Domingo, 30 de noviembre de 2008 | Hoy
EL BAUL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
La macroeconomía se refiere a todos los miembros de una sociedad y sus relaciones económicas. Pero no considera a cada uno en particular, sino a los totales que se forman globalmente. No le interesa cuánto gasta en consumo Juan, Pedro o José, sino el consumo de todos, o consumo global, que llamamos C; lo mismo con otros tipos de gasto: la inversión, I; el gasto del gobierno, G; el gasto extranjero en productos nuestros, X. La regla macroeconómica es que el gasto global, C + I + G + X, no se caiga. Ante signos recesivos –por ejemplo, despidos de personal–, la autoridad pública puede actuar sobre cualesquiera de esas variables, o combinaciones de ellas, para mantener estable el gasto global. El consumo C depende del ingreso, y éste del empleo, los precios de los bienes y los impuestos que encarecen los bienes. La autoridad puede eliminar el IVA sobre bienes de primera necesidad. Eso significa más capacidad adquisitiva para quienes demandan esos bienes, y es un ingreso fiscal que se traslada a los sectores más sumergidos. La inversión I depende de las ventas esperadas, la confianza y la tasa de interés. Medidas como la del reducir o suprimir el IVA, aunque no regalan ingresos a quienes no tienen trabajo, permiten esperar ventas más firmes por parte de quienes conservan su empleo o son beneficiarios de algún tipo de subsidio al desempleo; a las empresas no les importa quién les compra, sino cuál es el volumen total de ventas. El gasto del propio gobierno se integra con gastos corrientes (sobre todo, personal) y gastos de capital (obras públicas). El rubro con mayor capacidad expansiva es la obra pública, pero se trata de obras de larga duración, semejantes a la inversión privada por cuanto requieren un importante desembolso inicial. ¿Y de dónde saldrán esos fondos, si por otro lado la autoridad recorta algunos impuestos, no crea otros nuevos y no aumenta ninguno? Las obras públicas son, también, semejantes a los gastos iniciales de un emprendimiento agrícola, que los fisiócratas llamaban avances primitivos. Manuel Belgrano, en 1795, “inventó” el crédito agrario: para favorecer la radicación de jóvenes matrimonios en el campo, proponía otorgarles créditos para la adquisición de los “adelantamientos primitivos”. Innumerables obras públicas argentinas pudieron concretarse en el pasado mediante el crédito internacional. Pero hoy, ¿quién vendrá a ayudarnos?
Más allá de si la Gran Depresión de los años treinta fue más larga o más profunda que la actual, interesa ver qué hicieron los gobiernos más lúcidos para contrarrestar sus efectos. Eran años en que el pensamiento económico estaba dominado por los economistas ingleses, entre los que sobresalía Keynes. Por tanto, tratemos de recordar qué propuso Keynes al gobierno inglés. En la segunda mitad de 1932 la economía inglesa había producido algunos signos de recuperación, pero las de los demás países seguían postradas. Esto produjo multitud de consecuencias. En enero del ‘33 suben Hitler y Roosevelt en Alemania y EE.UU., respectivamente; la Sociedad de Naciones consideró que los países debían reunirse y dialogar sobre la crisis, y estimó que Inglaterra era la sede más adecuada a tales efectos. Se proyectó una Conferencia Económica Mundial para junio de 1933. Con vistas a esa conferencia, en abril del ‘33, Keynes publicó en cuatro números de The Times un trabajo difundido luego en los EE.UU. como “The Means to Prosperity” (Los caminos hacia la prosperidad). Estos cuatro artículos sorprendieron a Raúl Prebisch, cuando el gobierno argentino le ordenó trasladarse de Ginebra a Londres y sumarse a la misión Roca, que debía negociar el comercio de carnes. Según Roy F. Harrod, el discípulo más notable de Keynes, “‘The Means to Prosperity’ contenía un análisis fundamental más satisfactorio que su folleto anterior, pues se basaba en el Tratado (sobre el Dinero) y en subsiguientes meditaciones. Keynes se refería al artículo de Kahn en el Economic Journal y usaba la técnica del ‘multiplicador’. También apoyaba la idea de un doble presupuesto: uno para los gastos ordinarios y otro para los extraordinarios, que debería manipularse de acuerdo con el ciclo económico. Empezamos aquí a percibir la primera insinuación de una idea más radical que todas las recomendadas hasta entonces: que el ministro de Hacienda debía inyectar poder adquisitivo adicional, no sólo financiando obras públicas por medio de empréstitos, sino también suprimiendo impuestos, sin reducir los gastos ordinarios. Esto era casi ‘finanzas deficitarias’ en todo el sentido del término. Keynes proponía que por una parte se emitiera un empréstito de 60 millones de libras para financiar obras públicas, y por otra que se redujera en 50 millones de libras la tributación a expensas del Fondo de Amortización”.
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