Dom 09.11.2008
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Obama y la crisis

El triunfo de Obama añade otro elemento en las comparaciones que se hacen entre la actual crisis y aquella otra iniciada en octubre de 1929. En aquel momento gobernaba los EE.UU. un presidente republicano que, claro está, no podía reconocer realistamente la crisis, porque ello significaría magnificar a la crisis misma; por el contrario, pronosticaba un fenómeno de corta duración, que sería superado por la vitalidad de los EE.UU. Las cosas, sin embargo, no ocurrieron así, y aquella prescindencia del gobierno federal sólo sirvió para hacer la crisis más profunda y prolongada. A finales de 1932 sucedió lo inevitable: lo más hondo de la crisis coincidió con la renovación del primer mandato de aquel presidente republicano, ¡pero el pueblo norteamericano no le concedió una segunda oportunidad, y eligió reemplazarlo por otro presidente, de otro signo político! Cuando este recambio estaba en marcha –segunda mitad de 1932– la Liga o Sociedad de Naciones, en Ginebra, Suiza, recibía a un grupo de especialistas de todo el mundo (incluso la Argentina) convocados a una reunión preparatoria de una conferencia económica mundial, que tendría lugar en Londres, en junio del año siguiente. El 20 de enero del ‘33, Franklin D. Roosevelt entra en la Casa Blanca y comienza a delinear el New Deal, tarea de una complejidad difícilmente imaginable, por tratarse no de un país, sino de un continente, integrado por cuarenta y ocho países. Llega junio del ‘33, la fecha señalada para la reunión de Londres. Los más calificados economistas esperaban el momento de presentar sus propuestas a los líderes políticos del mundo. Pero los EE.UU. nunca habían apoyado a las actividades de la Sociedad de Naciones, y menos aún acatarían sus resoluciones. Roosevelt decidió que los problemas económicos internos de los EE.UU. tenían prioridad sobre los problemas económicos internacionales, y decidió no asistir a la reunión, lo cual la hizo fracasar. Se designó a tal decisión con el nombre de un arma terrorífica de la Gran Guerra: el “torpedo de Roosevelt”. Hoy los EE.UU. están de nuevo en una fase preparatoria de una conferencia multinacional, otra vez por afuera de las Naciones Unidas, y eligiendo discrecionalmente a los integrantes, privilegiando la coincidencia con sus propios intereses, y desentendiéndose de toda responsabilidad por daños económicos ocasionados a terceros países.

Cosas de negros

En un mes se cumplirán 110 años del nacimiento de Gunnar Myrdal (1898-1987), en Gustaf, Suecia. Estudió abogacía en Estocolmo. En 1927 obtuvo el doctorado y su designación como docente en economía política. En 1925-1929 estudió en Alemania e Inglaterra, y en 1929-1930 en los Estados Unidos. En esta época publicó El elemento político en el desarrollo de la teoría económica, que conocimos a través de la traducción de Streeten. En 1933 sucedió a Cassel en la cátedra de la Universidad de Estocolmo. En 1934 fue electo senador por el partido socialdemócrata. En 1938 la Corporación Carnegie le encomendó dirigir un estudio del problema del norteamericano negro. El material acumulado lo publicó en 1944 como Un dilema americano: El problema del negro y la moderna democracia. Es el único trabajo de envergadura sobre el tema realizado por un economista. Myrdal no abandonó nunca este género de estudios, y todavía en 1975, al recibir el Premio Nobel en Ciencias Económicas, declaró encontrarse trabajando en un estudio de “la amplia dinámica social y económica de las relaciones raciales en los Estados Unidos desde la época, más de treinta años antes, en que escribí Un dilema americano”. Estos estudios recobrarán vigencia en el futuro inmediato, ante la circunstancia inédita de la elección de un presidente negro en los EE.UU. Sin embargo, su legado no se limita al tema de la inserción de una minoría subordinada en la estructura política del país más rico del planeta. Sus actuaciones públicas, tanto nacionales como internacionales, formaron un valioso tesoro de experiencias, que Myrdal procesó y dejó registrado en varios volúmenes. Entre ellos, Teoría económica y regiones subdesarrolladas, donde extrae, de la experiencia de la descolonización ocurrida desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, conclusiones teóricas y prácticas, útiles para los países subdesarrollados y para los jóvenes economistas de esos países: “En esta época del gran despertar –decía–, sería patético que los economistas jóvenes de los países subdesarrollados se desviaran por el mal camino de las predilecciones del pensamiento económico que prevalece en los países adelantados, que están entorpeciendo a los estudiosos de estos países en sus esfuerzos por acercarse a la realidad, pero serían fatales para los esfuerzos intelectuales de los economistas de los países subdesarrollados”.

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