Dom 16.02.2003
cash

INVESTIGACION EXCLUSIVA

RESISTIRE

Por Fernando Krakowiak

La pulverización de los ingresos generada por la devaluación incentivó al máximo las estrategias de supervivencia desplegadas por los hogares más pobres. Si bien la canasta básica de alimentos se volvió inaccesible para 9,4 millones de personas, eso no significa que los indigentes se hayan resignado a morir de hambre. A medida que el empleo se redujo y los precios subieron, la ayuda asistencial brindada por las organizaciones comunitarias e instituciones públicas, como la escuela, adquirió una importancia vital. Sin embargo, también se consolidó un circuito de consumo de subsistencia vinculado a mercados donde se ofrecen productos baratos acordes con los pocos pesos que tienen para gastar los excluidos. Cash recorrió durante la última semana cuatro de los asentamientos más pobres del Conurbano para saber cómo organizan su presupuesto las familias indigentes que, según los últimos datos del Indec, cuentan con un ingreso promedio de apenas 218 pesos por mes.

San Atilio
El dinero que una familia de clase media de Belgrano gasta en un día puede llegar a rendir casi una semana en un hogar indigente. En el asentamiento San Atilio, ubicado en la periferia de José C. Paz, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, los vecinos comen guiso de arroz o fideos casi todos los días. Los ingredientes los compran sueltos, en fracciones minúsculas desprovistas de cualquier tipo de logo comercial. Un cuarto de fideos se consigue por 80 centavos y un cuarto de aceite, por 50 centavos. Antes solían mezclar en el guiso un poco de carne, pero en los últimos meses esa posibilidad se volvió cada vez más difícil. La carne picada se consume en dosis homeopáticas y las milanesas directamente desaparecieron, pues nadie puede pagar 5 pesos el kilo. La dieta es rica en carbohidratos, pero pobre en proteínas, lo que genera deficiencias severas en el desarrollo muscular.
La debilidad que provoca la mala alimentación se debería sentir en el trabajo, pero el 80 por ciento del barrio está desocupado. Todo el ingreso en efectivo de que disponen los vecinos proviene del Plan Jefas de Hogar y de las monedas que obtienen vendiendo papel y cartón. La mayoría de las familias tiene un carro para cartonear estacionado en la puerta de la casa.
La venta de cobre también se convirtió en una fuente de ingresos, a punto tal que en el barrio ya no queda ni un cable colgando de los postes de teléfono. Los vecinos que cuentan con algún recurso extra reemplazaron el aparato de línea por el Port Hable, una especie de celular que sólo se puede usar en un radio cercano a la antena que le otorga la señal. La ventaja de este servicio, ofrecido por la empresa Hutchinson Whampoa de Hong Kong, radica en la inexistencia del abono. Sólo se pagan los pulsos que se consumen. Los cables que todavía recorren los postes son los de la energía eléctrica, pero casi todo el barrio está colgado. Semana de por medio se enfrentan a piedrazos con la cuadrilla de Edenor que ingresa protegida por la Gendarmería y les corta el servicio a todos hasta que vuelven a colgarse.

La Fe
La situación es más calma en el asentamiento La Fe, ubicado en Lanús, donde el intendente arregló con la empresa de electricidad para que no se moleste a los vecinos. Lo que es inevitable es la compra de la garrafa para cocinar. El envase de 10 litros que venden en las estaciones de servicio cuesta 22 pesos.
Las 5 mil familias que viven en La Fe comen arroz y fideos, pero el promedio de carne es mayor porque algunos vecinos compran en la puerta de los frigoríficos, a precios promocionales, picada, mondongo, tronco delengua, librillo y cuajo. También se come sábalo que se pesca en las aguas contaminadas de la costa de Bernal y luego se vende a dos pesos en el barrio. Los vendedores ambulantes también ofrecen lavandina y detergente suelto en botellas de litro a un peso. En La Fe el pan se consigue barato porque el Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús tiene su propio horno y lo comercializa a 1,20 el kilo, sin obtener ganancia.

El Tambo
En el asentamiento El Tambo, ubicado en La Matanza, la mayoría de las familias sobrevive gracias a los comedores comunitarios que sostiene la Federación de Tierra y Vivienda. Antes de que la desocupación comenzara a crecer, los hombres trabajaban en la construcción y las mujeres se dedicaban al servicio doméstico o a la costura, pero ahora sólo tienen para gastar las monedas que destinan a la compra del guiso. En los pizarrones de los almacenes se ofrecen productos sueltos o de marcas casi desconocidas como el puré de tomate Estori o la leche Suipachense.
Por el barrio pasan varios colectivos, pero la mayoría de los vecinos se moviliza en bicicleta o a pie. El día que van a cobrar el Plan Jefas muchas familias caminan casi 30 cuadras hasta Laferrère y luego vuelven en colectivo.
Entre los consumos populares se incluyen cigarrillos 51, Rodeo y Premier a 1,20 peso el paquete de 20 unidades. El vino Pico de Oro se consigue por 1,50 peso el litro; el vino Tejano y la cerveza La Diosa, a 1,20 peso y las gaseosas Harlem, Bich, D.A.O.S. y Goliat de 2250 cm3, a sólo un peso. Las casas no tienen agua potable. Por lo tanto, muchos vecinos caminan hasta al asentamiento lindante, bautizado José Luis Cabezas, para cargar agua de las canillas comunitarias. Los más chicos también tienen la bebida asegurada, pues el gobierno de la provincia de Buenos Aires les otorga tres veces por semana un litro de leche a todos los menores de seis años y a las mujeres embarazadas a través del Plan Vida.

Villa Esperanza
Lo que muchas madres ahorran en leche deben pagarlo cuando van al médico. En la Unidad Sanitaria nº 5 de Tres de Febrero que atiende a las embarazadas de la Villa Esperanza se cobra 20 pesos la ecografía y 3 pesos la consulta al ginecólogo. “Si no tenés la plata, te mandan de vuelta”, afirmó a Cash, Patricia Buena, una vecina del barrio. Esperanza alberga casi mil familias. Está ubicada en Pablo Podestá, partido de Tres de Febrero, al noroeste del Conurbano. Allí, las privaciones son múltiples y las alternativas para ahorrar dinero no tantas. Dentro de la villa los alimentos se venden más caros que en cualquier supermercado. No es fácil salir del barrio. Por lo tanto, quienes montan los almacenes venden con sobreprecio. La principal ventaja se obtiene del ahorro en servicios. Los vecinos no pagan la luz, ni el agua que les provee la cooperativa Comaco a través de canillas comunitarias. Algunos también están colgados del servicio de televisión por cable.
La televisión es un entretenimiento central en los barrios pobres, pues la gran mayoría de las familias indigentes casi nunca sale a pasear. No van al cine ni visitan shoppings center y muy pocos son los que van a la cancha de fútbol. Las únicas veces que toman el colectivo es para ir al hospital o a cobrar el Plan Jefas. Los más jóvenes suelen salir más seguido. Por lo general, van a las bailantas cercanas al barrio donde los chicos pagan 3 pesos y las chicas entran gratis.
La quiniela clandestina sigue siendo una de las pocas opciones que les permite a los vecinos soñar con una alegría aunque los montos sean insignificantes. Desde que la crisis se profundizó los agencieros rebajaron la apuesta mínima de 1 peso a 25 centavos. Quien gana apostando la moneda con la figura del Cabildo obtiene 17,5 pesos que en muchos casos se utiliza para saldar la cuenta en el almacén.

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