Dom 22.03.2009
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ENTREVISTA > IMPACTOS ECONóMICOS NEGATIVOS DE LA SOJA TRANSGéNICA:

Soja Power

› Por Claudio Scaletta

La muy relevante discusión por la naturaleza de la estructura agropecuaria local parece concentrada en la reproducción de eslóganes. Los representantes de las corporaciones agrarias de la Pampa Húmeda acusan a sus interlocutores de “no saber de campo”. Los trabajos académicos financiados privadamente o generados por organismos internacionales resultan sospechosamente apologéticos. Muchos medios de comunicación, asociados a la comunidad de negocios, contribuyen a un discurso cada vez más polarizado. Sin brújula, los protagonistas del debate avanzan como sonámbulos repitiendo mecánicamente axiomas de máxima. En este árido paisaje, el camino para quienes intentan abordar la problemática agropecuaria desde la perspectiva de la ciencia económica resulta solitario. Con sus limitaciones, la universidad pública se mantiene como un oasis. En un libro presentado esta semana, el economista Javier Rodríguez traza una radiografía de las Consecuencias económicas de la soja transgénica. Argentina, 1996-2006. Rodríguez está a cargo de la cátedra de Economía Agropecuaria de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, y es también investigador del Cenda. Si bien su libro es el resultado de una investigación anterior al sedicioso conflicto en que hoy se encuentran inmersas las corporaciones agropecuarias, contiene el grueso de los elementos que concurren a su explicación, lo que lo vuelve una pieza clave de cualquier diagnóstico para la formulación de políticas. Cash entrevistó a Rodríguez.

Su investigación se concentra en el avance de la soja transgénica a partir de 1996. Sin embargo, la llamada sojización es anterior al uso de los transgénicos. ¿Cuál es la especificidad que suma el uso de los transgénicos?

–Creo que un punto que queda claro es que el proceso de sojización es previo a la difusión de las semillas transgénicas. Ya en 1991 la soja era el principal cultivo del país. Por eso el cambio tecnológico hacia el uso de estas semillas fue tan exitoso: se aplicó en forma masiva sobre el que ya era por lejos el cultivo más importante. Su especificidad es que dio lugar a una mayor rentabilidad, lo que aceleró la sojización.

Además del aumento de la tasa de ganancia, los efectos económicos más conocidos de este proceso están ligados a la necesidad de mayor escala de las explotaciones y al reemplazo de otros cultivos, con sus consecuentes efectos sociales. ¿Hay otros aspectos del problema ausentes del debate económico?

–Son varios. Uno es lo que sucedió con el empleo rural. La masa salarial total de la producción primaria se vio fuertemente reducida. No se trata de una reducción relativa, algo esperable de casi cualquier cambio tecnológico, sino de un proceso mucho más drástico de disminución absoluta de la masa salarial. Un segundo aspecto es la distribución del ingreso al interior del sector agropecuario. Si por un lado hay un incremento de ganancias y rentas y por otro una reducción absoluta de la masa salarial, significa que la participación de los trabajadores en el total del Producto se reduce, y esto a pesar de que en muchos casos el trabajo es más calificado que el que existía anteriormente. Un tercer punto es la discusión de si se genera o no mayor valor agregado. Muchos analistas se acostumbraron a expresarse en términos de toneladas totales de granos producidos. Creo que falta indagar qué ocurrió con el valor agregado de la producción.

¿Qué pasó?

–En algunas regiones se observa el reemplazo de una producción intensiva por la soja, que es esencialmente extensiva, lo que sin dudas significa una reducción en términos absolutos del valor agregado por hectárea. Este punto es muy importante para evaluar las fuertes diferencias regionales que tiene la aceleración de la sojización. Los efectos son considerablemente distintos. Una cosa es en la región pampeana y otra en las zonas extrapampeanas. Si bien la sojización tiene la apariencia de homogeneizar la producción, en realidad presenta rindes por hectárea muy distintos y sustituciones de producciones muy diferentes.

¿La sojización significa o no mayor riqueza en términos de Producto?

