Domingo, 25 de mayo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
La especulación con los precios de los alimentos condujo a una ola de hambre mundial. Grandes fondos de inversión trasladaron millonarias sumas a la plaza internacional de commodities cuando la burbuja inmobiliaria se pinchó. Los cereales se han convertido en un objeto más del juego financiero y entre marzo de 2007 y marzo de 2008, el trigo ha aumentado 130 por ciento, la soja 87, el arroz 74 y el maíz 53 por ciento.
Por Wim Dierckxsens*
Frente a la crisis financiera e inmobiliaria, que estalló en Estados Unidos en agosto de 2007, los grandes fondos de inversión especulativos trasladaron millonarias sumas de dinero a la plaza internacional de commodities. Cuando la burbuja inmobiliaria se pinchó, los especuladores rehabilitaron un viejo paraíso: los mercados de cereales. Estos alimentos se han convertido en un objeto más del juego financiero, cuyos precios se modifican (y aumentan) por movimientos especulativos y no en función de los mercados locales o las necesidades de la población.
Según la FAO, entre marzo de 2007 y marzo 2008, el trigo ha aumentado 130 por ciento, la soja 87, el arroz 74 y el maíz subió 53 por ciento. El alza del precio de los alimentos se atribuye a una “tormenta perfecta” provocada por la mayor demanda de alimentos por parte de India y China, la disminución de la oferta a causa de sequías y otros problemas relacionados con el cambio climático, el incremento de los costos del combustible empleado para cultivar y transportar los alimentos, y la mayor demanda de biocombustibles, que ha desviado cultivos como el maíz para alimento hacia la producción de etanol. Poco y nada se habla de la especulación con el hambre.
En los últimos nueve meses de 2007, el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la Unión Europea y se multiplicó por siete en Estados Unidos, según precisa Domique Baillard en “Estalla el precio de los cereales”, en Le Monde Diplomatique, en la edición de mayo pasado. La especulación en torno a los alimentos básicos se transforma empuja los precios de los cereales y el azúcar hacia nuevos máximos, inalcanzables para una inmensa masa de población, que principalmente se encuentra en Asia, Africa y América latina.
Los recientes aumentos especulativos en los precios de los alimentos condujeron a una ola de hambre mundial que no tiene precedentes por su escala. La ausencia de medidas de regulación en esos mercados especulativos desencadena esta crisis. La volatilidad en los mercados alimentarios se debe sobre todo a la desregulación, la falta de control sobre los grandes agentes y la ausencia de la intervención estatal para estabilizar los mercados. En ese sentido, la disparada del crudo por encima de los 130 dólares en las últimas jornadas tiene su explicación exclusivamente en la especulación.
En el actual contexto, un congelamiento de la especulación en los mercados de alimentos de primera necesidad, tomado como una imperativa decisión política, contribuiría inmediatamente a bajar los precios de los alimentos. Nada impide hacerlo pero nada hace prever que se esté pensando en un cuidadoso conjunto de medidas en ese sentido. No lo que está proponiendo ni el Banco Mundial ni el Fondo Monetario Internacional.
La crisis alimentaria está ocurriendo mientras hay suficiente comida en el mundo para alimentar a la población global. El hambre no es la consecuencia de la escasez de alimentos sino al revés: en el pasado, los excedentes de alimentos en los países centrales fueron utilizados para desestabilizar las producciones de los países en desarrollo. Según la FAO, el mundo podría aún alimentar hasta 12 billones de personas en el futuro. La producción mundial de grano en 2007/2008 está estimada en 2108 millones de toneladas: un crecimiento de 4,7 por ciento comparado a la del 2006/2007. Esto supera bastante la media de crecimiento del 2,0 por ciento en la pasada década. Aunque la producción permanece a un nivel alto, los especuladores apuestan en la escasez esperada y elevan artificialmente los precios. De acuerdo con la FAO, el precio de los granos de primera necesidad se incrementó un 88 por ciento desde marzo de 2007.
