› Por Ricardo Aronskind
En las últimas semanas empezó a mencionarse en los círculos financieros y en la prensa ideológicamente afín un nuevo acróstico: P.I.G.S. No se trata de la forma inglesa de decir cerdos, sino de las iniciales (en inglés) de cuatro países: Portugal, Irlanda, Grecia y España.
¿Qué une a este grupo? Ser, aparentemente, países candidatos a múltiples calamidades: en principio, a la desconfianza universal por sus graves situaciones en materia de grandes déficit del sector público, combinados con alto endeudamiento público y privado. La inseguridad de quienes les prestan fondos llevaría a que se les cobren intereses crecientemente elevados, provocando un potencial círculo vicioso que podría terminar en la imposibilidad de pagar sus compromisos externos, o sea, el default.
Los PIGS tienen también en común ser países de la periferia europea –no forman parte del centro económico y político del continente–, lo que facilita a la prensa financiera desempolvar todos los prejuicios existentes en relación a los países mediterráneos o a los díscolos irlandeses. Es interesante recordar –y muestra el transparente doble standard político de “los mercados”– que las cifras que muestran estos PIGS en materia de contracción económica, desempleo, endeudamiento externo e interno, déficit público, o magnitud de la burbuja inmobiliaria, no son sustancialmente diferentes de las de países como Gran Bretaña o Estados Unidos.
En el grupo de los PIGS se encontraban hasta hace muy poco “países ejemplo”, proclamados así por el establishment económico internacional. Especialmente Irlanda y España. El primero fue mostrado como un milagro económico a ser imitado por quienes quisieran salir del subdesarrollo: salarios bajos, pocas regulaciones, amplia convocatoria al capital multinacional y boom inmobiliario. España, país que usufructuó ampliamente la ayuda de la Unión Europea y de América latina (se le cedieron en nuestra región numerosas empresas de alta rentabilidad), se convenció de su prosperidad, confundiéndola con la burbuja financiera-inmobiliaria que estaba provocando (transitoriamente) crecimiento y empleo. Grecia fue generosamente ayudada por Goldman Sachs y otros bancos estadounidenses –hoy bajo investigación– a endeudarse y falsificar sus cuentas públicas para que la Unión Europea no lo advirtiera. Esos mismos amigos americanos se están ocupando hoy de apostar (dinero) al desplome de Grecia. Lo interesante es que estos países han pasado de ser ejemplares, exitosos, merecedores de abundante crédito, a PIGS.
El armado de la sigla no es casual. Podría haber sido “SPIG” o “GIPS”. Pero fue PIGS.
Llamarlos PIGS no es una humorada. Es el comienzo de una campaña denigratoria, no precisamente con fines éticos.
La ideología de las finanzas internacionales parte de la base de que el sistema económico mundial es justo y moral. Sus voceros presentan a los prestamistas como una especie de Cruz Roja que acude en solidaria ayuda de aquellos que la requieren. Una organización moderna que se desvive por asistir a los débiles, a los necesitados (de crédito). Lamentablemente, estos solícitos y prudentes hombres de negocios se tropiezan reiteradamente con...PIGS. Frente a la seriedad, surge la irresponsabilidad. Frente a la eficiencia, la impericia. Frente a la honorabilidad, el pecado bajo la forma de corrupción, desorden, despilfarro.
Si alguien ha llegado a ser un PIG, es porque debido a sus desmanejos ha terminado archi-endeudado. Por lo tanto, merece sufrir. Si esos países extraviados están siendo arrojados en el camino del ajuste, de los salarios miserables, del desempleo, de la migración forzosa, del estancamiento, es porque son PIGS.
