› Por Tomás Lukin
Un deslegitimado Fondo Monetario Internacional experimentó a partir de 2007 un extraordinario proceso de revitalización. El FMI pasó de discutir un ajuste interno ante la escasa demanda de sus servicios y los problemas financieros que atravesaba a convertirse en el organismo encargado de monitorear la crisis global y el responsable del diseño de los programas de rescate para países en dificultades.
Ese proceso, impulsado por los países del G-20, estuvo acompañado en el plano discursivo por un incipiente y pragmático alejamiento de la histórica tradición neoliberal del Fondo. Los documentos redactados por sus autoridades invitaban a “repensar las políticas macroeconómicas” a la luz del fracaso de los modelos respaldados por el establishment financiero.
Para evitar la profundización de las crisis, el entonces director gerente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, y el economista jefe del organismo, Olivier Blanchard, recomendaban impulsar la demanda agregada con estímulos fiscales, preservar el empleo, el superávit en cuenta corriente y reconocían la relevancia de los controles de capitales.
Sin embargo, los distintos países europeos centroamericanos y asiáticos que requirieron la intervención del FMI para enfrentar los efectos de la crisis estuvieron sujetos a las históricas condicionalidades recesivas. Un detallado documento del Centro de Investigación Económica y de Políticas que dirige el economista Mark Weisbrot precisa las políticas monetarias y fiscales contractivas impuestas sobre más de 30 países durante la crisis como el aumento en las tasas de interés, privatizaciones de los servicios y empresas públicas, rebajas de salarios de los empleados estatales y ajuste del gasto.
La prolongación de la crisis y el estallido en la Unión Europea terminaron de consolidar la recuperación del Fondo. Desde su renovado lugar de poder, el organismo superó el comportamiento aparentemente esquizofrénico entre su discurso y las “recomendaciones” de política.
La frustrada receta del ajuste y las reformas estructurales que había sido impuesta sobre Islandia y los países de Europa del Este, y veinte años atrás sobre países como Argentina, volvió a desplegarse en su máximo esplendor sobre las economías periféricas de la Zona Euro como España, Portugal y Grecia.
El incipiente discurso keynesiano que reconocía y validaba el inusual desempeño de las economías en desarrollo durante la crisis se redireccionó para reclamar a los países latinoamericanos y asiáticos el ajuste del gasto, el enfriamiento de la demanda, la apreciación del tipo de cambio y cuestionar la acumulación de reservas. Así, el contenido de las intervenciones públicas y los documentos del FMI volvieron a girar 180 grados para desnudar la incapacidad de su estructura teórica e ideológica para abordar una realidad económica global:
- “A grandes rasgos, las fuerzas de mercado, en la forma de grandes ingresos de capitales, están presionando a los países emergentes en la dirección correcta. Sin embargo, en la medida en que algunos países no permiten los ajustes suficientes del tipo de cambio, esto exacerba el problema para otros. El uso de reservas debe ser limitado y el rol de los controles de capitales, si es que tienen alguno, debe ser dirigir los flujos de acuerdo a las preocupaciones macroprudenciales y no prevenir los necesarios movimientos del tipo de cambio”, afirmaba hacia fines de octubre pasado Blanchard, el mismo especialista que en 2008 era considerado revolucionario en los círculos académicos por su apología a los estímulos fiscales.
- “Están surgiendo señales de recalentamiento que podrían resultar preocupantes. Por eso los países deberían empezar por implementar una política fiscal más rigurosa para aumentar la tasa de interés. La flexibilidad del tipo de cambio también es importante. La apreciación de la moneda puede contribuir a atenuar las entradas de capitales”, expresó en marzo de este año Strauss-Khan a través del blog oficial del FMI antes de emprender su viaje por Panamá, Brasil y Uruguay.
La consolidación del FMI como protagonista indispensable para encontrar una salida a la crisis, fundamentalmente en la Unión Europea, le permitió también relegar los espacios de debate y negociación que se había habilitado junto con otras instituciones globales como la OIT o los distintos programas de Naciones Unidas (Unctad, PNUD y FAO). Esos foros donde se debatían aspectos vinculados a la distribución del ingreso, desempleo, la preservación de la demanda, la re-regulación del sistema financiero internacional fueron rápida y silenciosamente abortados
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