Mientras los especuladores de gran escala se benefician de la crisis actual, la mayoría de los campesinos y agricultores no se benefician de los precios altos. La tierra se vuelve más cara. La especulación con la tierra agrícola va en aumento. Los desalojos a menudo forzados son la consecuencia. Los campesinos que se mantienen cultivan pero la cosecha a menudo ya está vendida al que presta el dinero, a la compañía de insumos agrícolas o directamente al comerciante o a la unidad de procesamiento. Aunque los precios que se pagan a los campesinos han subido para algunos cereales, ese aumento es muy poco comparado con los incrementos en el mercado mundial y a los ajustes que se han impuesto a los consumidores.
La especulación se aprovecha de la escasez relativa de los alimentos. Los vendedores mantienen sus reservas alejadas del mercado para estimular alzas de precio en el mercado nacional, creando enormes beneficios. Las multinacionales adquieren agresivamente enormes áreas de tierras agrícolas alrededor de las ciudades con fines especulativos, expulsando a los campesinos
Las reglas del juego cambiaron dramáticamente en 1995, cuando el acuerdo en la OMC sobre la agricultura entró en vigor. Las políticas neoliberales socavaron las producciones nacionales de alimentos, y obligaron a los campesinos a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales y a comprar sus alimentos de las multinacionales en el mercado mundial. Los tratados de libre comercio han forzado a los países a “liberalizar” sus mercados agrícolas: reducir los aranceles a la importación. Al mismo tiempo, las multinacionales han seguido haciendo dumping con los excedentes en sus mercados, utilizando todas las formas de subsidios directos e indirectos a la exportación. El resultado fue que Egipto, el antiguo granero de trigo del Imperio Romano, se convirtió en el primer importador; Indonesia, una de las cunas del arroz, hoy importa arroz transgénico; y México, cuna de la cultura del maíz importa hoy maíz transgénico. Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá y Australia son los mayores exportadores.
Por lo anterior, los países periféricos se han convertido en adictos a las importaciones de alimentos baratos. Y ahora que los precios se están disparando, el hambre está creciendo. Muchos países que hasta entonces producían suficiente comida para su propia alimentación fueron obligados a abrir sus mercados a productos agrícolas del extranjero. Al mismo tiempo, la mayoría de las regulaciones estatales sobre existencias de reserva, precios, producciones o control de las importaciones y exportaciones fueron desmanteladas gradualmente. Como resultado, las pequeñas explotaciones agrícolas y ganaderas de todo el mundo no han sido capaces de competir en el mercado mundial y muchos se arruinaron.
Las políticas neoliberales de las últimas décadas han expulsado a millones de personas de las áreas rurales hacia las ciudades donde la mayoría de ellos acaban en barrios pobres, con una vida muy precaria. De acuerdo con la FAO, en los países en vías de desarrollo la comida representa de 60 a 80 por ciento del gasto de loss consumidores. Un aumento brusco en los precios condena a grandes mayorías al hambre.
En todo el mundo están estallando disturbios por los precios de los alimentos. Ha habido protestas en Egipto, Camerún, Indonesia, Filipinas, Burkina Faso, Costa de Marfil, Mauritania y Senegal. Demostraciones similares, huelgas y enfrentamientos tuvieron lugar no sólo en la mayor parte del Africa sub-Sahariana sino también en Bolivia, Perú, México y sobre todo en Haití. El precio de los alimentos en Haití subió un promedio de más 40 por ciento en 2007, con los de primera necesidad como el arroz, duplicándose en una semana a fines de marzo de 2008. Los disturbios por el alza de los precios de los alimentos en Haití han dejado muertos y cientos de heridos, y condujeron a la destitución del primer ministro Jacques-Edouard Alexis. El Programa Mundial de Alimentos calificó la actual crisis alimentaria como un “tsunami silencioso” que sumirá en el hambre a otras 100 millones de personas.
