Dom 22.07.2012
cash

Paso a paso

› Por Sebastián Premici

Los microcréditos son una herramienta de la denominada economía social y solidaria. En el mundo coexisten dos perspectivas: por un lado están los pequeños préstamos que ofrecen distintas organizaciones no gubernamentales y privadas a “beneficiarios” individuales, bajo una lógica financiera. Tal es el caso del famoso Banco de los Pobres, creado en Bangladesh por Muhammad Yunus y replicado en todo el mundo. Otra es la lógica que concibe a los microcréditos como un instrumento más de política pública. La clave en este último caso no pasa por la individualización de “beneficiarios”, sino por la articulación que realiza el Estado entre las organizaciones sociales (que son los intermediarios) y los sujetos de derecho que recibirán los fondos para encarar un proyecto productivo anclado en su territorio.

“La economía social y solidaria es otra forma de ver la economía, donde se le da prioridad al trabajador, en contraposición con una economía más competitiva. Es una perspectiva de construcción más colectiva, donde se comparten las decisiones y la generación de riquezas”, explicó Alberto Gandulfo, coordinador de la Comisión Nacional del Programa de Promoción del Microcrédito (Conami) del Ministerio de Desarrollo Social (ver nota aparte). En los últimos ocho años, esta cartera entregó 250.000 créditos, a 165.000 emprendimientos de la economía social, gestionados por 1647 organizaciones, que son las coadministradoras de los fondos públicos.

Estos microcréditos, que pueden ir desde los 500 hasta los 20.000 pesos, con una tasa fija al 6 por ciento, están distribuidos por todo el país. En la provincia de Buenos Aires fueron otorgados 58.037 microcréditos, seguida por Formosa (28.271), Tucumán (20.529), Misiones (18.114), Salta (10.450), Jujuy (9108), Río Negro (8493) y San Luis (3095). Tal magnitud de micropréstamos contribuyó a sostener 247.000 puestos de trabajo. Y lo más relevante, generó valor agregado en cada una de las jurisdicciones. El conjunto de la economía social, que incluye a grandes y pequeñas cooperativas y otras organizaciones, aporta el 10 por ciento del PBI, según la Conami.

“El tema del microcrédito se convierte en un elemento peligroso. En todas su formas, inclusive aquellas sustentadas y auspiciadas por organismos multilaterales como el Banco Mundial, le da a la ciudadanía una alternativa para no morirse de hambre, para no aceptar las condiciones que le imponen el trabajo asalariado y la dictadura del capital en una relación de fuerzas asimétrica.” Esta reflexión le corresponde a Pedro Páez Pérez, impulsor del Banco del Sur y ex ministro de Economía de Ecuador, pronunciada durante el Primer Congreso Latinoamericano de Microcrédito, realizado en Argentina en 2010.

El concepto de economía social cobró relevancia en el país luego de la crisis de 2001/2002. Con las ferias de trueque y asambleas barriales, corralito mediante, muchas personas comenzaron a organizarse para sobrellevar el día a día.

Cash presenta dos casos donde la política de microcréditos le permitió a un conjunto de personas sobrevivir a la crisis, sostener sus proyectos en el tiempo y generar un entramado social y productivo en sus lugares de origen. Uno es el Banco Social de Moreno, en Buenos Aires, y otro involucra a la cooperativa Cauqueva, en Jujuy.

Banca solidaria

El Banco Social de Moreno fue creado en 2001, poco antes del corralito implementado por Fernando de la Rúa y Domingo Felipe Cavallo. Fue constituido bajo la intendencia de Mariano West, como parte del Instituto de Desarrollo Empresario Bonaerense, una asociación civil que funciona en la municipalidad. “Fue un año complicado para iniciar la experiencia. Todos nuestros fondos quedaron en el corralito, la gente no tenía para devolver la plata, por eso nos devolvían en lecop y patacones. Tuvimos que convertir todos los recursos en bonos. Una vez que pasó la crisis, volvimos a pesificar el Banco”, explicó a Cash Marcela Basterrechea, responsable de la entidad.

Desde su creación, el Banco Social entregó 20.929 créditos a 5696 emprendedores, por un total de 21,5 millones de pesos. La tasa de devolución es del 98,5 por ciento. El crédito promedio es de 2500 pesos, pero algunos van desde los 1000 hasta los 20.000 pesos. Muchas de las personas que tomaron un primer microcrédito en 2001 continúan trabajando con este proyecto.

