NOTA DE TAPA
Evitar la importación de inflación se vuelve cada vez más difícil. Las revoluciones industriales asiáticas y los biocombustibles son los que impulsan el precio internacional de los productos básicos. Por ejemplo, el precio del trigo-pan en octubre alcanzó los 280 dólares la tonelada, 40 por ciento más que en octubre de 2006 y poco más de 100 por ciento por encima de enero del mismo año.
› Por Claudio Scaletta
Para quien le gusta la economía, las derivaciones generadas por algunos hechos económicos son fascinantes. A veces los astros se alinean y todo suma. Argentina crece empujada por el alza mundial en los precios de los commodities y puede desentenderse, al menos por ahora, del “viejo deterioro” de los términos del intercambio. Para un país cuya canasta de exportaciones se compone en un 69 por ciento por materias primas y Manufacturas de Origen Agropecuario y, además, no tiene dependencia de corto plazo en materia energética, se trata, literalmente, del mejor de los mundos. Algunos números básicos son contundentes: medido en valores FOB, el precio del trigo-pan en octubre alcanzó los 280 dólares la tonelada, 40 por ciento más que en octubre de 2006 y poco más de 100 por ciento por encima de enero del mismo año. El maíz, con 172 dólares la tonelada, se encuentra 18 por ciento por encima de un año antes y casi 70 por ciento por arriba de enero de 2006. Una de las principales Manufacturas de Origen Agropecuario de exportación, el aceite de soja, ya vale 855 dólares la tonelada, lo que significa un aumento de casi 60 por ciento en el último año y de prácticamente el 100 por ciento contra enero de 2006. Los aumentos, sin exagerar, son impresionantes.
Impedidos de predecir catástrofes, los economistas profesionales deben abocarse a la menos divertida tarea de analizar los problemas de la bonanza: ingresan muchas divisas, existen presiones revaluatorias para el peso, el Banco Central debe esterilizar. “Cuidado con la cantidad de dinero, con el déficit cuasifiscal y con la demanda que se recalienta”, alarman. Por suerte, para seguir trabajando, los detalles siempre serán infinitos, al igual que el espacio para las advertencias ideológicas. Pero, como casi todo en este universo, el alineamiento de los astros tiene sus bemoles: evitar la importación de inflación se vuelve cada vez más difícil. Y la inflación, malgré el Indec, es uno de los principales problemas del corto plazo.
Cuando se buscan las causas, a esta altura son pocos –hablando siempre de interesados en temas económicos– los que no se enteraron de que las revoluciones industriales asiáticas y los biocombustibles son los que impulsan el precio internacional de los productos básicos. A las causas reales se suman las nominales. Una parte del aumento de los precios internacionales responde a la depreciación del dólar, la divisa de referencia para las transacciones entre países, en relación con la canasta de las principales monedas.
Sin embargo, son las expectativas generadas por el desarrollo de los biocombustibles las que en los últimos meses hicieron saltar las cotizaciones. A tal punto, que en los países centrales ya comienza a hablarse de burbuja. Puede ser. Finalmente, se trata de la nueva realidad de la etapa financiera del capitalismo. Los inmensos capitales financieros que surcan el planeta son capaces de hacer estragos en cualquier sector donde los indicadores de rentabilidad comienzan a subir. Si hoy el negocio es subirse al alza de los commodities, hacia allí fluirán las ingentes masas de capitales especulativos haciendo lo que mejor saben: retroalimentar y acelerar los procesos.
Si es burbuja o no, para la política económica interna es sólo un detalle. Lo que importa para los hacedores de política, en lo inmediato y en la economía local, es la siempre latente posibilidad de “importar inflación mundial”. Es decir, el traslado a los precios internos de los mayores precios internacionales. Y aquí aparecen otra vez las derivaciones, aunque esta vez menos virtuosas.
Si aumenta el precio internacional del trigo, por ejemplo, aumenta la harina y aumenta el pan, sube entonces la canasta del IPC y los nervios en Comercio Interior. Si aumenta la soja y sus derivados pareciera que ello no afecta a los precios internos, pero más temprano que tarde la soja competirá con otros cultivos. Si aumentan las hortalizas en el exterior se reorienta la oferta local, cae la oferta interna y suben los precios. Si aumenta el valor promedio de las importaciones, que en la economía local son en un 89 por ciento insumos productivos –sea bajo la forma de combustibles y energía, bienes de capital o bienes intermedios–, entonces suben los precios de todas las manufacturas producidas localmente.
Pretender en este contexto evitar la “importación de inflación” es como tapar el sol con las manos, más allá de la batería de controles posibles. Los aumentos internacionales siempre se colarán por algún lado. Un buen parámetro es salirse del área chica y ver qué pasa con las principales economías latinoamericanas. Una recopilación de los datos de inflación interanual en alimentos realizada por el Estudio Bein en las principales economías de la región, observando como referencia agosto último, muestra valores del 9,3 por ciento en Brasil, 13,0 por ciento en Chile, 17,4 en Uruguay y 7,0 en México (que subsidió la tortilla de maíz) en términos interanuales. Prescindiendo de las particularidades de cada país (y de lo que sucede con los tipos de cambio, donde las revaluaciones restan inflación doméstica), en todos los casos se registran aumentos muy importantes al comparar con los índices interanuales de agosto de 2006, cuando estos valores oscilaban entre la deflación (Brasil) y un pico de 6 puntos porcentuales (Uruguay).