Después de 14 años del Nafta (Tratado de Libre Comercio de Norte América) México enfrenta un grave problema con el alimento básico de su población, denominada la “crisis de la tortilla”. De ser un país exportador, México pasó a ser dependiente de la importación de maíz de Estados Unidos. Actualmente México importa el 30 por ciento de su consumo de maíz. Durante el último medio año, crecientes cantidades de maíz de los Estados Unidos fueron súbitamente derivadas a la producción de agrocombustibles. Las cantidades disponibles para los mercados mexicanos disminuyeron, provocando un aumento de precios y dejando al país con una situación de vulnerabilidad en su seguridad alimentaria.
Mientras estallan los disturbios por hambre en todo el mundo, dirigentes mundiales como Pascal Lamy (director general de la OMC), Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, están alertando de los peligros del proteccionismo. Según Ki-Moon, “más comercio, no menos nos sacará del agujero en el que estamos”. Bajo las reglas del libre comercio, la protección de los alimentos se ha convertido en una palabra sucia. Cuanto contraste con la ayuda de miles de millones de dólares que reciben los grandes bancos y financieras para evitar su quiebra ante los juegos especulativos. El Banco Mundial y el FMI, así como algunos países centrales están ahora abogando por más importaciones, eliminando todos los aranceles para los países pobres importadores de alimentos y liberalizar más los mercados para que los países puedan mejorar sus ingresos mediante la exportación. Siguen promoviendo más acceso para sus multinacionales en la Ronda de Doha y condicionar el apoyo financiero extra a criterios políticos para aumentar la dependencia de esos países. Nada dicen sobre la necesidad de una mayor regulación y estabilización del mercado, ni mucho menos de la necesidad de la soberanía alimentaria.
Robert Zoellick, actualmente presidente del Banco Mundial, anuncia que los precios seguirán altos por varios años, y que es necesario fortalecer la “ayuda alimentaria” para gestionar la crisis. Zoellick, que pasó a ese cargo luego de ser jefe de negociaciones de Estados Unidos en la Organización Mundial de Comercio, sabe de lo que habla. Desde su puesto anterior hizo todo lo que pudo para romper la soberanía alimentaria de los países, en función de favorecer los intereses de las grandes trasnacionales de los agronegocios. Incluso ahora, la receta de la “ayuda alimentaria”, es otra vez un apoyo encubierto a esas compañías, que tradicionalmente son quienes venden al Programa Mundial de Alimentos los granos que “caritativamente” les entregan a los hambrientos, con la condición de que ellos mismos no produzcan los alimentos que necesitan.
Los grandes ganadores de la crisis alimentaria son también actores centrales en la promoción de los agrocombustibles: las trasnacionales que acaparan el comercio nacional e internacional de cereales, las empresas semilleras, los fabricantes de agrotóxicos. En estos dos últimos rubros son en muchos casos las mismas empresas: Monsanto, Bayer, Syngenta, Dupont, BASF y Dow. Estas seis empresas controlan el total de las semillas transgénicas en el mundo. Con la mayor casualidad del mundo, las semillas transgénicas y los agrotóxicos constituyen hoy la solución que proponen los poderosos a los nuevos problemas que ellas mismas han generado. Cargill, ADM, ConAgra, Bunge, Dreyfus dominan juntas más del 80 por ciento del comercio mundial de cereales.
El neoliberalismo ha permitido que los alimentos pasen a ser una mercancía más expuesta a la especulación y al juego del mercado.
La actual crisis con los alimentos es el resultado directo de tres décadas de globalización neoliberal. En otras palabras, el mercado de valores no da de comer a los hambrientos. Detrás de los disturbios se encuentran los fracasos de los llamados acuerdos de libre comercio y de los acuerdos de préstamos de emergencia impuestos a los países pobres por las instituciones financieras como el Fondo Monetario Internacional.
Ante la gravedad de la crisis, la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación resulta la respuesta más evidente. En el ámbito internacional hay que tomar medidas para la estabilización. Deben establecerse reservas de seguridad internacionales así como un mecanismo de intervención para estabilizar los precios. Los países exportadores deben aceptar las normas internacionales que controlan las cantidades que pueden llevar al mercado. Los países deben tener la libertad de controlar las importaciones para poder fomentar y proteger la producción nacional de alimentos.
