Domingo, 14 de diciembre de 2008 | Hoy
ENFOQUE
Por Fernando Hugo Azcurra *
La crisis económicofinanciera en la que está inmersa la sociedad capitalista ha desplegado una enorme producción de enfoques, interpretación y descripciones en notas, artículos, entrevistas a economistas y funcionarios en búsqueda de explicaciones y previsiones que permitan avizorar una luz en el fondo del túnel. Uno de los ámbitos en que parecen desarrollarse los comentarios, debates e ideas es el de examinar los acontecimientos como el de un antagonismo entre un neoliberalismo, que habría mostrado su irracionalidad y lo perjudicial de su absurda práctica de “libertad” de los mercados, y la racionalidad, prudencia y estabilidad que supondrían los controles estatales en el funcionamiento de la movilidad mundial del capital. De manera que la controversia sobre el mejor funcionamiento de la economía se sitúa entre Mercado y Estado, y los grados de responsabilidad social que a cada uno le correspondería cuando al primero se lo libera de toda supervisión del segundo y se le permite operar “salvajemente” como en sus inicios históricos.
Esta contraposición, sin embargo, no es un antagonismo real sino una oposición ideológica dentro de la propia cosmovisión de la sociedad burguesa, que muestra sí tensiones de aquél, pero desde la cual sería falso partir para explicar la crisis actual cuando es lo que en rigor debe ser explicado. Antagonismo y oposición se parecen, pero no son iguales. Uno es un fundamento objetivo real; la otra es proceso objetivo formal. La oposición formal, Estado versus Mercado, remite al antagonismo real, que como fundamento de la estructura social alude al modo de producción del capital, entre una colosal socialización de las actividades productivas y de servicio y una cada vez mayor (y no menos colosal) apropiaciónexpropiación por el capital, en esta etapa financieromonopolista, en su carácter de propietario privado de aquellas fuerzas sociales.
La oposición se presenta y difunde, bajo aquella formalidad como “neoliberalismo” en tanto expresión ideológica de los mercados enfrentada a las “regulaciones” como expresión de la injerencia exógena y contraproducente del Estado. Pero el concepto básico de la expresión neoliberalismo, tan de moda desde hace años, es el de “liberalismo”. Esta modalidad ideológica, económica y política fue bandera de combate de la burguesía industrial en su enfrentamiento con las formas feudales y los poderes de la nobleza y de la monarquía en esa etapa en que se abría paso el modo de producción específicamente capitalista en la Europa de los siglos XVII y XVIII. La consigna “laissez faire, laissez passer, le monde va de lui-même” exigía libre concurrencia sin obstáculos de naturaleza alguna, eliminación de cualquier intromisión del Estado (monárquico), supresión de todo monopolio (feudal), para favorecer el desarrollo del capital industrial. Se trataba, pues, de un “liberalismo industrial”. La Revolución Francesa abrió toda una época en Europa de confrontaciones políticas de clase entre una nobleza definitivamente declinante y una burguesía industrial ascendente que marchaba hacia el pleno dominio de la sociedad al mismo tiempo que la transformaba.
Vertiginosa marcha y no menos vertiginoso triunfo que superó su etapa de maquinismo y gran industria para acceder a las formas monopólicas de la producción a la par que de expansión de los mercados constituyendo el surgimiento de una nueva forma histórica de dominio del capital: el monopolio financiero. Concentración y acumulación de capital, centralización de la propiedad, monopolios en competencia agresiva, difusión mundial de éstos, dominio del capital ficticio. Mercado dejó de ser sinónimo de “libre concurrencia” y se transformó en monopolio. Luego de la crisis de los años treinta del siglo pasado y de la aparición del Estado como estabilizador de las fluctuaciones y de la desocupación, por tanto de su intervención en la economía, las consignas básicas de la ideología liberal “resurgen” del letargo que sufriera entre 1945-1975. El capitalismo había cambiado: el capital en su forma de imperialismo financiero exigía desregulación y eliminación de trabas institucionales y estatales; mantenimiento de la rivalidad competitiva de los monopolios (privados); mejoras en las condiciones de desenvolvimiento del capital ficticio. Necesidades que hoy sólo la expresión “liberalismo financiero” puede ser su fiel reflejo y no la de “neoliberalismo” que engañosamente y anacrónicamente aludiría a concurrencial, que como se ve borra diferencias históricas y especificaciones concretas de dominio del capital. Aquella expresión en toda su candidez y fácil difusión esconde más de lo que muestra: no es el “resurgimiento” de un liberalismo empedernido y anticuado, no es tampoco el empecinamiento de unos fanáticos (economistas, empresarios, funcionarios gubernamentales) que no “aprenden”, es la exigencia y la imposición de lo “financiero” que no explicita, pero que lo sostiene y fundamenta. Liberalismo financiero, pues, y no neoliberalismo. Pero además esta rabiosa ofensiva del liberalismo financiero contra las regulaciones de los mercados y la supervisión del Estado jamás fue sinónimo de recuperación de una doctrina rigurosa en sus fundamentos que restableciera la adecuación del movimiento real del capital con su expresión teórica como fiel reflejo de una economía capitalista “sana”. Se trató siempre de una doctrina geopolítica de dominación mundial por parte de los países centrales, en especial de Estados Unidos, hacia el mundo periférico. Se elaboró una estrategia denominada Consenso de Washington que creó instrumentos (Grupo de los Siete) y aprovechó otros existentes en la órbita de las Naciones Unidas (FMI, Banco Mundial, OMC) para implementarla y subordinar al resto del mundo. La crítica económica seria ya ha determinado la carencia de toda rigurosidad teórica y de la falsedad de argumentos de la doctrina como para ser aceptada por sus inexistentes bondades de conocimiento como de explicación.
Y no obstante en sus carencias, falsedades y oposición formal existe una referencia al antagonismo real que la sostiene en el imaginario ideológicosocial creado y difundido por la economía vulgar. Mercado alude a Competencia; Regulación a Estado, y ambos descansan sobre el Capital. Lo cual conduce a examinar a todos ellos en sus mutuas relaciones reales. La crisis muestra, pues, la aparición de un conflicto entre todos ellos que en lo inmediato señalaría una derrota de la ofensiva que por décadas llevara a cabo el Capital, como liberalismo financiero, contra su propio Estado, el que tendería a comportarse cada vez más como un capitalista colectivo, como un representante del conjunto de la clase burguesa y no de una de sus fracciones. Ante la desestabilización a la que somete el imperialismo financiero especulativo a la sociedad toda, surgiría la cordura puesta por el Estado como institución suprema del cuerpo social.
* Economista. Docente e investigador UNLU y UBA.
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