Dom 22.06.2008
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NOTA DE TAPA

Y todavía falta lo mejor

Los precios de los alimentos se han constituido en el principal problema económico mundial. Argentina se halla frente a una perspectiva alentadora: el acceso constante a un flujo creciente de divisas de exportación por commodities agropecuarios. La fabulosa perspectiva internacional revela que la violenta puja gatillada por las retenciones móviles no es sólo por la renta extraordinaria presente sino, fundamentalmente, por la apropiación de la futura, que se estima aún más elevada.

› Por Claudio Scaletta

Luego de 101 días de conflicto, parece innecesario precisar que la reacción política de los terratenientes de la Pampa Húmeda tiene un sustrato esencialmente económico. La puja, sin embargo, no es por el presente.

Bloque

La devaluación catalizó algunas fuerzas que comenzaron a consolidarse en los noventa y a partir de 2002 cristalizaron en un nuevo bloque de poder agroexportador: un complejo entramado que en la cúspide se integra por las grandes firmas comercializadoras, como Cargill y Dreyfus, y las grandes multinacionales proveedoras de insumos y tecnología, como Monsanto y Syngenta.

En su base se halla una heterogénea constelación de productores primarios, otro universo complejo en el que, cuando se habla de superficies cultivadas de cereales y oleaginosas, conviven pocos pequeños productores con predominancia de medianos y grandes terratenientes, productores directos y rentistas.

También diversas figuras de fondos de inversión agrarios, como los pools de siembra, y múltiples empresas de servicios que trabajan tierras propias suman arriendos de terceros y venden know how, como Los Grobo.

A este entramado base se suman los restantes complejos agroindustriales alimentarios, como la industria aceitera, exportadora de aceites y harinas proteicas, y los complejos de lácteos, carnes y frutas, entre otros.

De todas maneras, los sectores vinculados a la matriz insumo-producto del “campo” son muchos más, desde la industria de la maquinaria agrícola y el transporte a los medios de comunicación.

Así como la torta publicitaria de los ‘90 era liderada por el sector financiero y las empresas de servicios privatizadas, en la actualidad el lugar es ocupado por las firmas del complejo agroexportador.

La amplia extensión del bloque no quita que la porción más comprometida por las retenciones móviles sea la de la producción primaria de oleaginosas, cuyos actores y empleados se erigieron en protagonistas exclusivos de los piquetes de otoño.

A pesar de su disgusto con las retenciones, el bloque fue parcialmente representado por la actual administración del Estado. Así lo indica el desglose de los últimos resultados electorales. También la existencia de áreas intocables, como los “mercados imperfectos” conformados por las firmas que intermedian la exportación.

Desde el 11 de marzo, sin embargo, el escenario de representación parece haber cambiado radicalmente hasta el denunciado punto de poner en juego la estabilidad de las instituciones democráticas. Cuando se miran los números instantáneos, la reacción no es fácil de explicar. Si se analiza sólo el precio del commodity estrella, la soja, se observa que sólo en lo que va del año su cotización por tonelada aumentó en alrededor de 100 dólares.

Los mayores precios, como sucedió una y otra vez con cada aumento de la alícuota del arancel externo, compensaron con creces el mayor tributo. A pesar de las retenciones móviles, los terratenientes pampeanos reciben actualmente más por su soja que lo que esperaban recibir al momento de plantar. El dato, bastante concreto, debería ser más que suficiente para quitarle sustentación a la desestabilización campera. Pero hay más.

Instante y futuro

El reclamo duro por la renta sojera fue mediatizado como la defensa del federalismo y las necesidades de los “pequeños productores”. La facultad del Poder Ejecutivo de fijar los aranceles del comercio exterior fue asociada con autoritarismo presidencial. Se trató de verdaderos aciertos instrumentales de la dirigencia agraria. Prensa mediante –recuérdese la composición de la torta publicitaria–, el mensaje llegó a la tribuna. Vale reconocer que, al menos inicialmente, quienes administran la cosa pública hicieron poco por explicarse.

En el intento de aplacar una reacción de virulencia tan inesperada como histórica, el Gobierno sumó concesiones.

En materia de “federalismo” decidió subsidiar el combustible para la producción más alejada de los puertos litoraleños, un refuerzo al subsidio generalizado ya existente en el precio del gasoil.

Para los “pequeños productores” se establecieron compensaciones que licuaron las mayores alícuotas. También se otorgó una inequitativa refinanciación de deudas remanentes con el Banco Nación, jubileo del que no se beneficiaron otros sectores más necesitados.

Contra la acusación de “medida fiscalista” se anunció la creación de un fondo de asignación específica para el excedente que se recaude.