Jacques Diouf, secretario general de FAO, ha afirmado que los países en vías de desarrollo deben poder llegar a la autosuficiencia alimentaria. Urge una moratoria inmediata sobre los agrocombustibles para evitar un auténtico desastre. La soberanía alimentaria es un derecho inalienable de los pueblos. En cada país hay que establecer un sistema de intervención que pueda estabilizar los precios del mercado. Los gobiernos nacionales no deben repetir el error de promover que las grandes compañías agrícolas inviertan en unidades de producción masiva de alimentos.
Los precios de los alimentos siguen subiendo y en los países más vulnerables resultan en situaciones intolerables como hambrunas, a menudo combinadas con sequías o inundaciones, efectos perversos del cambio climático. Ante la gravedad de la crisis, caen máscaras y se vacían discursos, como la receta de los agrocombustibles y los supuestos beneficios del libre comercio y la agricultura de exportación.
Los grandes ganadores de la crisis alimentaria son las empresas semilleras y los fabricantes de agrotóxicos. En estos dos últimos rubros son las mismas empresas: a nivel global, Monsanto es la principal empresa de semillas comerciales y la quinta en agrotóxicos. Bayer es la primera en agrotóxicos y la séptima en semillas. Syngenta la segunda en agrotóxicos y la tercera en semillas, Dupont la segunda en semillas y la sexta en agrotóxicos. Junto a BASF y Dow (tercera y cuarta en agrotóxicos), estas seis empresas controlan el total de las semillas transgénicas en el mundo, que casualmente es la solución que proponen a los nuevos problemas, que ellas mismas han sido parte fundamental en provocar.
Cinco compañías dominan más del 80 por ciento del comercio mundial de cereales: Cargill, ADM, ConAgra, Bunge, Dreyfus. Todas han tenido ganancias absolutamente impúdicas, gracias a la escasez de alimentos, la promoción y subsidios a los agrocombustibles y el alza de los precios del petróleo (los agrotóxicos son petroquímicos). Un excelente informe de Grain da cuenta de estas ganancias: para el 2007, Cargill aumentó sus ganancias 36 por ciento; ADM, 67 por ciento; ConAgra, 30 por ciento; Bunge, 49 por ciento; Dreyfus, 77 por ciento, en el último trimestre de 2007. Monsanto obtuvo 44 por ciento más que en 2006 y Dupont-Pioneer 19 por ciento.
Pese a esta paliza global a toda la gente común, peor para los más desposeídos, las trasnacionales no se dan por satisfechas y van por más. Ahora preparan el próximo paso, monopolizando a través de patentes los caracteres genéticos que consideran útiles para hacer plantas resistentes a la sequía, salinidad y otros factores de estrés climático. Algunos gobiernos, como México, pretenden apagar el fuego con gasolina: en lugar de soberanía alimentaria y control campesino de las semillas e insumos, proponen transgénicos con aún más modificaciones y más riesgos, maíz transgénico para aumentar la contaminación y la dependencia, y que hasta los campesinos más pobres, con apoyos públicos, siembren agrocombustibles en lugar de comida.
* Holandés de origen, radicado en Costa Rica. Coordinador del Foro Mundial de Alternativas para América Latina, miembro de la junta directiva de la Sociedad Latinoamericana de Economistas Políticos.
Servicio Informativo Alai-amlatina.
* Investigadora del Grupo ETC.
Servicio Informativo Alai-amlatina.
Los grandes fondos de inversión especulativos trasladaron millonarias sumas de dinero a la plaza internacional de commodities.
Cuando la burbuja inmobiliaria se pinchó, los especuladores rehabilitaron un viejo paraíso: los mercados de cereales.
Estos alimentos se han convertido en un objeto más del juego financiero.
Los precios suben y bajan por movimientos especulativos y no en función de los mercados locales o las necesidades de la población.
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