Dom 18.10.2009
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EL BAúL DE MANUEL

› Por Manuel Fernández López

Con una ayudita de mis vecinos

Sobran los motivos para visitar Gualeguaychú. Si no fuera por su carnaval, bastaría con sus bellezas naturales y humanas. Hay un motivo extra: andar por su puente, el General San Martín, conduce a Mercedes. La piedra fundamental de esa ciudad fue colocada en 1788, con el nombre Capilla Nueva de las Mercedes. Un pedazo de sus tierras fue propiedad de Domingo Belgrano Peri, poderoso comerciante del Río de la Plata, cuando con ese nombre se designaba al virreinato que abarcaba a la Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia. Manuel Belgrano, hijo del nombrado Belgrano Peri y primer economista argentino, antes de integrar la Primera Junta de gobierno y crear la bandera argentina, fue secretario del Consulado de Buenos Aires. Cumplía esas funciones al producirse la primera invasión inglesa, encabezada por el general Beresford. Este último mandó a los funcionarios públicos jurar obediencia al monarca inglés. Belgrano no quiso pasar por ese trance, y para eludirlo recurrió a la propiedad mercedaria de su padre (ya fallecido). Así lo contó en su Autobiografía: “Aquí recuerdo lo que me pasó con mi corporación consular, que protestaba a cada momento de su fidelidad al Rey de España; y de mi relación inferirá el lector la proposición tantas veces asentada, de que el comerciante no conoce más patria, ni más rey, ni más religión que su interés propio... Como el Consulado, aunque se titulaba de Buenos Aires, lo era de todo el Virreinato... les expuse, que de ningún modo convenía a la fidelidad de nuestros juramentos que la corporación reconociese otro Monarca: habiendo adherido a mi opinión fuimos a ver y a hablar al general, a quien manifesté mi solicitud y defirió la resolución; entre tanto los demás individuos del Consulado, que llegaron a entender estas gestiones, se reunieron y no pararon hasta desbaratar mis justas ideas y prestar juramento de reconocimiento a la dominación británica, sin otra consideración que sus intereses. Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires, casi como fugado; porque el general se había propuesto que yo prestase el juramento... y pasé a la Banda Septentrional del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes.” Esta ciudad, una de las más bellas del Uruguay, no sólo fue refugio del padre de la Patria en 1806, sino que también sería la primera población que se adhirió a la Revolución de Mayo.

Montevideo y los argentinos

La Biblia (Números 35) menciona ciertas ciudades de refugio o asilo en las que podían habitar quienes habían causado una muerte involuntaria, sin ser castigados, hasta ser juzgados por la comunidad. La institución buscaba impedir castigos inmerecidos o desmedidos. Con los años aparecieron nuevas formas de organización política, y correlativamente, delitos nuevos, como los delitos políticos. El ser distintos u opinar distinto se equiparó al delito de asesinar, y su castigo (en los totalitarismos) fue también la pena capital. Sin necesidad de mencionar los conocidos casos europeos, este país tuvo más tramos totalitarios en su historia política que los que nos agrada recordar. Bajo un totalitarismo la consigna de los ciudadanos es no hablar mucho o no hablar contra el gobierno. Pero un militante político o un docente universitario no pueden cumplir su misión sin hablar, y se convierten en víctimas naturales de la represión. En 1945 el economista Luis Roque Gondra, dirigente radical, pudo evitar ser detenido asilándose en la embajada del Uruguay; Carlos Saavedra Lamas, profesor de Finanzas Públicas y Premio Nobel de la Paz, no pudo hacer lo propio y sufrió la humillación del encarcelamiento. En las tiranías, para muchos la opción se limita a arriesgar el pellejo o buscar nuevos aires. En el pasado, la ciudad de refugio fue Montevideo, con los casos emblemáticos de los argentinos Esteban Echeverría en la primera tiranía y de Alfredo L. Palacios en la segunda. Caso interesante fue el de Vicente Fidel López, hijo de Vicente López y Planes, de quien fuera ministro de Instrucción Pública. En la Sala de Representantes, en las jornadas de junio, defendió el Acuerdo de San Nicolás celebrado el 31 de mayo de 1852. La hostilidad de la legislatura porteña precipitó la renuncia del gobernador y su hijo, el 23 de junio de 1852, y el alejamiento de V. F. López de la función pública y su exilio en Montevideo. El 5 de abril de 1864 el Consejo de Instrucción Pública lo designó profesor de Economía Política, esta vez en la UBA, de este lado del charco, como quien dice. Sería luego ministro de Hacienda y creador del Banco de la Nación Argentina, en la presidencia de Carlos Pellegrini.

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