Domingo, 21 de septiembre de 2008 | Hoy
BUENA MONEDA
Por Alfredo Zaiat
Las crisis económicas son un potente motor para la concentración y centralización del capital. Empresas y bancos que se van derrumbando son absorbidos por otros que se quedan con sus activos o con la participación que tenían en el mercado. La posibilidad de incorporar ese patrimonio devaluado se puede concretar por una mayor fortaleza financiera y de gerenciamiento para enfrentar una debacle generalizada o por disponer un sentido de la oportunidad audaz que muchas veces es ayudado por medidas de las autoridades políticas. La caída del fundamentalismo del mercado libre de Wall Street, además de provocar un cambio del paradigma en el funcionamiento del sistema capitalista, está derivando en una concentración del negocio bancario privado y en un masivo intervencionismo estatal. En las crisis no todos pierden todo, como hacen creer los mercaderes de la angustia, torturando a una mayoría desorientada por los grandes medios. Aunque pueda parecer extraño en el transcurso del hundimiento del buque insignia del mercado financiero global, algunos agentes económicos se terminarán beneficiando de estas ruinas y posterior recuperación. Y pese al bombardeo de la secta de los brujos de la city, sumergidos en un conflicto existencial por la destrucción de su modelo conceptual, lo mismo sucede con los países. No todos pierden.
Para poder tener una perspectiva amplia de estos procesos de devastación de riquezas con concentración del capital se requiere del esfuerzo de observar la película y no detenerse en la foto. Si las acciones bajan 10 por ciento, los bonos otro tanto y descienden las cotizaciones de los granos y el petróleo en una misma jornada, la conclusión inmediata es que el pánico de la crisis terminará arrastrando todo y a todos. Este es el análisis económico express que exigen los tiempos mediáticos y que aplican los gurúes del establishment para dar respuesta a la incertidumbre del futuro, que como bien se sabe es imposible atraparlo pese al esfuerzo infructuoso de esos vendedores de pronósticos de ansiedad. La situación relativa de los países frente la caída del muro de Wall Street no es igual para todos y, aunque puede incomodar al espíritu autodestructivo doméstico, la Argentina no se ubica en el peor lugar para recibir las esquirlas de ese estallido impresionante. Esto no significa que no deba fortalecer sus defensas y prepararse para un contexto internacional complicado, pero se encuentra bastante más lejos que otros de las llamaradas del incendio de la pérdida masiva de riquezas. El desafío es transitar estos momentos turbulentos de la forma que permita recibir la menor cantidad de daños que provengan del exterior y también de los autoinfligidos.
La historia enseña que en acontecimientos económicos-políticos que sacudieron el mundo en el siglo pasado el país salió beneficiado después de un primer cimbronazo. Esto se reflejó con la Primera Guerra Mundial, en el crac del ‘29, la Gran Depresión y en la Segunda Guerra Mundial. Con sus matices y particularidades dependiendo de cada uno de esos períodos dramáticos, el comercio exterior fue superavitario atado a la evolución de los términos del intercambio, el sector externo registró un freno de ingreso de capitales y por la abrupta caída de las importaciones se empezó a desarrollar por necesidad la industria sustitutiva. El impacto inicial en esos años fue muy fuerte porque la economía local era muy vulnerable a las fluctuaciones del contexto internacional, pero luego la recuperación fue intensa por el lugar que ocupaba la Argentina como proveedora de granos al mercado mundial.
Hoy la situación relativa es mejor que la de esa época debido a que el país se encuentra fuera del movimiento de capitales especulativos a partir del default de la deuda en 2001 y la posterior reestructuración con quita de capital que tuvo la oposición del FMI y Wall Street. La previsible retracción de los capitales externos en estas jornadas caóticas no tendrá impacto simplemente porque antes no habían ingresado. Además, al dejar atrás la trampa financiera externa de la deuda, en un futuro inmediato no se necesita asistencia para atender los vencimientos de capital e intereses.
Con respecto al flujo de capitales se presenta un escenario peculiar. En las últimas tres décadas la fuga de fondos hacia el exterior del sector privado ha sido constante motivada por la sucesión de crisis domésticas. En esas instancias se agudizaban los desequilibrios de la economía. Ese dinero fue depositado en bancos internacionales que ahora están en una posición patrimonial delicada. La experiencia acumulada en las varias corridas locales motivó a no pocos de esos depositantes a decidir el retorno de parte de esos capitales a cajas de seguridad ubicadas en playas más tranquilas, como Buenos Aires. Se trata de un stock de capital que podría dinamizar la inversión local, como lo fue en su momento el dinero atesorado durante la caída de la convertibilidad y que luego con el efecto riqueza de la megadevaluación fue uno de los factores que permitió la recuperación de la economía.
Otro factor que juega a favor de la Argentina es que la potencia emergente, China, tiene una economía que es complementaria, no competitiva como lo era Estados Unidos cuando recibió de manos de Gran Bretaña el trono del Imperio. China necesita de los alimentos que puede proporcionar la Argentina.
La caída del fundamentalismo del mercado libre y de la falsa idea de seguridad del sistema bancario y bursátil del Primer Mundo, modelo dominado por la lógica financiera desprendida de las condiciones materiales de producción, genera angustia por lo desconocido. Pero observando más allá de la espectacularidad de ese derrumbe, esta crisis brinda la oportunidad para transitar un sendero de desarrollo con cierta autonomía en una economía globalizada.
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