AGRO > RETRASO CAMBIARIO E IMPACTO EN LAS ECONOMIAS REGIONALES
El tipo de cambio competitivo es el núcleo del plan de crecimiento y recuperación de las economías regionales. El peor efecto del lockout agrario sería la apreciación cambiaria.
› Por Claudio Scaletta
Es llamativo cómo algunos razonamientos lineales en materia económica pueden llegar a resultados insólitos. La movida del campo, cuyos efectos resultaron inesperadamente potenciados por la reacción de los propietarios de los transportes de carga, está llegando a su cenit. Pero a pesar del impacto real inmediato del desabastecimiento en ciernes, los resultados más graves de estos meses podrían sentirse en el mediano plazo, dimensión cercana que hoy pertenece al futuro remoto.
Algunos economistas hablan de desaceleración del crecimiento. Es difícil contrarrestar las predicciones acudiendo, como antes de 2007, a los deslegitimados indicadores oficiales, como la evolución del PIB. Indicadores menos susceptibles de sospecha, como la recaudación tributaria, pueden ser en la coyuntura una buena aproximación al desarrollo de la economía real. En el primer trimestre de 2008, cuando todavía no había efectos del lockout, el crecimiento de la recaudación fue del 41,1 por ciento interanual y del 6 por ciento con respecto al último trimestre de 2007. En abril y mayo últimos, con lockout campero a pleno, el panorama no fue muy diferente. En mayo, el crecimiento interanual fue del 28,5 por ciento, con nivel absoluto record. Los datos de las exportaciones del agro, por otra parte, confirman la tendencia superexpansiva incluso en el sector que se dice de “paro”. La economía no se desploma, ni se desplomará. No obstante, puede ser un error limitar el análisis a la lectura de indicadores instantáneos.
Sucede que la ortodoxia está contenta, un dato per se preocupante en materia económica. El Gobierno decidió hacer tronar el escarmiento con los “especuladores y agiotistas” que intentaron una corrida aprovechando la movida campera, muchos por despistados. Pudo parecer una broma de gusto dudoso, pero circularon rumores de un nuevo corralito y una disparada del dólar. El Gobierno cumplió con prolijidad su tarea de árbitro. Dejó que la demanda empuje el precio de la divisa y luego comenzó a intervenir. Para muchos las pérdidas son y serán bastante concretas. También para el sector exportador, sin distinciones sectoriales. Cada vez que los exportadores liquiden divisas recordarán con añoranza las cotizaciones de marzo. Los exportadores primarios quizá se den cuenta de que un dólar más bajo resulta peor que unos puntos de retenciones.
Vale la pena recordarlo: al comienzo, las revaluaciones monetarias, aunque sean moderadas, tienen efectos virtuosos. Si la economía vive tensiones inflacionarias, las aplacan. Los precios de los productos importados, aunque no de manera absolutamente flexible, bajan. El poder adquisitivo del salario en dólares aumenta. Las mayores importaciones alivian las presiones sobre la oferta. Hasta hay una redistribución positiva del ingreso. Es incluso un acto de justicia. Se supone que las mejoras de competitividad cambiaria no deben ser un instrumento eterno. Sería una señal para que las empresas asienten su productividad sobre salarios bajos en divisas.
Pero como lo muestra la historia argentina, la virtud no es gratuita. En primer lugar un dólar más bajo significa mayores importaciones, efecto sustitutivo “al revés”, lo que cambia las expectativas de rentabilidad global de las empresas, combinación que sí puede frenar el crecimiento, aunque ello no se vea en los próximos meses. En segundo lugar, si la baja del dólar tiene una función punitiva, su problema es que no discrimina entre justos y pecadores. Finalmente, el tipo de cambio competitivo es el núcleo del programa económico que permitió el crecimiento post-crisis. Y no por el beneficio de un grupo de industriales inescrupulosos pagadores de salarios bajos sino especialmente por la recuperación del conjunto de las economías regionales, precisamente esas que representan al “interior profundo” del nuevo discurso terrateniente. El peor efecto del lockout agrario sería permitirse distraerse de la economía real.
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