Domingo, 22 de noviembre de 2009 | Hoy
ENFOQUE
Por Juan Santiago Fraschina *
Un grupo de economistas “heterodoxos” habla del modelo de desarrollo impuesto desde el 2003 como “la economía del dólar alto” en forma despectiva, tratando de marcar que la política más importante ha sido mantener la moneda doméstica devaluada. Para ellos, el actual modelo representa, más allá de algunos pequeños cambios, una continuidad del modelo rentístico-financiero iniciado con la dictadura militar de 1976 a partir de las políticas de Martínez de Hoz, legitimado y profundizado durante los posteriores gobiernos democráticos.
El primer punto para señalar de esa visión es que relativiza la importancia de mantener un tipo de cambio competitivo. En un país como la Argentina, donde culturalmente existe un fuerte apoyo al dólar bajo, es fundamental que el Gobierno haya podido sostener un dólar alto. La Convertibilidad se caracterizó por un tipo de cambio bajo y las consecuencias económicas y sociales fueron desastrosas. Por lo tanto, haber conseguido sostener un tipo de cambio alto, que se tradujo en un cierto proceso de sustitución de importaciones y reindustrialización del país, con la consiguiente generación de puestos de trabajo, reducción del desempleo y la pobreza, en un país con fuertes tendencias al apoyo del tipo de cambio bajo, es un éxito de política económica.
La vigencia de un dólar alto no debe ser la única política en apoyo al aparato manufacturero. Debe ser acompañada de un conjunto de políticas económicas que impulsen el proceso de reindustrialización, como por ejemplo una política crediticia y de promoción proindustrial. Sin embargo, si estas políticas complementarias se llevaran a cabo con un tipo de cambio bajo serían inútiles. Por lo tanto, y más allá de reconocer la ausencia de algunas políticas importantes, el sostenimiento del dólar alto es fundamental para cualquier intento de poder consolidar un proceso de reindustrialización.
Ahora bien, el error de esos economistas “heterodoxos” no es sólo relativizar la importancia del tipo de cambio alto, sino además el de considerar que la única política proindustrial desde 2003 haya sido el dólar alto. Junto con el tipo de cambio competitivo se llevó a cabo un conjunto de políticas, con mayor o menor éxito, a favor del sector manufacturero. Por ejemplo, los subsidios a los servicios públicos para mantener el precio bajo, lo que permitió reducir el costo de los industriales, al pagar menos por el gas y la electricidad. También el subsidio al transporte público termina beneficiando al sector industrial. Subsidiar las empresas de colectivos y el tren es abaratar el precio de la mano de obra. Si el Gobierno decide quitar el subsidio al transporte, se traduciría en un incremento del boleto y el empresario tendría que aumentar los salarios. Por lo tanto, la política de subsidios del nuevo modelo de desarrollo implica una reducción de los costos industriales. De nuevo, en un país donde culturalmente existe un repudió al subsidio, sostener esta política es un éxito en defensa del sector industrial.
El robustecimiento del mercado interno también es una política industrial. La mayor parte del sector manufacturero, especialmente la pequeña y mediana empresas, se sostiene con sus ventas al mercado interno. Existen dos políticas principales que permitieron desde el 2003 la expansión del mercado interno. Por un lado, el incremento permanente del gasto público. Por otro, la revitalización de las paritarias que implicaron un aumento del salario, que junto con la reducción del desempleo se tradujo en un aumento del consumo de los sectores populares. En un país en el cual el gasto público es visto en forma negativa y el aumento de los salarios es visualizado como un reclamo desmedido de la clase obrera, sostener esas dos políticas es un éxito de política económica.
El fortalecimiento de la integración latinoamericana es una política proindustrial. Mientras que el sector agropecuario, al ser una actividad altamente competitiva, exporta principalmente a los países centrales, el sector industrial argentino exporta a los países latinoamericanos. Por eso es que la consolidación de la integración regional, que permite al sector manufacturero poder incrementar sus exportaciones, es una política proindustrial. En un país donde culturalmente existe una tradición de que debe tener relaciones carnales con los países centrales, sostener y profundizar la integración económica regional es un éxito de política económica.
Las retenciones son otra política proindustrial porque permiten, por un lado, desacoplar los precios internos de los internacionales reduciendo de esta manera el aumento de los precios. Por otro, incrementa la recaudación del Estado para poder llevar a cabo la política de subsidios, entre otras.
¿Esto implica que todo está bien en la economía argentina? ¿Lo dicho anteriormente sugiere que no es necesaria ninguna otra política para profundizar el proceso de industrialización? La respuesta es no. Existen características de la actual economía que reprodujeron y profundizaron ciertos rasgos del modelo neoliberal y que se deben modificar. Existe otro conjunto de políticas que se deben llevar a cabo para fomentar aún más al sector industrial. Esa no es la discusión. Lo central con los economistas “heterodoxos” críticos es la relativización de todo lo que se hizo en materia de política económica desde el 2003 para romper con el modelo rentístico-financiero. ¿Habrá que esperar que en un eventual triunfo de la oposición neoliberal en el 2011 esos economistas “heterodoxos” empiecen a valorar lo que se está haciendo desde el 2003 aun sabiendo todo lo que falta?
* Economista del Grupo de Estudio de Economía Nacional y Popular.
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