CREACIóN DE EMPLEO
› Por Javier Lindenboim *
Los últimos seis años, durante los cuales el gobierno nacional ha pretendido pintar una realidad no sólo agradable sino por momentos épica, constituyen un lapso suficiente como para poder contrastar los propios datos oficiales en relación con uno de los aspectos sobre los que más se ha insistido: la creación de empleo.
No hay dudas de que el último decenio ha arrojado un saldo extraordinariamente positivo en esa materia. En promedio son centenares de miles los nuevos puestos creados por año excediendo los promedios de los ochenta o de los noventa, incluso en sus mejores años.
Eludiendo –aquí– la discusión sobre la existencia de un nuevo modelo de mercado laboral, resulta interesante observar la dinámica de la creación de empleo a lo largo de la década última. La información oficial da cuenta de que el impresionante aumento del empleo a la salida de la crisis empezó a debilitarse en 2007.
Algo similar ocurre con la variación en la capacidad de compra del salario. Si se deflactan los salarios medios percibidos por los trabajadores protegidos se aprecia que tres cuartas partes de la mejora lograda entre 2003 y 2012 se debe a los logros alcanzados hasta 2006. Esto es lo mismo que decir que desde 2007 en adelante la mejora anual del salario real fue de escasa magnitud. Similar fenómeno se ha dado con los salarios “precarios” que siguen siendo –luego de una década de fuerte crecimiento económico y del empleo– la mitad, en promedio, que las remuneraciones de los trabajadores protegidos.
En los años noventa, al tiempo que aumentaba la proporción de asalariados desprotegidos se ampliaba la brecha entre ambos tipos de salarios. Según cómo se mire, puede decirse que el mantenimiento de la relación entre ambos salarios es bueno porque la mejor performance de los protegidos “arrastró” la retribución de los desprotegidos. Claro que también puede plantearse el interrogante de por qué la brecha se amplió en los noventa cuando empeoraban las condiciones sociolaborales pero no se cierra en la década reciente cuando esas condiciones cambiaron notoriamente.
Con todo, lo importante parece residir, más que en la constatación en sí misma, en la necesidad de interpretar acabadamente el sentido de tal aquietamiento de ambas variables (empleo y salarios). Esto se asocia con el sesgo interpretativo sobre las razones que explican la evolución socioeconómica pos crisis. Tal sesgo oscurece tanto el estímulo importante proveniente del cambio favorable de las condiciones internacionales como el enorme impacto de la gran devaluación del peso en favor de la producción local.
Esa sería la razón por la cual el mercado laboral –atemperados los efectos beneficiosos iniciales, como fue la reanimación de la pequeña y mediana empresa– vuelve a mostrar una dinámica desafortunadamente similar a épocas pasadas en las que la modestia de la demanda laboral generó perturbaciones socioeconómicas de magnitud. La diferencia, ahora, es que no aumenta el volumen del desempleo.
Nótese que lo expuesto está sostenido en información provista por el Indec. Si la misma no reflejase fielmente el acontecer socio-ocupacional, la descripción –y la interpretación– podrían ser más inquietantes. Más allá de las críticas internas e internacionales a las estadísticas públicas argentinas, datos fidedignos deben alumbrar disquisiciones conceptualmente más sólidas. Al menos si de lo que se trata es de contribuir a la construcción de un horizonte promisorio para nuestra sociedad. A la inversa, falsear (cuantitativa y cualitativamente) la realidad seguro nos desviará de ese propósito.
De lo contrario la memoria colectiva seguirá fijada en episodios transitorios a los que se les pretende asignar un carácter profundo y perdurable del que carecen.
* Director del Ceped e investigador del Conicet.
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