Domingo, 6 de septiembre de 2009 | Hoy
ENFOQUE
Por Alberto Müller *
En un artículo publicado en 1930, John Maynard Keynes reflexionaba acerca de cómo habría de ser el mundo de sus eventuales nietos: un mundo en el que la escasez habría dejado de existir, gracias al crecimiento económico. Esto representaría un cambio profundo, con relación a la previa historia de la Humanidad, al desaparecer la lucha por la supervivencia, un rasgo que la acompañó desde siempre. Como persona bienintencionada –más allá de cierto esnobismo–, Keynes veía la oportunidad, y también la necesidad, de que se generalizaran actividades antes restringidas a relativamente pocas personas. Anticipaba así la posibilidad de un mundo menos atado a la producción material y a la acumulación, y más volcado al desarrollo intelectual y estético, e incluso a la preocupación religiosa.
Han pasado ya tres generaciones desde ese entonces, y ha llegado el momento de constatar la validez de esta reflexión. Por lo pronto, nadie en su sano juicio puede alegar que exista escasez en el mundo al que Keynes hacía referencia; esto es, lo que damos en llamar el Primer Mundo, que para gran parte de europeos y estadounidenses sigue siendo el único mundo relevante. Puede estimarse que un ingreso per cápita de 10.000/15.000 dólares, adecuadamente distribuido, permite una vida decorosa a toda una sociedad. Europa Occidental, Estados Unidos y Japón duplican e incluso triplican, en algunos casos, este límite. Pese la Segunda Guerra Mundial, la mayor hecatombe de la historia de la Humanidad, el fin de las privaciones es un hecho. En este sentido, Keynes tuvo razón.
¿Pero cómo es este “mundo” con relación a lo que Keynes anticipó o deseó? Por lo pronto no asume que la escasez concluyó. Las jornadas de trabajo se extienden, el estrés por la supervivencia sigue presente, y por cierto esta época no brilla por su intelecto; más bien, vemos un período culturalmente gris, donde abundan las remakes, las modas pasajeras y el pensamiento light. Hay sí un retorno hacia la religión en diversos lugares y estamentos, aunque no por cierto con sentido liberador. Y como si fuera poco abundan los avances de la derecha más cerril, aun en países tradicionalmente tolerantes. Las fuerzas reformadoras –que tuvieron importancia precisamente en la aplicación de ideas aportadas también por Keynes– se han esterilizado y optaron mayormente por replicar el ideario neoliberal, a veces con sus mismas palabras. Poco y nada queda de la gran tradición intelectual que la izquierda supo aportar fuera de algunos núcleos valientes, pero escasamente influyentes.
La pregunta es entonces por qué se verificó este escenario y no el anticipado o propuesto por Keynes. Este interrogante recibe algunas respuestas a partir de la actual crisis mundial. Por lo pronto, esta crisis seguramente no se origina en la escasez y ha brotado en el seno del Primer Mundo. Nace de la multiplicación de capitales financieros alimentada por inmensos ingresos monetarios que, en lugar de dirigirse al consumo, marcharon hacia la valorización. Esto ha ocurrido porque el ingreso se ha concentrado abandonando la senda más equilibrada que se construyó en la segunda posguerra. Uno de los mecanismos en este proceso de concentración ha sido precisamente la creciente preeminencia del sector financiero por su capacidad de generar ganancias especulativas. Este proceso se realimentó por las meras expectativas de valorización. De esta forma, entre 1990 y 2007, la capitalización bursátil estadounidense creció 2,5 veces más que el ingreso nacional. Se generaron derechos crecientes de ingreso, más allá de lo que permitía el crecimiento económico, a favor de los que tuvieron la capacidad de ahorrar.
Este panorama no es por cierto el que avizoraba Keynes. La sociedad de la abundancia continúa pareciendo la sociedad de la escasez gracias, entre otros aspectos, a una considerable concentración en los ingresos. La disparidad de nivel de vida y el status y la vocación por la acumulación son así una suerte de sucedáneo de la escasez. La economía ortodoxa contribuye a esta falsa percepción. La noción del fin de la escasez no forma parte del bagaje estándar de los estudiantes. Por el contrario, esta disciplina insiste en ser la Ciencia de la Escasez (con mayúscula es más persuasivo) porque las necesidades se presumen ilimitadas. La Economía estándar seguramente omitió a Keynes, en este punto, como en muchos otros; y por cierto ésta es una de sus principales falacias.
Partir de la constatación de que las cosas han cambiado definitivamente, por lo menos para el Primer Mundo, ayuda a comprender mejor la naturaleza de la actual crisis. En particular, su origen en la evidente sobreacumulación financiera. La abundancia asimismo permite postergar volúmenes importantes de gasto (particularmente en bienes durables de consumo) sin menoscabo para la supervivencia cotidiana. Esto implica incrementar la inestabilidad del sistema económico. Cuando las necesidades mínimas abarcan buena parte del ingreso disponible, el gasto es inmediato, no se difiere, lo que permite sostener los niveles de actividad y empleo.
Por ahora, Marx aventaja a Keynes. El capitalismo muestra una tendencia a la acumulación desenfrenada y a la concentración, adaptando las necesidades sociales e incluso comprometiendo a las generaciones futuras por el agotamiento de recursos y el deterioro ambiental; y el fin de la escasez no lo detiene. Pero advirtamos que la parte optimista del análisis de Marx –la llegada de una sociedad más libre y humana, algo que salvando las distancias sería del agrado de Keynes– tampoco se vislumbra. Máxime si no vemos fuerzas políticas en el Primer Mundo que capitalicen esta crisis en un sentido progresista, pese a que los hechos le darían claramente la razón. Es imperativo, nos parece, encarar esta tarea.
* Economista. Director del Cespa.
Plan Fénix-FCE-UBA.
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