Domingo, 7 de septiembre de 2008 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
La peculiaridad de la situación financiera global del nuevo siglo es que el epicentro de la crisis se encuentra en los países desarrollados. Desde el estallido del problema de la deuda externa de México, en 1982, se sucedieron debacles en la región hasta la explosión de la economía argentina, en 2001. La desregulación e internacionalización del capital especulativo durante esas décadas extendió la fragilidad hacia zonas económicas del planeta que habían emprendido un desarrollo capitalista con cierta autonomía, como en el sudeste asiático. La crisis en los tigres y tigrecitos, en especial en Corea del Sur, y también en Rusia, dejó en evidencia que el funcionamiento del mercado de capitales global, con normas financieras flexibles, desreguladas y con escasa vigilancia de los organismos de control, derivó en desastres de proporciones. Hecatombes que se tradujeron en elevados costos económicos, sociales y políticos para esas sociedades vulnerables. Desde esas ruinas, y con el factor relevante de la recuperación de los precios de las materias primas por la irrupción de China e India en el concierto de potencias económicas, la periferia recuperó solvencia macroeconómica emprendiendo el camino opuesto: superávit de la cuenta corriente, acumulación de reservas, desendeudamiento, ruptura de lazos con organismos financieros internacionales (FMI), control de capitales, diversificación de mercados para sus exportaciones y fortaleza fiscal. Esas condiciones son las que hoy les permiten a esos países, cada uno con sus particularidades, registrar un elevado grado de inmunidad a la peor crisis bancaria desde el crac del ‘29.
El cuadro adjunto, elaborado por los periodistas Yalman Onaran y Dave Pierson, de la agencia internacional Bloomberg, revela las millonarias pérdidas y el capital invertido para evitar la quiebra de más de 100 bancos y compañías de seguro más importantes del planeta. Desde el comienzo del derrumbe de los créditos hipotecarios subprime, a mediados del año pasado, ese grupo de entidades contabilizan quebrantos por 500 mil millones de dólares. Las pérdidas se seguirán sumando en los próximos balances trimestrales y los analistas más optimistas evalúan que el saldo negativo alcanzará el billón de dólares. Esas pérdidas derivaron en extraordinarios salvatajes de las bancas centrales, cuyas autoridades admiten desconocer la profundidad de la catástrofe de los balances de los bancos. Capitales asiáticos y árabes también aportaron capitales para evitar la quiebra de entidades líderes, como el Citi, pero ahora son más prudentes antes de desembolsar el dinero, como se reflejó con Lehman Brothers. En total, esas entidades fueron capitalizadas por diferentes vías en casi 353 mil millones de dólares.
Los bancos en problemas restringen el crédito, ya no sólo el hipotecario, al tiempo que reclaman la cancelación de los otorgados para recuperar fondos. La caída del negocio de las subprime dejó al descubierto otros fraudes financieros a inversores, como los Auction Rate Securities (ARS) por 300 mil millones de dólares, que involucran a Goldman Sach, Merrill Lynch, Citi y Deutsche Bank, entre los más importantes, que elevan aún más esos quebrantos millonarios. Esta crisis bancaria con restricción crediticia deriva en que la economía real empieza a sufrir e ingresa en un ciclo de desaceleración rumbo a una recesión. Situación que se está verificando en Japón, la Unión Europea y Estados Unidos, con más o menos intensidad según el grado de desequilibrios macroeconómicos de cada uno. La desregulación financiera, con entes de control colonizados por los bancos, extendió la debacle desde Estados Unidos a Europa.
Además de saber que existe una inmensa crisis en las potencias económicas, la importancia de esa reveladora radiografía de bancos en la cornisa se encuentra en la posibilidad de relativizar las admoniciones de Wall Street, en especial obsesión con la economía argentina. En general, las advertencias y consejos financieros de un quebrado, en peligro de serlo o en problemas con alguna posibilidad de sobrevivir no tienen mucha legitimidad. Lo mismo sucede con los gurúes de la city y economistas del establishment, que sólo por sus antecedentes de endeudadores seriales debería provocar pudor convocarlos a dar cátedra por cadena nacional de radiodifusión privada. O con el Banco Central, que organizó su tradicional Jornadas Monetarias con una selección de economistas de predominio ortodoxo con algún invitado heterodoxo para maquillar el encuentro. El poder simbólico y real es lo que les permite actuar como censores de un proceso económico que está relativamente inmune a ese desbarajuste financiero internacional. Protección que existe por haber transitado a contramano de la receta del fracaso que ellos postulan, sendero que no es de uso exclusivo sino que está en línea con el emprendido por el resto de los países periféricos que padecieron crisis en los noventa. Economías que hoy son observadoras impresionadas por el sombrío escenario financiero de las potencias del planeta.
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