EL BAUL DE MANUEL
› Por Manuel Fernández López
Wall Street castiga al mundo con una gran crisis. Wall Street designa a un mercado de valores, sus directivos y operadores, a ciertas reglas y a clientes. Si el mundo tembló con las cifras del Dow Jones, ¿no cabe pensar que algo malsano pasa donde acaece el índice? ¿En qué aspecto de WS reside el mal? La pregunta tuvo el juicio de Keynes: “En uno de los mayores mercados de inversión del mundo, como Nueva York, la influencia de la especulación es enorme. Cuando el norteamericano compra una inversión pone sus esperanzas, no en su rendimiento probable, sino en un cambio favorable en las bases convencionales de valoración; es decir, es un especulador. Los especuladores no dañan si son burbujas en un firme torrente de espíritu empresarial; pero la situación es seria si la empresa se hace burbuja en un remolino de especulación. Si el desarrollo del capital de un país se vuelve subproducto de actividades propias de un casino, es probable que aquél se realice mal. La medida del éxito obtenido por Wall Street, considerada como una institución cuyo fin social es guiar las nuevas inversiones por los cauces más productivos en términos de rendimiento futuro, no puede presentarse como uno de los triunfos prominentes del capitalismo de laissez faire –lo que no es sorprendente, si estoy en lo justo, al pensar que los mejores cerebros de Wall Street se han orientado de hecho hacia un fin diferente–...se admite que, en interés público, los casinos deben ser inaccesibles y costosos, y tal vez esto sea cierto de las bolsas de valores. El hecho de que los pecados de la Bolsa de Valores de Londres sean menores que los de Wall Street, quizá no se deba tanto a las diferencias en el carácter nacional, como a la circunstancia de que, para el inglés de tipo medio, Throgmorton Street es inaccesible y muy costosa comparada con Wall Street para el norteamericano de tipo similar. La comisión del corredor de Bolsa, los fuertes cargos de los comisionistas y el pesado impuesto sobre operaciones o traslado de títulos que se paga a la Tesorería, en las operaciones en la Bolsa de Valores de Londres, reducen la liquidez del mercado lo bastante para eliminar gran parte de las operaciones que caracterizan a Wall Street. La implantación de un fuerte impuesto sobre todas las operaciones de compraventa podría ser la mejor reforma disponible para mitigar en los EE.UU. el predominio de la especulación sobre la empresa”.
¿Cuál es el mejor negocio?: comprar argentinos por lo que valen y venderlos por lo que creen que valen. El chiste duele, pero subraya el carácter “agrandadito” del habitante de estas latitudes. El rasgo no es mero adorno y sí origen de actitudes riesgosas, tales como sensación de invulnerabilidad (“a mí no me va a pasar”) o desdén del conocimiento. Respecto de la primera actitud, el “no nos va a pasar”, ya nos está pasando: ¿quién no tiene cerca de su casa, en su propio barrio, un negocio que cerró, u otro que sigue trabajando, pero que preventivamente instaló defensas para protegerse en caso de ataques de muchedumbres? En cuanto a la segunda, los mismos que buscan al mejor médico en caso de enfermedad no vacilan en arrogarse capacidades económicas, sin haber cursado ni un primer año de la carrera universitaria respectiva, ni una sola materia de matemática, ni una sola de estadística, ni la menor experiencia técnica. Si no merece la pena el conocimiento actual, con mayor razón no importa el conocimiento que viene del pasado. En este preciso momento la preocupación mayor es si la crisis mundial se transmitirá a nuestro país y, en tal caso, con qué intensidad. En un momento parecido, la Sociedad de las Naciones, en plena Gran Depresión, convocó a dos grandes economistas europeos para reunir, procesar y transmitir el conocimiento teórico y empírico sobre ciclos económicos. A Gottfried Haberler le encomendó sistematizar todas las teorías sobre el ciclo económico. A Jan Tinbergen le encargó un estudio econométrico sobre el ciclo económico en los EE.UU. Si hoy se hiciera lo mismo (¿qué razón habría para no hacerlo?) no alcanzaría con dos economistas: prácticamente todo el siglo XX varios miles de los mejores economistas de todo el mundo investigaron a los ciclos económicos desde los más diversos ángulos. Un punto de inflexión fue Keynes, después del cual el ciclo pasó a considerarse una forma del crecimiento económico, el crecimiento cíclico. A las viejas teorías psicológicas, monetarias, de sobreproducción y de subconsumo, se añadieron la interacción acelerador-multiplicador, la del estancamiento secular, la de la telaraña, la de la estanflación, etc., fruto de los trabajos de Frisch, Samuelson, Harrod, Hicks, etc. Tenemos allí una mina riquísima de respuestas. ¿Tendremos la humildad de escucharlas? ¿O seguiremos tropezando con la misma piedra?
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