normalización total de la economía.

El corralito implicó la reprogramación de vencimientos de depósitos por un total de 55.000 millones de pesos. Fue el golpe para frenar la huida de capitales. Durante aquel 2001, el derrape de plazos fijos había alcanzado a 29.000 millones de pesos/dólares. Las reservas del Banco Central habían caído en 19.000 millones de dólares. Los bancos fueron totalmente cubiertos por láminas de metal que rápidamente recibieron martillazos y pintadas. Eran receptoras del odio de los ahorristas. Afuera había filas interminables de los clientes que querían realizar una transferencia electrónica o con el fin de abrir nuevas cuentas a la vista para apresurar la recuperación de los depósitos. Era una carrera caótica contra la bomba de tiempo en que se había convertido el uno a uno. En medio de sucesivos feriados bancarios y cambiarios, la indignación se potenciaba, y ese triste panorama se convirtió en una clásica postal de aquel fin de año inolvidable.

Pasaron dos meses y medio hasta que los ahorristas pudieron comenzar a recuperar su dinero. De la Rúa y otros tres presidentes de la Nación se sucedieron caóticamente por la Casa Rosada en ese período. Y el edificio de avenida Del Libertador donde vive Cavallo era uno de los centros de convocatoria de los caceroleros.

A mediados de febrero de 2002, cuando la devaluación ya se había precipitado, algunos inversores adhirieron a la alternativa que les acercaron Eduardo Duhalde y Jorge Remes Lenicov: la utilización de los certificados de depósitos para adquirir inmuebles, maquinaria agrícola e industrial y automóviles cero kilómetro. En ese momento también hubo desprogramaciones para los denominados “casos especiales”: personas mayores de 75 años, indemnizaciones por despido, el pago de los seguros de vida o por accidentes y aquellos que necesitaban un tratamiento médico.

En simultáneo, otros inversores habían encontrado un atajo legal para saltar el corralito: los amparos judiciales. Las medidas cautelares dictadas por los magistrados se convirtieron en protagonistas centrales de la historia. El goteo era incesante y el volumen crecía día a día, para desesperación de los funcionarios. Durante aquel 2002, los jueces avalaron la salida de entre 1200 y 1500 millones de pesos mensuales. En diciembre de aquel año se quebró el record, con una fuga de 2100 millones de pesos. El temor del gobierno era que ese flujo de dinero alimentara una disparada de la cotización del dólar y de la inflación.

No hubo una regla para los amparos. Hubo jueces que habilitaban el amparo al tipo de cambio del día, pero hubo casos en donde se ordenó cotizar a cuatro pesos por dólar. Algunos ordenaban la devolución total del depósitos, pero otros habilitaron la restitución de sólo una parte. En ABA, la asociación de bancos extranjeros, se guarda celosamente una carpeta con toda la documentación de aquellas jornadas. La cuestión vuelve a tomar dimensión ahora, que la Corte Suprema está a punto de volcarse a favor de la pesificación. Una decisión del alto tribunal definirá la suerte de unos 50 mil juicios entablados por ahorristas que quedaron atrapados en el corralito y reclamaban por sus fondos.

En la city están entusiasmados con un fallo definitivo de la Corte. Banqueros consultados por Cash no descartaron un intento por cobrarse la diferencia entre lo que marque el dictamen del tribunal y lo efectivamente cobrado por los amparistas. Los financistas ya le pusieron un número a ese eventual polémico reclamo: 9700 millones de pesos.

El corralito se extinguió hace 15 meses. Exactamente el 21 de agosto de 2005, cuando venció la última reprogramación de Cedros. Pero la recuperación del sistema financiero se había iniciado mucho antes. Desde el estallido de 2001, los depósitos totales escalaron desde un piso de 67.500 millones a los actuales 160.000 millones de pesos. Los plazos fijos, que tocaron un mínimo de 27.000 millones, justo antes de las restricciones, ya saltaron a 74.500 millones de pesos. La mejora no es un dato novedoso. Contra algunos augurios apocalípticos, los ahorristas ya habían vuelto a confiar en las instituciones a partir de agosto de 2002. Habían pasado apenas ocho meses desde la explosión de la crisis. En aquel momento, las entidades financieras pagaban amparos por una ventanilla y recibían depósitos por otra, de parte de inversores que no querían perderse los elevados rendimientos de los nuevos depósitos. Por un plazo fijo de entre 15.000 y 20.000 pesos se ofrecía una tasa de interés promedio del 60 por ciento anual.

Bajo ese escenario ya empezaban a desmoronarse las predicciones de algunos gurúes de la city. No hubo una división entre la banca “transaccional” (que se dedicaría exclusivamente a brindar servicios básicos, como el cobro de servicios o el otorgamiento de tarjetas de crédito) y de “inversión” (dirigida a tomar depósitos y dar créditos). A cinco años del corralito, la realidad es totalmente distinta. Con el paso del tiempo, las entidades financieras se fueron aggiornando a la nueva situación: ofrecieron cajas de seguridad e impulsaron la utilización de las tarjetas de débito y de crédito, en este último caso sellando acuerdos con empresas de primera línea para ofrecer descuentos especiales a sus clientes. En el 2006, con los préstamos al consumo creciendo a un ritmo anual del 45 por ciento, con tasas promedio del 40 por ciento, y cobrando sus costos cada vez más onerosos, los bancos están mostrando balances robustos. Ganan cada vez más dinero y viven su propia fiesta (ver recuadro).

A cinco años del corralito, en un contexto de euforia que contrasta con el depresivo 2001, hasta algunos vocablos que se habían puesto de moda también fueron enterrados junto con la crisis: Cedros y amparos forman parte de esa triste pero recordada nómina.

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