–Sin duda representa mayor riqueza. El problema es que hubo una versión muy simplona y efectista de este fenómeno, según la cual las mayores ganancias que se podían obtener redundarían inexorablemente en un mayor bienestar general de toda la población. Es la reiteración de la vieja idea del derrame automático y, en definitiva, una defensa a ultranza del libre mercado. Intento discutir con esta posición, que resulta totalmente desapegada de la realidad y que no analiza todos los efectos del proceso de los que estamos hablando.

Las corporaciones agropecuarias sostienen que el derrame no se produce por efecto del pago de salarios, sino por la relación con otros sectores, como el transporte, la industria vinculada y los servicios, entre otros.

–Depende. Hay muchos trabajos, incluso yo cito uno del año 2002, que sostienen que todo este cambio tecnológico “debió haber implicado” un incremento de los puestos de trabajo en el agro. Y la verdad es que no hay ningún sustento empírico para sostener semejante cosa, que es totalmente contraria a lo que efectivamente ocurrió. Con respecto a los encadenamientos hacia la provisión de insumos o hacia una segunda industrialización, hay que enfatizar que no se trata de procesos automáticos.

¿Por ejemplo?

–El de los tractores. Es cierto que hay un incremento de la demanda de tractores, pero alrededor del 85 por ciento de esa demanda es cubierta por importaciones. El aumento de la demanda local no garantiza una mayor producción metalmecánica. Otro caso es el del resto de la maquinaria agrícola. Hacia 1960 la Argentina se perfilaba como un importante exportador de maquinaria, al menos en escala regional. Exportábamos a Brasil, Chile, Uruguay, aparecía Colombia. Desde ese momento la producción agropecuaria creció notoriamente. Pero la industria de la maquinaria agrícola tuvo un comportamiento dispar. Primero creció, después cayó en medio de la desindustrialización generalizada del país; sobrevivió en parte de los noventa y, a partir de 2002, se evidencia nuevamente su potencialidad exportadora. Pero no volvamos a pensar que con el crecimiento del agro esta industria se desarrolla sola, porque eso significaría que no leímos nada de la industria en la Argentina.

¿Y el empleo?

–Otro punto es la generación de empleos en la cadena comercial, o las etapas posteriores. Aquí hay que destacar las diferencias entre complejos agroindustriales y resaltar que no todos están tan claramente volcados al mercado externo como el caso de la soja. Algunos destacan que en la comercialización existe un número importante de puestos de trabajo, pero no dicen que allí se cuentan, por ejemplo, las panaderías y las carnicerías, y que el empleo en estas actividades depende muy fuertemente del mercado interno.

Además de la distribución entre los distintos sectores de la economía está la intrasectorial. ¿Cómo se distribuyen las mayores ganancias entre los productores?

–Un punto importante de la investigación es el análisis de quiénes adoptan el cambio tecnológico. Aquí se observó, con los datos reprocesados del Censo Nacional Agropecuario, que las pequeñas explotaciones en su gran mayoría no hacían soja. No les convenía porque no tienen escala. Un siguiente estrato, que en la región pampeana se ubica entre 200 y 500 hectáreas, tampoco tiene buena escala para hacer soja, pero tiene la posibilidad de alquilarle el predio a un tercero. Y este tercero es alguien que sale de la producción porque le conviene más alquilar que producir. En la misma escala, quienes siguen en producción tienen el problema de que son relativamente chicos para hacer soja, y en consecuencia tienen mayores costos, en tanto que si hacen otras producciones tienen menor rentabilidad.

¿Así aumentó la concentración productiva?

–Lo que se ve, entonces, es que el proceso de concentración productiva que se da en la región pampeana es consecuencia directa de la mayor escala mínima que requiere la producción de soja, así como de la falta de alternativas de similar rentabilidad que puedan hacerse en esas menores escalas de producción.

Existe una racionalidad económica guiada por la rentabilidad del cultivo. Usted sostiene que esto conduce a un desequilibrio productivo y social. Los intentos del sector público por regular estos desequilibrios chocaron contra la fuerte resistencia de los actores. ¿Los Derechos de Exportación son el único camino de regulación?

