Dom 22.03.2009
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DEBATE > DIAGNOSTICO DE LA DEBACLE Y MEDIDAS PARA REIMPULSAR EL SISTEMA

Crisis del capitalismo

La evidencia empírica de estos últimos doscientos años de historia muestra, según Dani Rodrik, que “el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse”.

› Por Ricardo E. Gerardi *

Mucho de lo que se viene escribiendo sobre la actual crisis del sistema capitalista se ha concentrado en tratar de precisar el diagnóstico –en especial sobre su grado de profundidad– y sobre las medidas a tomar para salir lo más rápidamente posible de ella. Si bien existe un número reducido de intelectuales que plantean un cuestionamiento a la “esencia” misma del sistema capitalista, la mayoría parece inclinarse acerca de cuáles serían las reglas de intervención adecuadas, los mecanismos de control, la relación mercado-instituciones-Estado y nación-globalización en el nuevo escenario.

Respecto de cuáles serían las razones por las cuales estaría predominando esta última postura, se debería a la evidencia empírica de estos últimos doscientos años de historia, en los que –según Dani Rodrik– “el capitalismo tiene una capacidad casi ilimitada de reinventarse. Su maleabilidad le permitió superar crisis periódicas durante siglos y sobrevivir a las impugnaciones, de Marx en adelante. La real cuestión no es si el capitalismo puede sobrevivir –puede–, sino si los líderes mundiales serán capaces de llevarlo hacia su próxima fase mientras se sale del actual aprieto. El capitalismo no tiene rival para desencadenar las energías económicas colectivas de las sociedades. Es por eso que todas las sociedades prósperas son capitalistas en el sentido amplio: están estructuradas en torno de la propiedad privada y dejan que el mercado juegue un rol importante asignando recursos y determinando compensaciones económicas”.

Partiendo de la base de que el capitalismo “puede” sobrevivir, la pregunta que se podría hacer es “qué costo implica” y si “debería” sobrevivir (saliendo de un planteo de “naturalización” del fenómeno o de “capitalismo como fin de la historia”). Se sabe que es un sistema “descentralizado” que “desencadena energías” creativas, pero que también –como diría J. Schumpeter– destruye. Y destruye no sólo iniciativas, sino personas y el medio ambiente.

En cuanto a las alternativas, ¿por qué han tenido dificultades en expandirse y ser hegemónicas experiencias de economía solidaria y variedades de socialismo? Las posibles explicaciones son varias y complejas. En primer lugar, el proceso de individuación que hemos transitado los seres humanos viene de larga data (desde el Neolítico), comenzando con el pasaje de convertirnos de nómades a sedentarios (marcando “el territorio” y emergiendo la propiedad). Paralelamente se va pasando gradualmente de pequeños grupos (y la aparición de la familia y de las pequeñas comunidades) a grandes grupos humanos. Este camino ha traído muchos beneficios, pero también grandes dificultades para vincularnos unos con otros. Las “soluciones” fueron principalmente la división del trabajo (por lo tanto delegar y complementarnos) y la “creación de la ley” o las instituciones (y la aparición del Estado).

En segundo lugar, existe un error en el enfoque marxista de la relación entre conciencia y existencia. El error consiste en partir de un abordaje “polar” donde necesariamente hay un elemento que “en última instancia” es el que prevalece o “determina” (las condiciones materiales o el tipo de trabajo) sobre otro (la conciencia). Se descarta la idea de complejidad y se reduce –en definitiva– a una sola explicación del fenómeno. En el caso que nos ocupa, Marx (aunque existen controversias sobre el alcance de lo que se va a mencionar) considera el movimiento social como un encadenamiento natural de fenómenos históricos, encadenamiento a leyes que no sólo son independientes de la voluntad, la conciencia y los designios del hombre, sino que, por el contrario, determinan su voluntad, conciencia y designios. Esto está vinculado con las nociones de estructura y superestructura planteadas en Contribución a la Crítica de la Economía Política, donde “el conjunto de las relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política, y a la que corresponden formas sociales determinadas de conciencia”.

¿Qué pasaría si se sacara lo que determina como “última instancia” y se dijera que tiene que haber una coherencia entre la conciencia y la existencia, y se señalara que son “dos caras de la misma moneda”? ¿Qué pasaría si cambiáramos la palabra “determinación” por “condicionamiento”, dejándonos la esperanza de que tenemos algunos grados de libertad? Si se dieran respuestas positivas a lo anterior, también se deduciría que un trabajo (o praxis) de tipo solidario o socialista no garantiza –por sí solo– su viabilidad en el tiempo (en particular si se da por una vía coercitiva que lo “determina” o a través de una relación clientelar y por lo tanto “oportunista”). Esto se produciría si no se diera una conciencia generalizada –y en particular de los sujetos o actores principales– de “su” valor. Tampoco la situación contraria, es decir, que haya conciencia “abstracta” o de mero deseo, pero no haya práctica de esta conciencia (una posición meramente verborrágica, idealista o espiritualista sin una expresión o compromiso en un proceso y en un resultado concreto).

Esto nos introduce a un tercer elemento, que es el papel que juega “el deseo” en la conciencia y en la existencia humanas, como bien lo señala Christian Arnsperger en la Crítica de la Existencia Capitalista. La economía en el capitalismo como “sublimación” (que antes ocupaba la religión o la moral) y el deseo de completud a través de bienes materiales (que no tienen en cuenta el principio de “finitud” de la existencia humana, del “otro/s” y de las limitantes ambientales) le dan una enorme energía y dinamismo a este sistema, pero también las bases de la autodestrucción de la existencia humana (con un ser humano con un poder cada vez mayor) y la “falsa ilusión” de compensar la angustia existencial a través de bienes materiales.

Si bien existen otros componentes para el análisis, se podría decir que reformar al capitalismo no es la solución –aunque será mejor un capitalismo reformado a uno que no lo sea–, así como tampoco “el atajo de la revolución” –aunque son incomparablemente mejores las condiciones sociales de la mayoría de la población de Cuba hoy que en la variante de capitalismo liderada por Batista–. Entonces, ¿qué hacer?

¿Será posible encarar un proceso de profundo cambio cultural donde las reformas del capitalismo vayan más allá de introducir nuevas reglas y nuevas organizaciones y generen nuevas prácticas sociales de cuidado, de redistribución y justicia a gran escala y que posibiliten también la generación de nuevos vínculos a pequeña escala? ¿Será posible que las formas asociativas, solidarias y de responsabilidad social empresaria crezcan de abajo hacia arriba sin ser un mero maquillaje? ¿Será posible no ahogar experiencias como la cubana, que posibiliten un mayor protagonismo de las personas que componen las “llamadas masas” sin contar con líder y una organización política omnipresentes?

No parece fácil, en particular dado el grado promedio de conciencia actual de la humanidad, las escalas humanas, las concepciones y estructuras de poder existentes y una crisis que da lugar a una mayor conflictividad social, dolor por pobreza y desempleo, xenofobias y actitudes fascistoides. ¿Vale la pena luchar por ello? Creemos que sí, y que hay una importante tarea pedagógica y testimonial que realizar.

* Economista, profesor de Sistemas Económicos Comparados FCE-UBA.

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