Dom 02.10.2011
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OPINIóN > DESINDUSTRIALIZACIóN Y ENDEUDAMIENTO. ANTECEDENTE DE LA CONVERTIBILIDAD

A treinta años de la tablita

› Por German Herrera *

Pronto habrá transcurrido una década desde el derrumbe de la convertibilidad, un plan de estabilización que devino en una trampa de largo plazo. 2011 ofreció también otro aniversario clave en la historia económica de “finales turbulentos”: treinta años atrás caía la tablita, experimento ruinoso de Martínez de Hoz. Por el tiempo transcurrido, la tablita –apelativo que inmortalizó al plan lanzado a fines de 1978 y que duraría hasta 1981– ya no ocupa en la memoria colectiva un sitio análogo al de la convertibilidad. Sin embargo, nunca como bajo la tablita se dio un deterioro semejante en tan corto tiempo. Convertibilidad y tablita comparten más que su calendario conmemorativo. Ambas nacen de una interpretación ortodoxa de la inflación y apelaron a la predeterminación explícita de la paridad cambiaria para combatirla. Pero la tablita no alcanzó siquiera logros económicos transitorios sino que condujo directamente hacia el desastre.

La tablita fue una suerte de convertibilidad gradual. No ataba el tipo de cambio de una vez y para siempre a una paridad fija sino a un esquema de devaluación programado. Como implicaba devaluaciones decrecientes en el tiempo, asumía que los precios se desacelerarían al compás del ancla cambiaria. La tablita, por tanto, otorgaba un rol clave a las expectativas. De hecho, Franco Modigliani, conocido economista neokeynesiano, decía que el experimento argentino ilustraba perfectamente el peligro de aplicar al mundo real el paradigma de las “expectativas racionales”, modelo fetiche de la macroeconomía ortodoxa. Bajo expectativas racionales, los agentes económicos conocen toda la información relevante de todas las variables y alternativas existentes. Nadie puede “engañar” a nadie. Por eso, la tablita era presentada como un juego racional de sinceramiento, una coordinación hacia la estabilidad que acabaría con el incremento de precios y demás variables nominales.

La realidad no quiso someterse a la teoría y la inflación siguió muy por encima de lo que presumía el escalonamiento devaluacionista predeterminado. Sin embargo, la tablita fue sostenida. La sobrevaluación cambiaria acumuló un 60 por ciento, ocasionando un rojo inédito en cuenta corriente de unos 5000 millones de dólares en 1980. Además, las elevadísimas tasas de interés (que descapitalizaron al sector productivo) alentaron la bicicleta financiera y la fuga de divisas alcanzó un monto similar al anterior. Esta dinámica perversa fue financiada con reservas y endeudamiento externo masivo. La tablita estalló en el primer trimestre de 1981. Ese año la actividad cayó un 6 por ciento y la desocupación se duplicó. La industria se derrumbó un 16 por ciento –la mayor contracción anual de toda su historia–, expulsando al 13 por ciento del empleo. Y la deuda pasaría a ser una herencia inmanejable. Aquellos años de dólares artificialmente baratos quedaron sintetizados ingeniosamente en el “déme dos” de los argentinos viajando al exterior. La tablita, en realidad, no fue sino un extraordinario subsidio a las importaciones y a la especulación financiera, cuyo costo asumió la forma de un salto estructural en el endeudamiento externo y de una enorme destrucción del tejido productivo, el empleo y el salario real

* Economista de AEDA y UNQ.

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