Denigración colectiva
Para encontrar pistas de este dramático cambio de “imagen” de estos países ex-exitosos, vale recurrir a nuestra propia historia económica. A partir del golpe cívico-militar de 1976, el mercado financiero internacional declaró a Argentina “país seguro” y comenzó una carrera desenfrenada para darle crédito, junto al resto de las dictaduras latinoamericanas, y demás países del mundo que estuvieran en condiciones mínimas de absorber créditos. Martínez de Hoz y su equipo abrieron de par en par las puertas al endeudamiento externo, que creció a una velocidad extraordinaria luego de que Ronald Reagan cambiara la política monetaria estadounidense, elevando brutalmente las tasas de interés. Argentina entró en la peor etapa económica de su historia: con el Estado ultraendeudado, se sometió al monitoreo subdesarrollante del FMI y contrajo el gasto público, dejando atrás todo intento de continuar desarrollándose. El peso del endeudamiento provocó recesiones, hiperinflaciones e inestabilidad macroeconómica permanente. La crisis económica recurrente llevó al hundimiento de la autoconfianza nacional. En ese contexto se fueron preparando las reformas estructurales en los ’90, mientras los voceros del capital financiero empezaban a comparar a la Argentina con un “borracho”, que no puede dejar su adicción al alcohol (que en la vulgata neoliberal era el gasto público y la inflación). Al borracho había que “curarlo” con un tratamiento duro: ajuste, privatización, apertura, desempleo. En eso consistía “operarlo sin anestesia”.
Ahí está el punto en común con los PIGS: todos los procesos políticos y sociales para subordinar económicamente a un país, para sacrificar a su población, para transformar al Estado en una mera máquina de pagar deuda, van necesariamente acompañados por un período de denigración colectiva, en el cual se convence a la población de que es la culpable de los males “que le caen” sobre su cabeza, que “el mundo” –en cambio– es serio y los está poniendo en vereda: casi se diría que los está ayudando con una medicina amarga. Se trata de un verdadero operativo estigmatizador en el cual los que van a ser saqueados se transforman en los culpables del saqueo. Por eso cobra importancia decisiva la destrucción de la autoestima nacional y la internalización de la acusación de “pecadores” de las sociedades que tendrán que pagar las consecuencias de las aventuras de los financistas.
Debemos recordar que aún a comienzos de la presente década, nuestro país era denigrado y menospreciado por diversos representantes internacionales sin que mediara ninguna respuesta local: la menguada autoimagen colectiva facilita la aceptación de soluciones sanguinarias. La versión de los acreedores sobre la historia argentina reciente –los prestamistas serios (banqueros, FMI, lobbystas locales) bancando a los argentinos irresponsables– había sido asumida por la dirigencia local y también, lamentablemente, por una parte de la población.
Resulta inevitable, al observar el término PIGS, pensar en un nueva campaña para degradar y humillar a países que estarán condenados, en los próximos años, a sufrir, a vivir episodios de violencia, a subdesarrollarse y a carecer de futuro.
Los dealers
Si se abandona esa versión polarizada, con PIGS que llegan a sus crisis por viciosos y corruptos, y banqueros serios, prudentes y racionales, podemos construir una versión más cercana a la realidad.
En todo caso, estamos en presencia de una relación dialéctica similar a la de los dealers con los drogadictos. Aunque parezca al revés, los primeros necesitan de los segundos. Les venden justamente gracias a que los otros son adictos. Y necesitan que sean adictos, y desesperados, porque entonces aceptan cualquier condición y no pueden dejar de hacerlo. Aún más: es imprescindible crear adictos, es decir, abrir mercados donde colocar la mercancía. Si hay una amplia gama de países “irresponsables”, “borrachos”, “pigs”... ¿por qué el sistema financiero internacional no se limita a prestar sólo a los países “serios”? ¿Por qué les sigue prestando a toda la horda de países “fallidos”, “poco serios”, “populistas”, “latins”?
Vale aquí recordar una cita del periódico The Economist, de Londres, sobre un gobierno de nuestro país: “...la reciente demostración de su falta de fiabilidad, de lo que son un ejemplo tanto sus tratos con los tenedores de bonos como su negativa a respetar sus propias leyes, deberían hacer que los inversores se mostraran poco dispuestos a responder a nuevas apelaciones”. Esto fue escrito en...1889, antes de que la chusma radical y peronista llegara al Estado nacional. ¿Por qué nos siguieron prestando, si ya habían advertido de nuestra esencia inmutable? ¿Por qué se siguieron arriesgando, prestando y volviendo a prestar, sometiéndose y volviéndose a someter a la imprevisibilidad de los irresponsables argies? ¿Fue amor? ¿Fue vocación de servicio?
