Dom 18.05.2008
cash

LA DESESTABILIZACION CAMPERA

Los cuatro jinetes

La demanda real, la que lleva a todo un país al borde de la histeria, sigue siendo solamente la baja de un tributo que grava a un sector particularmente acomodado de la sociedad.

Por Claudio Scaletta

Para quienes intentan ver el conflicto del poder económico sojero versus el Gobierno con la cabeza fría, tarea difícil por estas horas, las preguntas más urgentes son:

  1. ¿Cómo puede ser que una minoría organizada sea capaz de poner en vilo la gobernabilidad de una administración recientemente legitimada en las urnas?

  2. ¿Cómo puede ser que un gobierno que se mostró por lo general seguro y arrogante frente a los opositores de derecha –hecha la excepción de la irrupción del ingeniere Juan Carlos Blumberg– se encuentre ahora a la defensiva y concedente?

  3. ¿Cuál es el verdadero poder detrás de los sojeros?

  4. ¿Hasta dónde serán capaces de llegar los cuatro jinetes del campo?

  5. ¿En qué estado quedaría la actual administración si la movida logra torcerle el brazo y se da marcha atrás con las retenciones móviles?

La tarea de ordenamiento no es simple. Puede partirse de la existencia de un cambio de humor social. Basta escuchar la virulencia de algunos discursos para aceptar el indicio. La desestabilización campera es acompañada por una parte de la población, no todos inadvertidos. Una respuesta fácil es que el cambio de humor fue acicateado por los medios.

Puede ser. Ya en las últimas elecciones quedó claro que, frente a la desarticulación de los partidos tradicionales, la principal oposición al Gobierno se encontraba en los medios de comunicación. Sin embargo, el discurso mediático no puede operar en el vacío, deben existir disparadores reales.

Mientras el pavor provocado por la crisis de salida de la convertibilidad resultaba conjurado por el fuerte crecimiento y la recuperación de los indicadores sociales, todo marchó sobre rieles y empujado por los buenos precios internacionales. Pero desde que la inflación comenzó a intervenir activamente en la puja por la distribución del ingreso, hasta el punto de eclipsar la recuperación de los indicadores sociales, el humor de la siempre políticamente inestable y voluble clase media local comenzó a cambiar. Es bastante probable que las mensualmente repetidas cifras oficiales sobre la evolución de precios hayan contribuido a la irritación general de los sectores urbanos, así como a la degradación de la palabra pública. Quienes ven cómo sus ingresos fijos son limados cotidianamente por los mayores precios no están muy dispuestos a aceptar con alegría que se les diga que su realidad en el supermercado es pura imaginación.

Los gerentes de la patria sojera supieron gestionar a su favor esta irritación. Catalizaron una sumatoria de pequeños descontentos, algunos más graves que otros. Esto explica la multiplicidad por la que dicen reclamar los representantes de los sojeros: un país federal, mejor infraestructura para el interior, más coparticipación para las provincias, el bienestar de los productores más pequeños y hasta –De Angeli dixit– “mejores salarios para todos”. La demanda real, la que parece estar llevando a todo un país al borde de la histeria, sigue siendo, en cambio y solamente, la baja de un tributo que grava a un sector particularmente acomodado de la sociedad.

Si en la administración del Estado todo estuviese en orden, el contexto actual sería incomprensible. Pero sumar las culpas sólo en la administración sería quedar atrapado en el discurso campero. Frente al apoyo de una parte de la población y al cerrado acompañamiento de la prensa –incluso algunos supuestamente progresistas, pero caricaturescos en la coyuntura–, la patria sojera está envalentonada. No sólo pretende marcar el tono que deben tener los discursos presidenciales, lo cual sería un dato de color en otro contexto, sino que ya dejó en claro que su creencia es que puede ir por todo. Frente a la embestida, el Gobierno no tiene otro remedio que gobernar. No será simple.

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