Versus la facultad del Ejecutivo para arancelar el comercio exterior se decidió enviar al Congreso las retenciones móviles, cuya derogación ya fue rechazada por la Cámara de Diputados el 27 de marzo.

Despojado de sus atavíos demagógicos, el reclamo por la renta sojera debería estar desnudo. Nada de eso. El bloque agroexportador se propone ahora discutir el modelo económico; no la renta instantánea, sino la futura.

Revoluciones

Si en vez del ombligo local se mira el mundo, se encontrará que los precios de los alimentos son “el problema” económico global, casi el tema de moda de los organismos internacionales, desde el FMI al Banco Mundial y la ONU.

La clave de este proceso es conocida. Su esencia es cuantitativa –la población mundial crece– pero especialmente cualitativa: grandes regiones del planeta, entre las que se destacan China e India, experimentan verdaderas revoluciones industriales y, en consecuencia, desplazamientos de población del campo a las ciudades, nueva urbanización y nuevas burguesías con mayores ingresos.

En la última década millones de personas transformaron sus pautas de consumo demandando mayores proteínas animales: más carnes blancas y rojas, más lácteos, más frutas, más “residuos” de la industria sojera para alimento animal.

La situación se potenció en el último lustro con la demanda de cereales y oleaginosas para destinos extra-alimentarios: los biocombustibles.

El actual modo de producción demostró una y otra vez su capacidad para romper con las restricciones malthusianas. En las próximas décadas se asistirá seguramente a una nueva revolución agrícola de proporciones creada y retroalimentada por la explosión de la demanda. Pero en el corto y mediano plazo el ajuste operará primero vía precios, como ya lo indica la inflación mundial, de la que Argentina tampoco escapa.

Valorización

Que el capitalismo se encuentre en el apogeo de su etapa financiera significa que inmensas masas de capital surcan el planeta en busca de valorización. Las crisis de los mercados hipotecarios de Estados Unidos y Europa suponen para estos capitales un relajamiento del refugio inmobiliario. Crisis como la de Argentina en 2001 también fueron alarmantes para la especulación con los bonos soberanos de los llamados mercados emergentes. Frente a las señales reales de precios y rentabilidad, las ingentes masas de capital financiero buscaron otro refugio y se desplazaron hacia los commodities.

El proceso comienza siempre por la economía real. En este caso el incremento de la demanda de commodities, no sólo alimentarios, por las revoluciones industriales asiáticas, se traduce en escasez emergente que ajusta vía precios. Advertido de la tendencia, el capital financiero fluye a los mercados de commodities, los retroalimenta y se valoriza. Lo que sucede en los mercados del petróleo, los cereales y las oleaginosas es paradigmático.

En términos sistémicos, la mayor presión sobre la demanda también direcciona capitales al aumento de la oferta. El detalle, en todo caso, es que buena parte del costo de dicha valorización recae en quienes pagan más por los commodities.

Regreso a casa

Como lo grafica por el lado de la escasez la situación de Bangladesh en la reciente crisis de los precios mundiales del arroz, que saltó de 400 a más de 1000 dólares la tonelada impidiendo que el país asiático reponga sus stocks de este cereal, el nuevo escenario global tiene ganadores y perdedores.

Del lado de los primeros, el de la abundancia, se encuentran los países capaces de proveer al mundo con commodities. Argentina, efectivamente, se halla frente a una oportunidad histórica: la perspectiva de un acceso constante a un flujo creciente de divisas de exportación.

Pero decir que es “Argentina” quien posee la oportunidad es referir a un universo indeterminado. En concreto: la oportunidad puede ser para la mayoría de la población del país sobre la base de un modelo de desarrollo inclusivo o sólo para el bloque que hoy intenta identificarse, tanto en los símbolos como en su voluntad de apropiación de rentas extraordinarias, con “la patria”. Bloque cuya propuesta de desarrollo se limita a la nunca validada teoría del derrame.

Aunque el grueso de los productores primarios rechace el término, incluso con virulencia, lo que está en juego es, efectivamente, el acceso a la totalidad de una “renta extraordinaria”.

El carácter tanto de “renta” como de “extraordinaria” deviene de que los mayores ingresos implícitos en los altos precios no son el resultado de una mayor valorización en el proceso productivo, consecuencia por ejemplo de la mayor inversión o de saltos cualitativos en la productividad. Si así fuese, se estaría frente a un ejemplo de ganancia capitalista, punto que nadie cuestiona. El diferencial surge, en cambio, de un dato completamente externo a la producción: la escasez por mayor demanda potenciada por la especulación financiera global.

La pelea, entonces, no es por la renta presente, sino por la apropiación de la renta futura. La forma en que se asigne esta renta extraordinaria determinará el modelo de país en el que vivirán las próximas generaciones.

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