ENFOQUE
› Por Pablo Nemiña *
En la vertiginosidad que la crisis financiera impone a los acontecimientos, merece destacarse un hecho relevante para la economía política mundial. Luego de un lustro de ostracismo, en el cual se había puesto en duda su continuidad como institución, el Fondo Monetario Internacional regresó con nuevos bríos a la arena internacional.
La política financiera de la Administración Bush a comienzos de 2001 llevó a un fuerte repliegue del organismo. Apoyada en la teoría del “riesgo moral”, que postula que los salvatajes financieros sólo sirven para poner a salvo a inversores especulativos, procuró que el FMI redujera sus créditos y se limitara a ofrecer asistencia técnica. Esta política tuvo su aplicación paradigmática en la crisis argentina de 2002: como prestar más dinero sólo empeoraba las cosas, había que dejar que los países resolvieran su crisis solos. Pero si el Fondo no otorgaba créditos, tampoco podía imponer condicionalidades, por lo que su repliegue también implicó ver reducida su capacidad de intervención.
A esto se sumó el aumento en los precios de las materias primas, que redujo las necesidades externas de los países exportadores de commodities, muchos de ellos tradicionales clientes del FMI. Este contexto determinó que mientras aumentaron en términos relativos los grados de autonomía que disponían estos países para definir e implementar sus políticas económicas, creció la desorientación del organismo. Sin países interesados en su financiamiento, el Fondo se debatía entre reformarse, desaparecer o esperar a la próxima crisis.
Así intentó reconvertirse y aumentar la representación de los países en desarrollo, pero la negativa del bloque de Europa occidental a resignar participación impidió lograr grandes avances. Descartada la primera alternativa, quedaba esperar. Finalmente, estalló la crisis financiera en el centro del capitalismo. Pero no era mucho lo que podía hacer allí el Fondo. Es sabido que su capacidad de disciplinar las políticas de los países está en inversa proporción al poder estructural de los mismos. No obstante, la crisis se expandió a las economías emergentes. Y con ello, reapareció en escena.
En los últimos días, el Fondo realizó dos anuncios que lo reposicionan como un actor de relevancia en la arena internacional. Primero, aprobará acuerdos stand-by que incluyen financiamiento por más de 34 mil millones de dólares a Islandia, Ucrania y Hungría. Este último país recibirá, también, asistencia de la Unión Europea y el Banco Mundial. Para dar cuenta del salto cuantitativo y cualitativo que ha dado el Fondo respecto de su financiamiento, puede señalarse que durante 2007 aprobó créditos por sólo 725 mil dólares a Irak, Perú y Gabón. De este modo, el contagio de la crisis ha motivado el regreso del Fondo como prestamista de los países emergentes, ofreciendo créditos a una escala que evoca los grandes salvatajes de los ‘90.
El parecido no es casual. En Islandia, los créditos del Fondo pretenden evitar la caída de los bancos, afectados por una masiva salida de depósitos, y el consecuente perjuicio a los depositantes. La mayor parte de éstos son ingleses, atraídos por jugosas tasas de interés que promediaron el 20 por ciento anual en 2007. En Ucrania, el aumento de los combustibles (principal importación) acentuó el desequilibrio comercial externo y llevó la inflación a un nivel proyectado para 2008 del 25 por ciento. A fin de evitar una devaluación que dificulte el repago de la creciente deuda externa privada, el Fondo otorgará un salvataje de 16.500 millones de dólares. Por último, en Hungría las vulnerabilidades externas de la economía (alto endeudamiento público alcanzando el 66 por ciento del PBI y déficit comercial, el 5 por ciento del PBI a fines de 2007) motivaron que el sector privado acelerara la compra de divisas para cubrirse de una posible devaluación. El salvataje pretende aliviar las dificultades financieras tanto del gobierno como del sector bancario dominado por entidades austríacas, italianas y alemanas.
Como puede apreciarse, a través de sus créditos, que le permiten incluir tradicionales condicionalidades de política como el ajuste fiscal y la suba de tasas, el Fondo procura evitar pérdidas masivas a los depositantes del Reino Unido, los bancos internacionales acreedores del sector privado en Ucrania y los bancos europeos radicados en Hungría. Esta vuelta a los criterios predominantes en los ‘90, que propugnaban la utilización de fondos públicos para evitar pérdidas al sector financiero, no puede comprenderse sin considerar el notable cambio en el paradigma financiero internacional de los Estados Unidos. Puede suponerse, motivado por el interés de evitar una profundización a niveles sistémicos de la crisis.
El segundo anuncio del organismo refiere a la aprobación de una nueva línea de crédito que podrá poner rápidamente a disposición de los países altos montos de financiamiento (cinco veces la cuota del país con el organismo). Son casi 100 mil millones de dólares que podrán ser utilizados sin necesidad de suscribir un acuerdo formal, y por ello, sin condicionalidades. La decisión sería destacable, ya que iría en línea con lo sugerido por muchos críticos del organismo: reducir las invasivas condiciones de política económica que exige junto a sus desembolsos. Pero no todos los países podrán acceder a ella. Para ser elegibles, deberán mostrar una trayectoria de políticas “sólidas” y haber recibido una evaluación positiva en la revisión anual del organismo. Estos criterios convierten al crédito en pre-condicional de hecho, y por ello reducen el universo de países elegibles a aquellos cuya economía –paradójicamente– está siendo más afectada actualmente por la crisis. En este sentido, Argentina (que podría acceder a casi 16 mil millones de dólares) queda fuera de la selección, ya que su gobierno pospuso la realización de la revisión por parte del FMI.
Los acuerdos por suscribir y la nueva línea de crédito han reposicionado al Fondo en la arena internacional. Su importancia como actor político no se funda en la magnitud de los créditos que puede ofrecer, sino en que pareciera haber recobrado su legitimidad entre los países centrales como una institución capaz de contribuir en el manejo de la crisis. Esto se comprende al considerar que el efecto rebote en los emergentes amenaza con profundizar las pérdidas del golpeado sector financiero de aquellos países.
El Fondo ha regresado. Aggiornado, sí, aunque notablemente parecido a su versión ‘90. Las enseñanzas que dejaron casi cincuenta años de conflictivas relaciones entre Argentina y el organismo, invitan a saludarlo. Desde lejos.
* Becario Conicet / IdaesUnsam.
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