DEBUT SIN SORPRESAS DEL PARTIDO DEL CAMPO
El Partido del Campo se presentó como lo que es, un partido de derecha sin masas, en el acto del Rosedal. Su meta no se limita a preservar los márgenes extraordinarios de su actividad, sino que persigue sin ocultamientos modelar la sociedad a su imagen y semejanza.
› Por Claudio Scaletta
Debe reconocerse que la política local se volvió algo previsible. Sorpresa fue cuando el aglutinador del descontento social fue una corporación satisfecha. Cuando después de la peor crisis de la historia reciente se vieron plazas multitudinarias de nostálgicos de los ’90. Cuando el sector sedicente progresista del “campo” se subía a tribunas en las que se reivindicaba a los Martínez de Hoz. Cuando algunos dirigentes de centroizquierda votaban con la vieja oligarquía. Cuando los más favorecidos desabastecían las ciudades con el apoyo de las clases medias urbanas, a la postre perjudicadas por la mayor inflación provocada. Cuando un Gobierno que hasta entonces eludía los desafíos mediáticos (ingeniere Blumberg) se plantó hasta donde no pudo contra la ferocidad del nuevo poder económico; el agromediático. Cuando el revés electoral llegó tras el giro progresista, no el de derecha.
Esta semana en el Rosedal, en cambio, no hubo sorpresas. Entre los espacios vacíos hubo apenas tropa propia, es decir poca, pero con cámara y micrófono. El territorio fue ocupado por la derecha pura y simple encarnada en su sujeto tácito. Los discursos ya no hablaron de las hondas sapiencias de transmisión oral de la cotidianidad campera ni de las durezas y sinsabores de la vida del farmer. Parece que ya no cala entre los puebleros eso de que “no se aguanta más”. Nada de eso. Salvo algún desliz contra el monocultivo, sólo se repitió como un tic el recetario conservador. Mucho sobre inseguridad, mucha república, y un poco de verba destituyente cool para el Comandante Daniel, el único kirchnerista que quizá sufra con el ánimo decapitante de la crítica sojera.
Esta vez el tema excluyente no fue “el campo”, la Patria, la Argentina, “la tierra y el paisaje”. La mística acumulada en las jornadas de lucha quedó desdibujada por la cotidianidad fashion. Como la del rabino mediático. Quizá nunca el predicador de un pueblo perseguido comulgó tan cerca de lo más rancio del establishment. Otro fenómeno que, junto al impertérrito ensalzamiento de Judas, dejará para las ciencias sociales y la teología la gesta contra la inolvidable Resolución 125.
Pero poca sorpresa no significó ausencia de novedad. Hubo un debut. La única argamasa del Frente del Rechazo, el Partido del Campo, se presentó como lo que es, un partido de derecha sin masas. Ya no se habló de las necesidades de la corporación, sino que se expuso, sin el color de lo netamente gremial, el programa de un partido. Base y superestructura: además de por el poder económico, el Partido del Campo está obsesionado ahora por el poder político. Su meta no se limita ya a la multiplicación de mieses y ganados, sino que persigue sin ocultamientos modelar la sociedad a su imagen y semejanza. Lo que consiguió hasta ahora, cohesionar a la oposición variopinta, no es para desdeñar. Resta saber si, más allá de abrazos a regañadientes, el trabajo alcanza para superar la circunstancialidad de la coyuntura
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