La conclusión preliminar es que para todas esas economías fue inevitable la absorción de la inflación internacional motorizada por el alza de las materias primas. En la Argentina, en tanto, la inflación en alimentos del IPC “interior” (Nacional excluido GBA) fue en agosto, siempre en términos interanuales, del 21 por ciento. El diferencial, aquí sí, es que a las señales internacionales se sumaron los fenómenos locales, sea presión de demanda por crecimiento, restricciones en la oferta, mercados oligopólicos o un mix de los tres. Sin olvidar, claro, los remanentes de ajustes de precios relativos.
En el Ministerio de Economía, en tanto, las opciones de política que se barajan son las conocidas. La barrera tradicional son las retenciones, pero éstas no pueden aumentarse ad infinitum sin interferir con la oferta. Entre los funcionarios consultados por Cash, siempre reacios a declaraciones públicas cuando se trata de inflación, parece existir cierto consenso en que en el sector agropecuario “todavía existe resto” para nuevas subas de las retenciones. Aunque esto es posible sin afectar la rentabilidad sectorial, el límite puede producirse por el lado de las inversiones. El contraejemplo lo brinda el otro sector clave, donde la economía local podría importar inflación: combustibles y energía. Aquí la situación logró mantenerse relativamente controlada vía altas retenciones para el crudo (en torno del 45 por ciento) y precios regulados, pero al mismo tiempo no logró resolverse el problema de la inversión.
Por supuesto todos los funcionarios, economistas al fin, repasan el recetario básico: desde subir el superávit fiscal hasta una política de afinar mecanismos de acuerdos de precios en los mercados oligopólicos. Cualquiera sea el caso, habrá que esperar al nuevo gobierno para conocer los lineamientos. De lo que parece haber pocas dudas es de que la próxima administración deberá aprender a convivir con niveles de inflación más altos, lo que significará establecer mecanismos de gestión de una potencial mayor conflictividad.
Para la sensación térmica de los consumidores y el desvelo gubernamental, los precios más calientes son los vinculados con la canasta de alimentos. De allí la preocupación que genera, pensando desde la perspectiva inflacionaria, la evolución de los precios agropecuarios. Sin embargo, una trayectoria similar, aunque menos potente, con excepción del cobre, es seguida por las restantes commodities, en particular el petróleo y algunos metales.
El precio promedio del barril de petróleo (WTI) fue de 56,5 dólares en 2005 y de 66,0 en 2006. En septiembre pasado llegó a 80 dólares. La variación porcentual entre el último mes y los valores de 2005 fue del 41,5 por ciento en dólares. Los precios internos de los combustibles, desde la devaluación, se duplicaron en promedio en pesos. En este sector fue clave la incidencia de la regulación. La percepción de los representantes de las empresas consultados por Cash es que a partir del recambio gubernamental necesariamente debería producirse una recuperación de lo perdido localmente en relación con los valores internacionales. Desde la perspectiva gubernamental, en tanto, la preocupación se centra en cómo garantizar que los potenciales mayores precios que puedan acordarse en el mercado interno se traduzcan efectivamente en inversiones. Cualquiera sea el caso, en este rubro todavía no se ha importado inflación, pero sí podría ser un caso de inflación importada “contenida”.
Dos de los principales metales que integran la canasta de exportaciones local, el cobre y el aluminio, también experimentaron un fuerte comportamiento alcista. El cobre pasó de un promedio de 3679 dólares la tonelada en 2005 a 6722 en 2006. En septiembre de 2007 su cotización internacional era de 7650 dólares. El aluminio, otro de los commodities de los que Argentina expande su exportación, cotizaba a 1898 dólares la tonelada en 2005, 2570 en 2006 y 2400 el pasado septiembre. Contra los precios de 2005, entonces, el cobre muestra un alza del 109 por ciento y el aluminio una suba de “sólo” 26,5 por ciento. El acero, en tanto, si bien se encuentra alrededor de un 30 por ciento por encima de sus valores de la década pasada, mantuvo estables sus valores en los últimos tres años, en referencia a cotizaciones internacionales.
Volviendo al cobre, si bien es un insumo de algunos productos industriales, el grueso de la extracción local se exporta. Su producción está concentrada en más del 85 por ciento en una sola firma, Minera Alumbrera, también exportadora de oro (se extrae junto con el cobre). Se trata de un rubro que puede considerarse desconectado de hecho de la economía local, pues la legislación minera desarrollada en la década pasada impide cambios en la estructura impositiva, como por ejemplo subir retenciones, y laxitud sobre el ingreso de divisas generadas por las exportaciones.
El valor del aluminio, en cambio, tiene incidencia indirecta sobre los precios internos a través de los envases de muchos productos, en particular alimentarios, y es uno de los componentes de los mayores costos sobre los que se recuestan muchas firmas alimentarias al momento de justificar subas.
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