RELANZAMIENTO DE LA RONDA DE DOHA Y SU EFECTO EN LA ARGENTINA
La posibilidad de reflotar las negociaciones de liberalización del comercio internacional reaviva la polémica con respecto a la Ronda de Doha.
› Por Diego Rubinzal
La apertura comercial es una condición necesaria para el desarrollo económico, prescribe el recetario neoliberal. Sin embargo, Estados Unidos y también Gran Bretaña fueron proteccionistas en sus estadios iniciales de desarrollo. Actualmente existe la Organización Mundial del Comercio (OMC) que promueve la liberalización. Ese organismo fue resultado de un largo proceso iniciado en 1947 en La Habana (Cuba). En esa ciudad, un conjunto de naciones se reunió para crear la Organización Internacional del Comercio. La iniciativa naufragó debido al rechazo de Estados Unidos a suscribir los acuerdos alcanzados. Sin embargo, los países intervinientes adoptaron (como marco jurídico regulador del comercio de mercancías) el Capítulo IV de los estatutos de la efímera institución. Esa estructura normativa es conocida mundialmente como el Acuerdo General de Comercio y Aranceles o con las siglas GATT (en inglés).
Desde entonces se desarrollan reuniones periódicas (conocidas con el nombre de “Rondas”) que negocian cuestiones relativas al comercio internacional. En 1994, al finalizar la Ronda Uruguay del GATT, las naciones participantes acordaron la necesidad de alcanzar una mayor institucionalidad. Nace la Organización Mundial del Comercio con objetivos ambiciosos: regular la circulación de bienes comerciales, los servicios, las inversiones, la propiedad intelectual y las compras gubernamentales.
En 1999, la flamante institución sufre un duro revés al fracasar la reunión convocada en Seattle, en Estados Unidos, que intentaba profundizar la liberalización comercial mundial. Dos años más tarde se lanza la Ronda de Doha, en la ciudad de Qatar, para superar el fracaso de Seattle. Otra reunión ministerial convocada en Cancún (en 2003) termina en una nueva frustración. El motivo principal que impidió el progreso de las negociaciones fue el tema agrícola. Por un lado, los estadounidenses y europeos mostraron inflexibilidad para disminuir los cuantiosos subsidios que destinan a sus agricultores. Como respuesta, los países menos desarrollados se negaron a realizar concesiones en los rubros servicios y bienes industriales.
En la última Conferencia Ministerial, que se realizó en Hong Kong en 2005, los países centrales prometieron la eliminación de subsidios recién para 2013. Ante esa propuesta, los países que conforman el grupo de los 20 (entre ellos la Argentina, Brasil, India, China) exigieron avances concretos antes de seguir con las discusiones. El resultado fue el estancamiento de las negociaciones. A fin del año pasado, las autoridades de la OMC intensificaron los esfuerzos para salvar a la Ronda. En su informe al Consejo General de la OMC presentado el 7 de febrero de 2007, el director general Pascal Lamy afirmó: “Las condiciones políticas son ahora más favorables para la conclusión de la Ronda de lo que han sido en mucho tiempo”. Con nuevos ímpetus, el 20 de abril el Comité de Negociaciones Comerciales de la OMC se reunió para impulsar la reanudación de las negociaciones. Sin embargo, en los últimos meses el relanzamiento de la Ronda de Doha pareció desvanecerse por la oposición del G-20. Por su parte, las autoridades de la OMC siguen presionando para que la Ronda no culmine en un nuevo fracaso.
La posibilidad de reflotar estas negociaciones reaviva la polémica con respecto a si la reanudación de la Ronda puede favorecer a los países periféricos. Mientras algunos sostienen que el libre comercio beneficia a todos los países que lo practican, otros denuncian que lo único que ha generado es una profundización de la injusticia y la pobreza. Estas opiniones irreconciliables conviven con posturas intermedias que plantean que el comercio, bajo ciertas condiciones, puede sacar de la pobreza a millones de personas. Las asimetrías reinantes disparan el interrogante acerca de cuál puede ser el futuro de los sectores económicos menos dinámicos, con independencia de que tengan algún tipo de apoyo gubernamental. Dani Rodrik, de la Universidad de Harvard, plantea en su trabajo Política industrial para el siglo XXI que el propósito de las reglas internacionales no debe ser imponer reglas comunes a todos los países sino aceptar esas diferencias y regular un intercambio beneficioso para todos.
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