Dom 29.07.2007
cash

Más buena que mala

› Por Marcelo Zlotogwiazda

Fue verdaderamente asombroso observar cómo en apenas 72 horas la agenda pública pasó a tener como tema prioritario un problema inverso al que estaba planteado desde hacía mucho tiempo. De la preocupación sobre cómo evitar la revaluación del peso se pasó en un santiamén a la alarma por un aumento en la cotización del dólar. La histeria es más llamativa aún si se tiene en cuenta que los nervios fueron ocasionados por un salto menor al 4 por ciento, es decir equivalente al aumento de precios que registró el IndeK en lo que va del año, y por ende inferior a la inflación real.

Por supuesto que hay razones históricas para comprender sociológicamente la reacción de un público no avezado en materia económica. Lo que no se puede entender sino bajo la hipótesis de deshonestidad intelectual es que especialistas diagnosticaran el caso como potencialmente grave.

Todos ellos saben que el cuadro de situación en el que se dio la suba del dólar está enmarcado dentro de las siguientes cuatro realidades macroeconómicas: superávit externo, excedente fiscal, variables monetarias bajo control y reservas en el Banco Central superiores a los 44.000 millones de dólares. Bastaría este último dato para descartar completamente todo pronóstico apocalíptico. Y si se considera el cuadro entero no cabe otra que minimizar casi al extremo la probabilidad de que el dólar se dispare sin control. Más aún teniendo en cuenta un quinto dato de importancia superlativa: al margen de las preferencias, es indiscutible que el Gobierno ejerce un fuerte dominio político.

Si bien es cierto que la manera abrupta en que el dólar pegó el saltito no era lo más aconsejable, lo que sucedió tiene más de bueno que de malo, si tal como se supone el tipo de cambio va a moverse de aquí en más en una franja algo más elevada que el escalón en el que estaba. Por empezar, el reacomodamiento interrumpió al menos transitoriamente la tendencial pérdida de competitividad que venía soportando la economía por la combinación de un dólar estancado con costos en alza. El deterioro resultante de ese desfase de las variables domésticas ha estado en parte neutralizado por un atraso cambiario muchísimo mayor en Brasil, donde el dólar llegó a derrumbarse por debajo de 1,90 reales. De todas formas, la pérdida por goteo era un nubarrón en el horizonte para un modelo que tiene como eje de apoyo al dólar alto.

En segundo lugar, el movimiento en el precio de la divisa torna más riesgosa la bicicleta financiera de ingresar fondos para aprovechar tasas de interés domésticas más elevadas que afuera. Tal como hace unas semanas adelantó este diario, desde Economía le venían reclamando al Banco Central que frenara esa clásica maniobra especulativa con una mayor volatilidad cambiaria y con reglamentación específica.

Se podría agregar que un dólar más alto eleva el rendimiento traducido a pesos de las inversiones que hace el Banco Central de sus reservas, lo que ensancha el margen de maniobra para cubrir el costo de la deuda que coloca para reabsorber la emisión monetaria que realiza al adquirir reservas. En otras palabras, aleja el escenario conocido como déficit cuasifiscal.

¿Era inesperado el saltito cambiario? Nadie sabía cuándo iba a tener lugar, ni tampoco que iba a ser provocado por factores exógenos. Pero rebobinando la película hasta diciembre de 2006, se descubre que la mayoría de los pronósticos ubicaban el dólar en torno de los 3,20 para fin de este año. Es verdad que a su vez nadie vaticinaba un ritmo de acumulación de reservas como el que hubo (a lo sumo las proyectaban en 40.000 millones de dólares para fin de año), lo que implicaba una expectativa de menor presión a la revaluación del peso de la que se registró hasta ahora. Pero lo cierto es que la mayor compra de reservas evitó el retraso cambiario y el mecanismo de esterilización neutralizó bastante las consecuencias de la expansión monetaria.

El reacomodamiento no está exento de riesgo. Y el principal, claro está, es el traslado a precios. Al respecto vale reiterar dos consideraciones. Una es que en principio tuvo lugar una minidevaluación. Y la otra es el encuadre de situación, con superávit fiscal y externo, variables monetarias bajo control, altísimo nivel de reservas y un gobierno con suficiente poder político como para intervenir con fuerza en la puja distributiva.

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