Dom 29.03.2009
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EL BAUL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

La inasible realidad

Según el epistemólogo griego Andreas Papandreu, la ciencia económica está constituida por teorías y modelos. Las teorías son modelos, cuyos enunciados observables están referidos a determinada realidad. Los entes distintos, pues, se reducen a modelos y realidad económica. Las distintas especialidades de la economía reconocen como su objeto de estudio a la realidad económica. Con dos excepciones: la historia de la ciencia económica y la epistemología de esa disciplina, cuyo objeto de estudio no es la realidad sino la ciencia económica misma. Pero, ¿cuál realidad? ¿La que se ve y se palpa, que nos abarca a todos; o aquella otra, en la que nos gustaría estar y disfrutar, acaso muy distinta a la que nos toca vivir? Hay pues, dos realidades: la efectiva y la deseada. Según la ciencia económica se ocupe de una u otra, se habla de economía positiva y normativa, respectivamente. A Platón –por tomar un caso– no le satisfacían las costumbres y modo de vida de la ciudad de Atenas, y prefería discurrir sobre una ciudad imaginaria, en la que reinaría la justicia y los ciudadanos no harían otra cosa que practicar la virtud. Otro de su tiempo, Aristóteles, también escribió ocasionalmente sobre temas económicos, siguiendo la línea trazada por el filósofo antes citado. Y su pensamiento, por otra parte, fue el término de referencia de la mayoría de los estudiosos durante la Edad Media. La economía, por tanto, fue economía normativa durante cerca de dos milenios. A partir de ahí la economía sólo fue positiva: más “realista” y más abarcadora. Tanto, que realidades muy extensas dejaron de poder verse por ojos humanos, y fue necesario definir conceptos e inventar indicadores, que en sí mismos no tienen existencia real, pero sirven para tener una impresión de la marcha de la economía: producto e ingreso bruto interno, nivel general de precios, empleo y desempleo, distribución del ingreso, línea de pobreza, etcétera. Ningún indicador nació de la naturaleza sino de la mente de un ser humano. Para precios, elegimos entre los índices de los alemanes Etienne Laspeyres (1834-1913) y Hermann Paasche (1851-1925), o el del norteamericano Irving Fisher (1867-1947), que combina los dos. ¿Por qué no el de William Brown, basado en los precios que hacen más felices a los consumidores? Y así con los demás, y presentar cifras de crecimiento, empleo y pobreza que no depriman más aún a la gente.

K vuelve

La crisis financiera y su secuela de recesión y desempleo han provocado la vuelta de las teorías económicas de John Maynard Keynes, luego de quedar arrumbadas en el desván de la casa, reemplazadas por la economía neoliberal, que prometía prosperidad y eficiencia por los siglos de los siglos. En 1944 midieron sus fuerzas EE.UU. e Inglaterra en Bretton Woods. El Plan White triunfó sobre el Plan Keynes, y como cada proyecto iba acompañado de sendas instituciones, la victoria fue seguida por la creación del FMI y el Banco Mundial, ambos con sede en Washington y con el dólar como dinero mundial, la prenda de victoria de los EE.UU. Hoy todo ha pasado, como cantaba Gardel: el FMI está desprestigiado y a la defensiva, y el dólar es cuestionado como moneda de reserva y medio de pago internacional. Comienza a hablarse de sustituirlo y en su lugar volver al Plan Keynes. ¿Qué fue dicho plan? El mismo designaba las propuestas contenidas en un documento de Keynes, de abril de 1943, revisado varias veces en el Tesoro (Ministerio de Hacienda) del Reino Unido: “Propuesta para establecer una Unión de Compensación Internacional (International Clearing Union)”. Se proponía crear un medio de pago internacional, el bancor, que se emplearía para compensar deudas internacionales. La idea del bancor –y todo el Plan Keynes– fue rechazada en 1944, pero se volvió a ella al proponerse los Derechos Especiales de Giro (DEG) como activos de reserva, en la reunión del FMI en Río de Janeiro (1967), y efectivizados con la reforma del estatuto del FMI en 1969. En 1970 tuvo lugar la primera asignación de DEG a miembros del FMI. A semejanza del llamado “dinero giral” o bancario, los DEG consistían en asientos contables en una cuenta especial, sin constituir “dinero mercancía”. Inicialmente a los DEG se les fijó un valor igual al dólar, pero luego de 1973 su valor se basó en una canasta de dieciséis monedas, en proporciones correspondientes a la participación de esas monedas en el volumen de exportaciones mundiales. En 1981 se redujo a cinco monedas fuertes, eligiendo las de los miembros del FMI con mayor volumen de exportaciones en el lapso 1975/79: el dólar estadounidense, el marco alemán, la libra esterlina, el franco francés y el yen japonés. Los DEG no tuvieron buen final. Pero nuestro país no tendrá buen inicio si otra moneda internacional se crea, a menos que normalice su vínculo con el FMI.

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