OPINION > A 20 AñOS DEL TRAUMATICO PERIODO ECONOMICO DE LA HIPERINFLACION
Con la crisis internacional resurgió el debate sobre el papel del Estado en la economía. Algunos actores procuran instalar la interpretación del impacto de la crisis en la Argentina como “contexto catástrofe”.
› Por Luciana Strauss *
La conmoción generada por el fallecimiento de Raúl Alfonsín reavivó el debate sobre los años ’80 en la Argentina. Los medios de comunicación volvieron a referirse a una época que había sido relegada casi al ostracismo por la sociedad. Tanto es así que en la memoria colectiva al período se lo conoce con el nombre de “década perdida”. El eje del debate se ubicó más en los primeros tiempos de su gestión, marcados por la vuelta de la democracia (recordándose el acontecimiento del Juicio a la Junta Militar, por ejemplo), que en los ajetreados últimos años del gobierno, relegando a un segundo plano la memoria sobre un acontecimiento que tendría consecuencias decisivas en la introducción del pensamiento neoliberal en la sociedad argentina.
Una hiperinflación que se disparó en mayo de 1989 (cuando el Indice de Precios al Consumidor superó el 50% mensual) y que alcanzó casi el 200 por ciento en julio (cuando Alfonsín entregó el poder anticipadamente al presidente electo Carlos Menem), saqueos a supermercados y fantasmas sobre posibles golpes de Estado son algunos de los sucesos históricos que signaron los últimos meses de la gestión alfonsinista. Precisamente se cumplen 20 años del estallido de la crisis hiperinflacionaria argentina, aquel fenómeno que invita a pensar sobre la necesidad de abordar los hechos económicos a partir de miradas que incorporan perspectivas de otras ciencias sociales (tales como la sociología, la antropología, la historia, la ciencia política o la lingüística).
El estudio sobre análisis ideológico del discurso resulta un enfoque enriquecedor para entender la construcción de consensos colectivos en momentos de crisis. Ya lo dijo Antonio Gramsci y Domingo Cavallo lo repitió, lo entendió y lo llevó a la práctica: las crisis económicas pueden constituir oportunidades para que una sociedad elabore y construya una nueva manera de ver el mundo. Son situaciones en las cuales la “lucha de trincheras” en el terreno ideológico se vuelve más intensa, abriendo la posibilidad a que una cosmovisión pueda constituirse en dominante.
Si bien previo a la estampida de precios de comienzos de 1989 las reformas neoliberales inspiradas en el Consenso de Washington ya habían ingresado parcialmente a la agenda pública (recordemos que, en 1987, Rodolfo Terragno presentó en el Congreso un proyecto de ley para privatizar parcialmente Aerolíneas Argentinas y ENTel., que no fue aprobado por la oposición del peronismo), no fue hasta luego del estallido hiperinflacionario, la asunción de Carlos Menem a la presidencia de la Nación y la puesta en marcha del Plan de Convertibilidad con Cavallo al frente del Ministerio de Economía, que el neoliberalismo se constituyó en ideología hegemónica.
Fue entonces cuando el consenso neoliberal penetró en lo más hondo del imaginario colectivo. ¿Cómo se logró que amplios sectores de la sociedad aprobaran o no presentaran demasiada resistencia a la implementación de políticas como la apertura, la desregulación, la privatización, flexibilización o el desmantelamiento del Estado (medidas, que en muchos casos, perjudicaban a quienes apoyaban la aplicación de las reformas)?
El análisis de la construcción ideológica del discurso sobre la hiperinflación ofrece una respuesta a este interrogante. El estallido de 1989 fue presentado por medios de comunicación, intelectuales, políticos y centros de investigación como un “contexto catástrofe”, un estado de guerra de todos contra todos a partir del cual la aplicación del paquete de reformas de mercado constituía la “única” salvación ante el caos. Lo paradójico del proceso hiperinflacionario fue que durante la presidencia de Carlos Menem asistimos a otros dos picos de estampida de precios domésticos (en julio de 1989 y enero de 1990) que, lejos de ser considerados como un “contexto catástrofe”, fueron interpretados por buena parte de los sectores dominantes locales como la oportunidad para implementar medidas de shock (en un comienzo) o de ingresar en una nueva era (posteriormente). Es decir, el contexto catástrofe de la era de Alfonsín se convirtió rápidamente en un contexto de oportunidad para adoptar las políticas neoliberales o de “refundación de la Nación” durante la era Cavallo.
La convertibilidad se constituyó en la década pasada en un elemento discursivo central de legitimación de las reformas neoliberales en la Argentina. A su vez, el éxito inicial de la estabilización monetaria fue presentado como un logro que marchaba de la mano de las políticas de mercado: si se había alcanzado frenar la inflación, no sólo se debía a la aplicación del plan de estabilización sino a la combinación de éste con la adopción de medidas de apertura, liberalización y reestructuración del Estado.
La forma en que el proceso hiperinflacionario fue procesado ideológicamente nos lleva a reflexionar sobre escenarios más recientes. La imposibilidad de seguir sosteniendo el régimen convertible vía endeudamiento fue el detonante de los sucesos ocurridos en diciembre de 2001. La ruptura del plan de estabilización y los efectos que generó la aplicación de las políticas neoliberales dejaron al descubierto las demandas insatisfechas de distintos sectores de la sociedad. Sin embargo, en la “lucha de trincheras” ideológica, la posición que terminó consolidándose como dominante fue aquella que despreciaba a la política y los partidos, cristalizada en el slogan “que se vayan todos”.
En la actualidad, la crisis internacional ha vuelto a poner sobre la mesa las disputas ideológicas por el sentido. Resurgió el debate sobre el papel del Estado en la economía, dividiendo nuevamente las aguas entre neoliberales y keynesianos. Y en este escenario, algunos actores (corporaciones empresarias, consultoras, medios de comunicación, intelectuales, políticos y economistas) procuran instalar la interpretación del impacto de la crisis en la Argentina como “contexto catástrofe”. Así se escuchan con mayor frecuencia augurios poco alentadores para nuestro país, como “Argentina tendrá dificultades para asumir sus obligaciones financieras en los próximos años”, “Este es el fin de la República” o “Un nuevo Rodrigazo ha comenzado”.
La experiencia de comienzos de los ’90 nos enseñó que las situaciones de catástrofe pueden convertirse rápidamente en “oportunidades históricas”. La “histeria colectiva” y el clima de incertidumbre que generó la pérdida del valor de la moneda durante la hiperinflación allanaron el terreno para la implementación de reformas que, si bien lograron el objetivo de contener la suba de los precios domésticos, contribuyeron a desmantelar gran parte del aparato estatal y productivo, profundizando la desigualdad social. Por ello sería deseable que ante los renovados intentos por instalar un nuevo “contexto catástrofe” opusiéramos no temor o paralización sino una postura reflexiva y atenta que nos permita procesar, sin entrar en pánico, los significados de esta crisis.
* Socióloga. Becaria Conicet, Idaes-Unsam.
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