Dom 24.07.2011
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› Por Veronica Gago

La crisis global actual no se debe, afirma el economista italiano Carlo Vercellone, a la falta de intervención estatal sino al modo preciso en que los Estados se han movido para salvar el capital. Portugal, Irlanda, Grecia, España (los PIGS, “cerdos”, como se les dice a estos países según sus iniciales en inglés) aparecen como los eslabones más débiles del Viejo Continente, que estallan hoy socialmente y actualizan el debate sobre el destino de las medidas de ajuste. Vercellone, profesor de Economía en La Sorbona, París, fue invitado a Buenos Aires por la Universidad de General Sarmiento, donde debatió con investigadores y economistas locales y desplegó su tesis de que estamos en un “capitalismo cognitivo” (que no tiene nada que ver con el festejo de las innovaciones tecnológicas en la producción). En diálogo con Cash, Vercellone aporta una perspectiva de la crisis, defiende la actualidad de las instituciones del estado de bienestar y especula sobre las alternativas, más allá de las recetas neoliberales.

¿Cómo caracteriza la crisis actual?

–La crisis global es absurda por dos razones articuladas. La primera es que, en efecto, la crisis de la deuda deriva de la intervención que hicieron distintos Estados e instituciones públicas para salvar el capital de los efectos de la misma crisis generada por los mercados financieros. Esencialmente, esta crisis de deuda se debe a este tipo de mecanismo de socialización de las pérdidas y privatización de las ganancias, y el intento de evitar una espiral deflacionista como la del ’29.

¿Supone que podría haberse evitado esta crisis?

–Europa se encuentra en una situación en la que podría disponer a nivel macroeconómico del conjunto de los instrumentos para evitar esta crisis. Excepto Grecia, donde existía una tendencia al alza del gasto público, en los otros países la deuda pública se eleva sólo para salvar a los bancos. Pero si Europa simplemente aceptaba crear moneda, rompiendo con los artículos de la Constitución Europea que prohíben a la Banca Central Europea adquirir directamente los títulos de la deuda pública de los Estados miembros, hubiese podido garantizar la deuda soberana de los diferentes Estados. Con esto la especulación de los mercados financieros hubiese sido, de hecho, prácticamente bloqueada. Monetizar la deuda pública a través de la intervención de la banca central, y negociar con el mercado como se hizo en el llamado tercer mundo para reestructurar la deuda, hubiese evitado una crisis como la actual, porque el mercado habría tenido que ceder. La cuestión es saber por qué esto no se hizo.

¿Y por qué?

–Creo que hay dos razones esenciales que hacen ver en Europa un ejemplo fortísimo del poder de la renta en el capitalismo contemporáneo. El Estado era muy potente cuando existía una regulación keynesiana de la moneda que suponía una relación entre la banca central y el tesoro público. Lo cual significaba que cuando el conflicto social empujaba fuerte sobre las estructuras del Estado, éste era obligado a crear moneda para, en cierto sentido, favorecer el desarrollo del salario socializado y financiar el servicio colectivo del estado de bienestar. Cuando se decide romper el cordón umbilical entre banca central y el tesoro público, e instalar la regla monetarista de la oferta de moneda, se hace para poder desconectar el gobierno del empuje y las demandas de las luchas. Todo esto con el pretexto oficial de reducir el peso de la deuda pública. Así, cuando se prohíbe financiar el gasto público –y la expansión del salario social– a través de la creación monetaria por medio de la banca central, se obliga al Estado a que vaya a buscar financiación a los mercados financieros. Este período corresponde a inicios de los ’80, a la primera gran fase de desarrollo del capital financiero.

Pero los efectos son otros.

–Por supuesto, esto no se traduce en la reducción del gasto público sino en su explosión en tanto depende de dos variables: del crecimiento del producto interno y del nivel de las tasas de interés. Habiendo roto con la política keynesiana, por un lado el crecimiento disminuye y, por otro, las tasas de interés explotan. El resultado es exactamente el contrario al que se pensaba. En realidad ha sido un pasaje de mecanismos de poder: del mecanismo de regulación de la moneda que favorecía el salario social al mecanismo de regulación de la moneda que favorece el poder de la renta. Todo esto conduce a pensar que Europa y sus instituciones no sufren tanto, como se dice, de una falta de soberanía política, sino que esta soberanía política está completamente absorbida por el poder de la renta financiera.

En este contexto, usted reivindica la defensa de los derechos del estado de bienestar.

–En este cuadro entra en juego de modo estratégico la cuestión de la privatización de los servicios colectivos del estado de bienestar. Como lo podemos constatar en la crisis actual, es que los sectores en los que la demanda tiende a permanecer estable o a crecer, a pesar de la crisis, son los sectores de primera necesidad como los bienes alimentarios o las demandas hacia los sectores de la salud y la educación. En Europa, estos sectores eran asegurados esencialmente por la lógica del estado de bienestar, como una lógica más allá del mercado. En Grecia, justamente, se está experimentando un mecanismo potente de privatización de servicios colectivos del estado de bienestar porque, creo, representa una de las últimas fronteras que se abre a la expansión mercantil del capital.

Esos sectores sociales no representan hoy lo mismo que hace treinta años.

–Se podría decir que el desarrollo del capital durante el capitalismo industrial se fundó sobre la integración progresiva de aquello que en principio era externo al capital. Por ejemplo, la esfera misma de necesidades era primero externa al capital, luego poco a poco el consumo privado se fue integrando a la acumulación del capital. En un cierto punto, con el desarrollo de los servicios colectivos del estado de bienestar, se ha dado una especie de exterior post-capitalista. En esta fase, la puesta en juego estratégica deviene conquistar, como si se tratase de una necesidad objetiva, este exterior al capital para poder reconducirlo al interior de la lógica de la formación de capital. Hay que remarcar que hoy sectores como salud y educación tienen un nuevo papel: son esenciales para el control biopolítico de la población, son aquellos donde la demanda está destinada a crecer y a lo cual el capitalismo no podrá responder eficazmente

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