–Evidentemente no. Es una herramienta sumamente eficaz en tanto y en cuanto modifica los precios relativos, y con ello puede contribuir a igualar las rentabilidades de las distintas producciones. Sin embargo, ello debe complementarse con otros instrumentos.

¿Está de acuerdo con el actual nivel de retenciones?

–Me parece que ahora está claro que, más allá de su nivel, las retenciones no deben ser fijas. Además, cualquier nivel de retenciones tiene que estar asociado a una política más general para el sector.

¿La sojización era inevitable?

–La sojización fue una respuesta a una transformación en la demanda mundial de alimentos. En ese sentido, el proceso podría haber sido distinto si no se dejaba toda regulación en manos del mercado, en particular a partir de la adopción de los transgénicos. Con otra regulación se podría haber conseguido, además de aumentar exportaciones, cumplir con otros objetivos deseables para el desarrollo agropecuario, como la mejora en la provisión de alimentos accesibles para la población, la promoción de un desarrollo más regionalmente integrado, que se defendiera la agregación de valor local, y el cuidado del ambiente.

¿El área implantada con soja seguirá aumentando?

–Siguió aumentando después del conflicto; creció en unas 400.000 hectáreas en la campaña 2008/09 con respecto a la anterior, y todo hace prever que esa tendencia siga.

Intervención del Estado

¿Cuál es su opinión sobre el debate ecologista acerca de los presuntos efectos negativos sobre la salud humana de los transgénicos?

–Cuando se habla de los posibles efectos sobre la salud, se trata de efectos a largo plazo. Y sus resultados podrían afectar las ganancias inmediatas de ciertas empresas. Lo que queda claro es que el estudio de esos efectos no puede quedar en manos privadas, sino que debe ser parte de la acción del Estado, velando por el interés más general.

¿El problema es la semilla, su carácter transgénico, o el modo de producción en el que se desenvuelve?

–Del estudio de las “consecuencias” de un proceso de difusión de un cambio tecnológico, como es el caso, surge que los resultados tuvieron los signos que tuvieron dada la forma en que se reguló el proceso. Creo que la clave es discutir el contexto general en el que se da dicha difusión, porque allí radica la posibilidad de obtener resultados diferentes.

¿Considera justas las patentes y regalías que reclaman los que obtuvieron las nuevas tecnologías?

–El tema de las patentes y regalías es muy particular en la Argentina, por la forma en que se impulsó la difusión de las semillas GM. El hecho de que inicialmente no se cobraran regalías por estas semillas fue una estrategia súper exitosa de difusión. Ahora bien, a partir de que se eliminó toda competencia no transgénica, en particular hablando de la soja, comenzaron los diversos planteos tendientes a cobrar esas regalías. En el caso de la soja, se estableció un verdadero monopolio. No es posible conseguir en tiempo y forma semillas no GM. A partir de este monopolio la empresa comenzó a firmar una serie de “acuerdos privados” de regalías extendidas, sobre todo con los grandes productores, algo que sin duda está reñido con la ley de semillas vigente.

Resulta comprensible que los estudios propagados por partes interesadas, cómo cámaras o empresas biotecnológicas, sean estrictamente apologéticos. Más extraño es que nada se diga de efectos negativos en trabajos académicos, como por ejemplo los realizados por la FAO. ¿Cómo se explican estos resultados?

–La FAO realizó toda una serie de estudios sobre la base de la metodología ortodoxa, y esto da como resultado, en base a las premisas, que todos los efectos de un cambio tecnológico son considerados positivos. En el libro critico fuertemente el marco teórico bajo el cual se hicieron estos trabajos. Es necesario discutirlo, porque allí se encuentra la base de los resultados que obtienen tales estudios. Lo lamentable es que de esos trabajos se deduce que la política que deben impulsar los gobiernos es aceptar como única regulación la de los precios de mercado. Eso termina siendo contrario a los objetivos enunciados por la propia FAO, que se supone debieran propender al desarrollo económico de los países.

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