MONEDA E INVERSION. AUTONOMIA Y RIESGOS DE QUEDAR ATADO A OTRAS DIVISAS
La presente crisis en Estados Unidos muestra la vulnerabilidad del sistema financiero. Estrategia para lograr cierta autarquía frente a un escenario mundial convulsionado.
› Por Moises Resnick Brenner *
Nadie pone en duda que para que el país crezca y se genere el deseado desarrollo se debe aumentar la inversión. Pero cuidando su aplicación a proyectos de calidad y que contengan el mayor porcentaje de moneda doméstica. De esa manera se pueden imprimir cantidades en forma autónoma para garantizar la concreción de los proyectos que el país necesita. La última crisis de las hipotecas ha mostrado cómo puede afectar al sistema financiero el apalancamiento de los préstamos. Esa debacle ha llevado a que la Reserva Federal (banca central estadounidense) y el Banco Central Europeo inyecten en el sistema cantidades fabulosas de dinero. Dinero cuyo respaldo nadie puso en duda y que sólo depende de la confianza que el público tenga en el dólar o el euro. Esto es así porque no hay banco en el mundo que pueda responder al 100 ciento de los depósitos si sus depositantes se presentan simultáneamente a retirarlos. Ya John K. Galbraith, en su libro El Dinero, decía: “Mucha gente que necesita desesperadamente su dinero del banco deja de necesitarlo cuando está segura de que lo tiene a su disposición”.
Se debe desarrollar el país utilizando nuestra moneda sin necesidad de respaldo de otras monedas. Iniciativa que podremos lograr de varias formas y mecanismos. Para ello es necesario conocer un poco de historia económica. La generación de dinero en una economía para invertir en la construcción, sea de vivienda como de infraestructura, la convierte en la herramienta ideal para lograr el despegue económico interno. Ese sector genera una elevada cantidad de empleo y un impacto derivado en un gran número de industrias colaterales, además del efecto confianza. La liquidez generada como resultado de una inyección de circulante aumenta notablemente la actividad económica, generando más pagos de impuestos y un alza en la recaudación fiscal.
Una forma de introducirnos en el tema es recordando un viejo relato sobre los tiempos en que el comercio internacional se transaba con oro, y las operaciones se desarrollaban con las dificultades y lentitud propias de ese manejo. Por ejemplo, si Argentina le vendía a Inglaterra tantas toneladas de carne que se enviaban por barco, Inglaterra en pago le enviaba en otro barco como contravalor tantas onzas de oro. Así se operaba. Cuenta ese relato que con el fin de agilizar el comercio, los países compraron una isla en la mitad del océano, construyeron una gran estantería donde cada país que quisiera operar en ese mercado tenía asignada una gaveta, y donde cada país envió por única vez su oro para ponerlo en su gaveta. Además se dispuso que hubiese un tercero responsable de total confianza y con una buena paga encargado de recibir los mensajes que daban cuenta de las transacciones. Así se simplificó el sistema, ya que la misma operación comentada se desarrollaba sin necesidad de que el comprador, en este caso Inglaterra, tuviera que enviar el oro en barco, sino que para el pago avisaba al empleado de la isla que sacara de su gaveta tantas onzas de oro y se las colocara en la gaveta de Argentina.
De esa manera el oro sólo se movía de las estanterías, de la gaveta del país comprador a la del país vendedor, registrándose cada operación en un libro de registro. Se logró de ese modo que el mercado internacional operara fluidamente sin necesidad de mover el oro más allá de las estanterías. Se cuenta que un día un maremoto hundió la mitad más pesada de la isla, que era obviamente la que soportaba la estantería, produciéndose así la pérdida total del oro. Ante el dilema de perder su puesto, el operador decidió no comunicar lo sucedido y el comercio siguió funcionando, pues todas las operaciones estaban registradas en el libro y así se siguió haciendo, sin necesidad de mover el oro de gaveta en gaveta.
El oro ya no existía y sin embargo el comercio internacional seguía operando fluidamente, pues la operaciones estaban registradas, sin que hubiese un material tangible. Esto trajo como consecuencia la pregunta: ¿para qué se necesita el oro, si lo que vale son los registros, que dan la posición de cada país?
Aquí rescato nuevamente la idea de utilizar nuestra moneda con la confianza en el país derivado de su crecimiento continuado durante los últimos cinco años.
* Presidente de la Comisión de Economía del Centro Argentino de Ingenieros.
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