Rogelio Monzón tiene una fábrica de macetas. En 2001 tuvo que cerrar su oficio de toda la vida. Como muchos otros, abrió un kiosco. También tuvo que cerrarlo. “Hace unos cuantos años empecé con mi fábrica de macetas. Andaba bien, pero después, en 2001, me vine abajo. Ahí fue cuando me junté con un grupo de personas para pedir un crédito y seguir peleándola. Tenía la clientela pero no la materia prima. Así que de a poquito pude reabrir la fábrica”, comentó Rogelio a este suplemento.

“Empezaron a darme crédito, sumas chiquitas. Cuando lo devolvía, podía pedir un poco más. Empecé con 500 pesos y hoy me prestan 20.000 pesos. En todos estos años pedí 36 microcréditos, hoy tengo dos o tres personas a mi cargo y pude ampliar la producción. Hago macetas, estatuas, fuentes y ahora arranqué con el yeso. Muchos dicen que hoy no hay laburo. Yo por suerte tengo”, agregó.

Junto a la Conami, el Banco Social de Moreno está llevando adelante una evaluación del impacto social y económico de los microcréditos. Según datos preliminares, al ingresar al sistema de microcréditos, el 21 por ciento de los emprendedores generaba como resultado menos de una canasta básica alimentaria, el 60 por ciento entre una y tres canastas y el 16 por ciento, entre tres y seis canastas. En la actualidad, luego de haber recibido como mínimo cinco créditos, el 24 por ciento logra generar ingresos equivalentes entre una y tres canastas básicas alimentarias; el 45 por ciento genera entre 3 y 6 canastas y sólo el 1,6 por ciento genera menos de una canasta básica.

“La lógica del microemprendimiento es el trabajo y no la maximización de las ganancias. Muchos recurrieron a este instrumento para mantener sus fuentes laborales, o para sobrevivir. Para nosotros, la economía social es la estrategia que utilizan los ciudadanos para aplicar sus saberes y capacidad de trabajo”, indicó Basterrechea.

Cauqueva

La cooperativa Cauqueva nuclea a 112 familias, agricultores que viven en los tres departamentos de la Quebrada de Humahuaca (Tumbaya, Tilcara y Humahuaca). Su actividad principal estaba vinculada a la producción frutihortícola y en menor medida a flores, quesos de cabra y cultivos andinos (maíz en choclo y papas andinas). El corralito les desbarató todo lo alcanzado. Sobrevivir a la crisis significó comenzar de cero. Pero con una diferencia esencial: había otra relación con el Estado.

“El cierre de los ferrocarriles, la mecanización de la zafra y el achicamiento del Estado en los ‘90 les quitó a los quebradeños sus fuentes de ingreso. Frente a esto los agricultores comenzaron a reconvertir su producción agrícola hacia la horticultura comercial intensiva. En poco tiempo los mercados comenzaron a saturarse y los productores tuvieron problemas de comercialización. La solución pasó por incorporar otros objetivos y estrategias, más centrados en mejorar la vida de los socios, con participación y dignidad”, afirmó a Cash Javier Rodríguez, responsable de la cooperativa.

Desde su surgimiento, recibieron recursos del BID. Pero el salto se produjo a partir de 2006, cuando fue sancionada la Ley de Microcréditos a instancias de la entonces senadora y actual ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner. Esa cartera vehiculizó a través de la cooperativa 5,5 millones de pesos, que fueron destinados a fondos de microcréditos, tareas de capacitación, realización de eventos y al fortalecimiento de la organización. Juntamente con la Red de Organizaciones de la Economía Social en la Diversidad “Tejiendo Esperanzas”, que trabaja en Salta y Jujuy, se financiaron más de 2300 proyectos productivos, por un monto total de 7,2 millones de pesos.

El mayor volumen de ventas se genera en las ciudades de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santa Fe, La Plata, Mendoza. En esas jurisdicciones se ofrece la mercadería a los distribuidores, restaurantes, tiendas especializadas, verdulerías y puestos de mercados concentradores. Javier Rodríguez indica que la clave de este emprendimiento pasa por “agregar valor a las producciones locales”.

“El microcrédito es una herramienta que, en manos de organizaciones sociales, se convierte en un mecanismo de respuesta directa e inmediata a las necesidades del trabajador autogestivo y de la producción colectiva. Combinado con otras herramientas de promoción social, potencia el desarrollo de la organización popular para avanzar en la distribución de la riqueza”, concluyó Gandulfo

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