Domingo, 19 de julio de 2009 | Hoy
EL BAúL DE MANUEL
Por Manuel Fernández López
Para alcanzar cierto objetivo se necesitan recursos. Si los recursos no fueran necesarios, no habría un problema económico. Los recursos, además, han de ser limitados, vale decir, no es posible alcanzar en toda su extensión el objetivo buscado, o alcanzar todos los objetivos posibles. Se hace necesario establecer un orden de prioridad en el uso del recurso escaso, a fin de elegir aquellos usos más importantes. Todo esto es un saber común de la ciencia económica, desde Menger (Principios de Economía, 1871) y Robbins (Naturaleza y significación de la ciencia económica, 1932). La importancia de los objetivos a obtener determina el orden en que se consumirán o emplearán las unidades del recurso escaso. De tal modo, aunque el elector jamás declare cuál es la estructura de valores o tabla de preferencias que mora en su mente, podemos inferirla por el orden en que emplea su recurso escaso. El recurso escaso por excelencia es el tiempo, y por lo tanto las actividades que requieren tiempo deben realizarse conforme a determinado orden de prioridades. Dialogar es una de esas actividades: exige tiempo. Dialogar sobre muchos temas exige fijar un orden de prioridad. En una sociedad en crisis ¿qué es prioritario?, ¿lo estructural o lo superestructural? El conjunto de las fuerzas productivas define la estructura económica, y sobre ella se erigen formas jurídicas, políticas, artísticas y filosóficas, conocidas como “superestructura”. Cuando cambia una estructura económica, cambia la superestructura correspondiente, pero no a la inversa. Aspectos como el desarrollo de los sectores productivos, disponibilidad y grado de empleo de los factores productivos y la tecnología productiva pertenecen claramente a la estructura económica. Aspectos como las internas de los partidos políticos para nominar candidatos en las elecciones generales de 2011, el uso de boleta única o voto electrónico, las listas sábana, etc., claramente pertenecen a la superestructura. La distinción conceptual, también aquí, nos permite inferir si determinado diálogo tiene por fin cambiar algo o no cambiar nada en la sociedad, según que se elija dialogar sobre aspectos estructurales o superestructurales, respectivamente. La segunda alternativa se ejemplifica con el famoso “gatopardismo”: cambiar todo (en lo superestructural) para que no cambie nada (en lo estructural).
A nadie mentalmente sano se le ocurriría operar amídgalas sin ser cirujano, construir un puente sin ser ingeniero o preparar un medicamento sin ser bioquímico. Sin embargo muchos, carecientes del conocimiento necesario, se juzgan idóneos para opinar sobre las medidas de gobierno adecuadas para solucionar algunos de los problemas que aquejan al pueblo. Ejemplo: la inflación. ¿Cómo bajar la tasa de inflación? Fácil, dice el seudoeconomista: publíquense seudoíndices que sean la mitad o la tercera parte de la inflación real. La carne en el mostrador se vende cara. ¿Cómo aumentar la oferta de carne? Muy fácil: prohíbase exportar carne. La distribución del ingreso empeora cada vez más. ¿Cómo restablecer una relación aceptable entre quintiles primero y último? Muy fácil: suspéndase la estimación de la pobreza. No se trata de idear y aplicar medidas que solucionen la inflación, la pobreza o el justo precio, sino de disfrazar la información o directamente negarla. “Ojos que no ven, corazón que no siente.” Tal vez la diferencia más visible entre un economista y un no-economista sea que el primero conoce qué es el equilibrio general y el segundo no. El primero sabe que, cuando la política económica toca, para bien o para mal, a un sector de la economía, la misma medida rebota en todos los demás sectores. Los sociólogos Jay Rumney y Joseph Maier compararon lo que haría un aficionado a la sociología con lo que haría un profesional: a nadie se le ocurriría tratar de arreglar un automóvil sin saber nada de mecánica; sin embargo, existe un sinfín de gente que se lanza a componer la sociedad, sin conocimiento alguno de su mecanismo y estructura. Y así como la sociedad es mucho más compleja que un auto, un auto es mucho mas complejo que una chapa de hierro. Imaginemos una chapa de hierro que no está del todo lisa y queremos enderezarla. ¿Cómo hacerlo? El lego empezará martillando directamente sobre la abolladura, tanto que hace surgir un nuevo bollo en el otro extremo de la chapa. “En vez de subsanar el inconveniente original –dicen– se provocó un nuevo defecto.” Un experto en planchar chapas hubiera advertido que golpeando la protuberancia nada conseguiríamos. Nos hubiera enseñado cómo dar pequeños golpes correctamente dirigidos y dosificados, en los lugares precisos, atacando el mal, no por medio de una acción directa sino por una vía indirecta, pero más efectiva (1)
(1) Rumney y Maier, Sociología. Bs. As., Paidós.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.