La respuesta es evidente: prestarle a estos países “poco serios” tiene una rentabilidad infinitamente más elevada que darle crédito a los países “serios”. ¿Quién haría plata en serio prestándole a Suiza? En realidad, para ganar plata aceleradamente son imprescindibles los países borrachos, ya que ellos permiten subir la tasa de interés global (riesgo país mediante). A ellos se les presta mucho, y luego se los exprime. Si no pueden pagar, que el FMI cubra sus pagos (con el aporte de los contribuyentes de los países centrales), para que los banqueros y otros prestamistas puedan cobrar en tiempo y forma. Luego, una combinación de intervención tecnocrática internacional y amenazas y presiones múltiples se ocupará de que los países paguen lo que quedaron debiendo, con efectivo, bienes o recursos naturales. Siempre, disminuyendo el nivel de vida de su población.
Lo que está detrás de esta dinámica de dealers y adictos, como lo muestra la historia económica mundial de las décadas recientes es que los países centrales vienen teniendo masivos excedentes de fondos, y necesitan imperiosamente colocarlos en donde sea, como sea. La oferta está obligada a crear su propia demanda. Ellos necesitan prestar.
Preguntas
Así se entiende mejor la colocación masiva de fondos en los ’70 a lo largo y ancho del planeta, sin preguntar nada sobre la solvencia presente o futura de los países a los cuales se prestaba, lo que generó una década de estancamiento latinoamericano. Así también se pueden comprender las nuevas colocaciones gigantes mediante la “innovación financiera” de las hipotecas subprime de la actual década, en las que se dio crédito masivo a gente que no tenía cómo pagarlo. Se debe subrayar que en ambos casos a los financistas les ha salido bien: han colocado fondos de cualquier forma, y cuando el problema de la insolvencia estalló, los países quedaron endeudados durante décadas, y los deudores hipotecarios terminaron perdiendo sus casas. Ahora les toca a los PIGS perder su bienestar. En todos los casos la prioridad absoluta ha sido garantizar la continuidad de los bancos. Luego se verá qué hacen los estados endeudados para resolver su propio endeudamiento.
La aparición recurrente de países “pigs” no se termina de entender sin explicar cómo contraen las adicciones. Para generar estas situaciones de híper-endeudamiento, no sólo hacen falta financistas aventureros con altísima influencia política, sino dirigencias locales interesadas en el endeudamiento. Como Martínez de Hoz, Cavallo o Roque Fernández en Argentina, en los países borrachos siempre aparecen conducciones económicas afines a los dealers y dirigencias políticas suficientemente cómplices o irresponsables como para apostar a esas soluciones mágicas, cortoplacistas, que ofrecen los banqueros. Sin embargo, y eso es probablemente lo que va a pasar en los PIGS, no van a ser los cómplices locales los que paguen la factura, sino las amplias mayorías. Por eso se vuelven tan funcionales los procesos de desinformación y culpabilización colectiva: para que la población acepte como un acto de justicia lo que no deja de ser un desfalco.
Si un uso bueno puede tener la dolorosa historia argentina reciente es que portugueses, irlandeses, griegos y españoles, miren el retroceso a que fue sometido nuestro país en los años ’80 y ’90 –porque ese es su futuro, y en el caso griego, ya es su presente– y se resistan a la denigración simbólica y material que les están preparando.
De esa misma historia surge una pregunta sobre nosotros. Argentina, habiendo pasado por una crisis brutal en 2001-2002 ha ido dejando atrás algunas de sus secuelas. Sin embargo, no queda claro que nuestra sociedad haya aprendido la lección. ¿Volveremos a ser nuevamente candidatos a los “pigs” ávidos de préstamos que necesitan las finanzas internacionales para seguir acumulando infinitamente a costa de los débiles? ¿El trabajoso desendeudamiento logrado recientemente, es el preludio a un nuevo endeudamiento revestido de “vuelta a los mercados”? ¿Cómo se posicionan los actores locales frente a este asunto? Dicho en otros términos, lo que hoy pasa en Grecia ¿quedó en nuestro pasado o está en nuestro futuro?
* Economista UNGS-UBA
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