Dom 22.06.2008
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Circulación

El gran Raúl Prebisch se dio cuenta en 1933, con mucho dolor, de que apenas un año antes, cuando era subsecretario de Hacienda, se había mandado macanas: en plena crisis económica había propiciado las llamadas “finanzas sanas”: ante la reducción de ingresos fiscales, por la caída del ingreso nacional, para restablecer el equilibrio fiscal había creado más impuestos (como el impuesto a las ganancias) y reducido el gasto público (reduciendo la obra pública y los sueldos de empleados públicos). Ambas medidas agravaban la disminución del ingreso. Eran medidas procíclicas, no anticíclicas. Lo aconsejable era exactamente lo contrario. ¿Por qué no aplicar en ese momento tal o cual fórmula económica, que tanto éxito tuvo en otro momento distinto? Sencillamente, porque antes es antes y ahora es ahora. Para momentos distintos no hay fórmulas económicas iguales, de igual modo que para realidades económicas diferentes no hay fórmulas económicas iguales. La ciencia económica es relativa, distinta para realidades distintas. Por ejemplo, cuando la ciencia económica fue un producto inglés, consideró a la actividad económica con abstracción del espacio, como si ocurriera toda en el ámbito de un punto. Cuando fue un producto francés, de alguna forma hizo participar al espacio, introduciendo, entre el productor y el consumidor, un tránsito o circulación. A los economistas ingleses (en especial a Petty) el descubrimiento de Harvey de la circulación de la sangre (siglo XVII) no les inspiró nada. En cambio a los franceses (en especial a Quesnay) les inspiró el Tableau Economique (cuadro económico, 1758), del que se cumplen 300 años. De igual modo, los ingleses produjeron un solo tratado de ferrocarriles, el de Lardner; mientras los franceses produjeron numerosos tratados sobre economía de los transportes. Aquí, no obstante la admiración por el pensamiento francés, seguimos a la economía inglesa. Se enseñaba Economía del Transporte desde que se fundó la Facultad de Ciencias Económicas, y terminó suprimiéndose la cátedra, y no se enseñó nunca Economía Espacial. Así anduvimos a ciegas, suprimimos los ferrocarriles, en uno de los países extensos del mundo, y dejamos enormes cargas agropecuarias sólo a merced monopólica del camión, con capacidad de transporte infinitamente menor y sin medios de transporte alternativos o sucedáneos. ¡Qué vivos somos!

Una vez y otra

“Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa.” Tal lo que escribió el amigo de los proletarios de todo el mundo en su obrita El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1852), que siempre, hasta ahora, se vio excluida de la bibliografía justicialista, pero que las altas autoridades nacionales han elevado, dos veces por cadena nacional en esta semana, a clave de interpretación del grave conflicto con el sector agropecuario. Para orientarnos en la confusión, acordemos en lo elemental: la vez primera, la anterior, es la indicada como “una vez”; y la vez sucesiva o posterior, es la “otra”. Entonces, la primera vez en el tiempo ocurrió como tragedia; la segunda vez, como farsa. ¿Qué es lo que ocurrió? El problema es hoy la relación del Gobierno (“peronista”) y el campo. Deberíamos compararla con la misma relación en algún gobierno peronista anterior. Lo natural es retrotraernos al primer gobierno de Perón (1946–1955). Comparado con el actual, en ambos el gobierno consideró al campo como proveedor de recursos. En el primer caso –el del drama– el gobierno promovía la fabricación en el país de manufacturas industriales livianas, pero el país no fabricaba ciertos equipos, determinadas materias primas, y en particular, petróleo, y para comprarlos en el exterior se requerían divisas fuertes. En efecto, la cantidad de dólares que ingresasen al país por exportaciones marcaba la frontera hasta donde podía expandirse la industria. El gobierno no emprendió otras acciones recaudatorias que pudiera retraer al exportador, como las retenciones. Al contrario, dentro del régimen de control de cambios existente, adjudicó a las exportaciones agropecuarias tipos de cambio más altos, para que sus ingresos en pesos fuesen significativamente más altos. La estrategia fracasó doblemente: la oferta agropecuaria no aumentó y sí aumentó el costo de la alimentación, y con ello el nivel mínimo de los salarios. En el segundo caso –el de la farsa, como califican las altas autoridades nacionales– el Gobierno siguió la estrategia opuesta, pues elevar las retenciones a cerca del 50 por ciento del valor de la exportación equivale a reducir el tipo de cambio a la mitad del tipo de cambio corriente, digamos a $ 1,50 por dólar.

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